Hace tiempo que se conocía el problema americano de los analgésicos a base de opioides, así llamados porque en su composición entran moléculas contenidas en el opio. Hace dos años el presidente Trump lo declaró “emergencia de salud pública”, y los media europeos lo mencionaran regularmente durante varias semanas. Luego dejó de ser noticia, pero el problema persiste. En 2016, 64.000 personas murieron en los Estados Unidos por sobredosis Se calcula que hoy son dos millones los adictos a los opioides. Se incluye entre éstos las drogas ilícitas, pero se trata en su mayoría de analgésicos recetados. Actúan contra el dolor, pero provocan también una sensación de ingravidez, ligereza, una especie de “subidón” descubierto masivamente por los estudiantes en los últimos quince años. De ahí que esos analgésicos necesiten receta y control médico. Sólo que, según la asociación PROP (Physicians for Responsible Opioid Prescribing), los laboratorios farmacéuticos han conseguido durante años eludir la legislación, y su publicidad masiva ha hecho que de 1996 a 2001 las recetas de opiáceos pasaran de 300.000 a más de 14 millones. La adicción a los opioides es ahora la mayor causa de muerte entre los menores de 50 años. Y la FDA (Food and Drug Administration) decidió el año pasado que no podrán recetarse a los menores de 18 años los medicamentos que contengan codeína e hidrocodona. “Dada la epidemia de adicción a los opioides, nos preocupa la exposición innecesaria a opioides, especialmente en niños pequeños”, dijo entonces el comisionado de la FDA, Scott Gottlieb.
Por importantes que sean, los problemas internos de los Estados Unidos no suelen ser objeto de análisis en Fundación Sur. Sólo que ésta vez el problema nigeriano (y pronto el de otros países africanos) de los analgésicos a base de opioides parece calcado, cambiando un tanto los colores, del de los EE.UU.. El problema «es grave, preocupante y debe abordarse lo antes posible», dijo ya en 2017 en un comunicado Pierre Lapaque, hasta abril de este año representante regional de la UNODC (Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito) en África Occidental y Central. «No podemos dejar que la situación se descontrole más». “El opioide Tramadol desestabiliza y alimenta el terror en partes de África, advierte la ONU”, tituló la CNN tras el comunicado. En ese momento se trataba especialmente del Sahel, en donde los expertos en seguridad advertían de que el tráfico de opioides sintéticos era una de las mayores fuentes de riqueza de los grupos terroristas de la región afiliados al ISIS. En agosto de ese año, los aduaneros de Camerún habían confiscado más de 600.000 tabletas de Tramadol destinadas a Boko Haram Y las autoridades nigerianas incautaron más de tres millones de tabletas en un camión que, con el logo de la ONU, se dirigía hacia el norte de Malí.
Fue una periodista nigeriana de la BBC, Ruona Meyer (Agbroko-Meyer), la que sacó a la luz el 30 de abril de 2018 la situación nigeriana que tanto recuerda a la tragedia estadounidense. Su hermano había caído en la adicción a la codeína y Ruona decidió investigar a fondo: “How cough syrup in Nigeria is creating a generation of addicts” (Cómo el jarabe contra la tos está produciendo una generación de adictos), tituló la BBC. El jarabe de codeína es mezclado a menudo con bebidas carbónicas y consumido por los estudiantes. El Senado nigeriano estimó el año pasado que solo en dos estados del norte, Kano y JIgawa, se consumían diariamente 3 millones de botellas de jarabe de codeína. La agencia nigeriana contra la droga que lucha contra esta epidemia incautó recientemente en Katsina, otro estado del norte de Nigeria, un camión con 20.000 botellas de jarabe de codeína. La codeína es importada, pero el jarabe lo producen en Nigeria 20 sociedades farmacéuticas. Ruona consiguió entrevistar a M. Hussan, de Bioraj Pharmaceuticals, productora de Biolin, un jarabe con codeína: “Aunque alguien quiera comprar mil cajas, no le daremos ningún recibo” Más tarde, la Bioraj Pharmaceutics negó que Hussan hubiera dicho u hecho tal cosa. También consiguió Ruona que Chukwunonye Madubuike, de Emzor Pharmaceutics, le vendiera ilegalmente en un hotel de Lagos 60 botellas de jarabe de con codeína.
A los pocos días de la publicación por la BBC de la investigación de Ruona Meyer, Nigeria anunció la prohibición de la producción e importación de jarabe con codeína, y un portavoz del ministerio de sanidad declaró a la BBC que los stocks que quedaban sólo se venderían con receta médica. También Emzor Pharmaceutics suspendió la distribución de su jarabe con codeína Emzolyn. Tres meses más tarde la Agency for Food and Drug Administration and Control anunció la retirada, en una operación que duró seis semanas, de dos millones de botellas de jarabe con codeína para la tos. Y el 18 de octubre de 2018, las autoridades anunciaron la captura, cerca de la frontera con Benín, de Chukwunonye Madubuike, el ejecutivo de Emzor en fuga desde que el programa de la BBC mostró su venta ilegal de jarabe a Ruona Meyer.
La batalla en Nigeria contra la adicción a la codeína no está aún ganada. Quartz Africa publicó el 31 de enero el resultado de una encuesta llevada a cabo por la Oficina de Estadísticas de Nigeria con financiación europea y ayuda técnica de la ONU. El 15% de los nigerianos (unos 14,3 millones de personas) consumen una “considerable cantidad” de substancias psico-activantes. Los niveles más altos se dan en las personas en edades entre 25 y 39 años. Entre los psico-activantes, en primer lugar el cannabis, pero también sedativos, cocaína, heroína y opioides en medicamentos. Y sigue siendo realidad lo que en su investigación descubrió Ruona Meyer: “los músicos cantan los efectos de la droga. Los vendedores la distribuyen en los clubs nocturnos y por las calles. Los adolescentes las mezclan con las bebidas carbónicas”.
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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