En Malí, la búsqueda de una vida mejor deja los pueblos sin jóvenes

10/11/2015 | Crónicas y reportajes

Sus tres nietos se fueron a buscar fortuna a Europa, pero esta mujer, de 72 años, no se arrepiente de su marcha, como la de tantos otros jóvenes en este pueblo de Malí. «Si no se hubieran ido, nos habríamos muerto de hambre», comenta. En este pueblo de unos 2.000 habitantes, a unos sesenta kilómetros al oeste de Bamako, muchas casas están vacías. En cada familia, «al menos tres jóvenes se han lanzado a la aventura de la emigración ilegal, en busca de poder satisfacer las necesidades de los padres», explica Ousmane Diarra, un agricultor. Delante de los campos de maíz, expone el problema: la inmensa mayoría de la gente cultiva la tierra. Al final de la temporada de invierno, no hay nada más que hacer y para «no morir de vergüenza», los jóvenes deciden irse.

Sentado en una silla de madera bajo los árboles, en un patio donde los pollos picotean y donde las mujeres machacan el mijo, Moussa Diarra, de 77 años, asistente del jefe de la aldea, cuenta que «los aldeanos consiguen el dinero necesario para que los jóvenes se puedan ir. El mes pasado, por ejemplo, vendió un buey y con el dinero recaudado, tres jóvenes han podido marcharse”.

Explica «la carrera de obstáculos» de un joven para emigrar: «conseguir dinero y acostumbrarse a la vida dura», primero busca empleo en las aglomeraciones de Malí. Luego cruzará el Sahel o el Sahara hacia Libia o Marruecos, antes de dirigirse a Europa a través del mar o de los enclaves españoles de Ceuta y Melilla.

«Cuando los jóvenes llegan a Europa, somos muy felices.», asegura, por su parte, Oumar Diarra, otro residente de 62 años.

En el tejado de la casa se levanta una antena satélite. Con orgullo, el dueño, Sika Diarra, relata: «Tengo un hijo que está en España. Es él quien nos envía el dinero, gracias a él tenemos la antena parabólica”. «Esto nos hace sentir orgullosos», agrega su esposa, señalando el panel solar que les proporciona electricidad. «Rezamos a Dios para que su hermano pequeño se vaya también a Europa. Esto es lo único que nos puede salvar. Nada más».

Años sin noticias

A una joven esposa de 15 años, con un bebé a la espalda, le preocupa no tener noticias de su marido en España desde hace dos años. «No es fácil. Pero es una elección que hay que hacer. Nuestros hijos dejan a sus esposas aquí para ir la aventura. No pueden regresar porque no tienen papeles. Así que las mujeres esperando el tiempo que sea necesario», explica Maimouna Diarra, ama de casa.

No muy lejos de ella, una niña de 7 años de edad que casi no ha conocido a su padre que reside ilegalmente en Francia desde hace 6 años.
El mes pasado, dos jóvenes de una aldea cercana se han quedado embarazadas, después de seis años, mientras sus esposos están en Europa.

«Así es la vida. Ellos están dispuestos a abandonar a sus mujeres y sus hijos para irse», explica Mamadou Keita, miembro de la Asociación maliense de deportados (AME) que ayuda a sus compatriotas a regresar al país.

«Nada puede impedir la determinación de los jóvenes a irse», insiste machaconamente, Djenaba Konaré, locutor de la radio local «Nelena» de Kodjan, que trata, en vano, de advertir sobre «los peligros de la emigración ilegal» en sus programas de sensibilización, después de perder a su hermano mayor en un naufragio en el Mediterráneo.

El razonamiento de los jóvenes es simple, reconoce esta madre de cinco hijos: ¿»Usted no quiere que nos vayamos, porque vamos a morir, pero como encontramos un trabajo aquí»? Según ella, para ellos es «más glorioso» morir en el mar que «quedarse en el pueblo para no hacer nada.»

En los pueblos de Malí, las mujeres «a su vez», son cada vez más propensas a tomar, también ellas, el camino de la inmigración ilegal.

«Tenemos que explicar a los líderes de Europa que la solución no es cerrar las fronteras», dice la Sra. Konaté, refiriéndose a la cumbre programada para el miércoles y el jueves en Malta con sus homólogos de treinta países africanos. «La solución es sentarse con todo el mundo y hablar».

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