Hace pocos días, la revista Foreign Policy presentaba su “Informe Anual de Estados Fallidos” el cual ha provocado una gran controversia no tanto por la clasificación en sí – no hay duda alguna que haberlos, haylos – sino por los criterios y los paradigmas utilizados.
¿Cómo se define un estado fallido? Los analistas que preparan este informe lo calculan aplicando 12 criterios, entre ellos presión demográfica, refugiados, agravios a grupos, fugas de personas, desigualdad en el desarrollo, deslegitimación del estado, servicios públicos y otros.
Este año, quien se lleva la palma en términos de “mala gobernanza” son Somalia, R.D. Congo, Sudan, Chad y Zimbabue por mencionar algunos. No es extraño oír el clamor de países y analistas que consideran informes así inexactos y en algunos casos humillantes, pues aplican unos baremos cuando menos polémicos al reflejar un concepto de mala gobernanza demasiado vago, dejando que la apariencia de “normalidad estructural” pueda ocultar factores negativos insospechados.
Pongamos por ejemplo Somalia, el farolillo rojo del caos estatal. Es cierto que el estado en sí es débil y vulnerable y las estructuras administrativas son casi inexistentes, pero ¿saben ustedes que los somalíes son en algunos aspectos uno de los grupos humanos más organizados que existen? Desde hace años tienen organizado un sistema de transferencias financieras tan sofisticado que haría palidecer a las grandes compañías del ramo. Un somalí en los Estados Unidos puede hacer una transferencia de varios miles de dólares dentro de África en cuestión de segundos y sólo por medio de una llamada telefónica, siguiendo un sistema basado en la confianza del cliente a través de una red de mensajes de textos y llamadas de móviles. El estado es un desastre, pero la sociedad civil se ve que se las arregla para organizarse y ofrecer servicios.
Por otro lado ¿quiénes son los estados no-fallidos? ¿qué pasa con un país aparentemente democrático pero que no tiene reparo alguno en violar la intimidad, la libertad y la privacidad de sus individuos? Barriendo para casa, me pregunto si España es mejor que Uganda o Marruecos… Tomen por ejemplo dos titulares de los rotativos de estos días: “La Junta [de Andalucía] recurre la imputación de sus altos cargos por el ERE” y “El PP se opone a la comparecencia de Rajoy sobre Bárcenas en el congreso”. No me digan estas dos situaciones – el eterno ying y yang de la desvergüenza ibérica – no claman al cielo.
El problema no es la solidez de una estructura nacional, porque al fin y al cabo el modelo de estado moderno es el producto de un complejo proceso humano que en muchos casos ha tardado siglos en completarse … ¿y por qué iban a ser Zimbabue o Somalia una excepción a esa regla? ¿no podría ser que algunos de estos estados fallidos lo sean precisamente porque interesa a los intereses geoestratégidos de nuestro mundo que no avancen en su desarrollo estructural? El río revuelto del Congo (R.D.) es literalmente un chollo para quienes negocian con el coltán, los diamantes u otros minerales. Conviene más que el estado no controle, domine o – ¡Dios nos libre! – fiscalize lo que pasa dentro de sus fronteras.
Vuelvo a leer la lista, miro a mi terruño y me reafirmo en mi teoría: lo peor no es un estado débil, el verdadero problema – omnipresente en países “modélicos” – es la falta de la ética más básica entre los dirigentes y la casta política, es la nefasta desvergüenza instalada con apariencia de legalidad y que está alimentada por la desidia, el desencanto o la resignación de aquellos que – consciente o inconscientemente – votaron a un hatajo de chorizos. Qué quieren que les diga… hay momentos en los que preferiría estar en Somalia.
Original en : En Clave de África