En directo desde Zimbabue

20/04/2011 | Crónicas y reportajes

Lo que comenzó como una frívola cháchara en el pueblo sobre el té y el tabaco, pronto se convirtió en realidad, cuando el hijo de mi difunta tía trajo de contrabando un transmisor de radio chino barato de Corea del Sur. Durante una semana, lo que probablemente era la primera radio independiente del pueblo en Zimbabue, sacudió nuestro pequeño e insignificante pueblo.

En nuestro pueblo Chimanimani, en el este de Zimbabue, nunca habíamos disfrutado del lujo de escuchar la radio estatal ni la televisión de Harare, que está a cientos de kilómetros. Esta dolorosa situación ha persistido desde 1980, cuando el país obtuvo la independencia. Numerosas quejas a las autoridades de la radio ofrecieron muchas razones, pero ninguna solución.

“Su pueblo es montañoso, eso dificulta la señal de transmisión de radio”, dice alegremente un descarado funcionario del gobierno.
“Hay demasiada niebla y lluvia, estas nubes acortan las ondas de las señales”, dijo un auto nombrado “experto en comunicación”, glorificando la decisión del gobierno de aislar a nuestro pueblo del resto del país durante 30 años.

“Están ustedes demasiado lejos de Harare como para importar a nadie y pertenecen a la tribu Ndau que se está extinguiendo en Zimbabue”, dijo un honesto burócrata, que al menos descifró las mentiras de 30 años.

Como capacitados y ocupados think-tanks del pueblo, llegamos al razonamiento de que la resistencia era inútil. Mediante nuestros propios esfuerzos e innovaciones, estilo hormigas, íbamos a establecer nuestra propia emisora de radio del pueblo. Poco nos importaba la aprobación del gobierno. Después de todo, para los peces gordos de Harare, nosotros ni siquiera estábamos en el mapa. Decidimos seguir adelante, frente a la asfixiante burocracia y a las regulaciones de medios de Zimbabue que son como las de Teherán.

Así es más o menos como nuestra emisora pirata, Radio del Pueblo de Pachindau, nació para vivir una breve vida.

Intentamos juntar nuestros escasos recursos. Un transmisor de radio apropiado para emitir onda corta y FM nos costaría unos 12.000 dólares. Eso es una cifra astronómica para los vecinos del pueblo, hambrientos de información, acostumbrados a sintonizar BBC y Radio Netherlands Mundo, de la desesperación.

Un vecino anciano de ojos vivaces, superviviente de la dura guerra de guerrillas de Zimbabue en los años 70, recomendó que todos nos comprometiéramos a vender nuestro ganado, burros, cabras y gallinas para recopilar fondos para el transmisor.

Aún así, 12.000 dólares era un sueño más allá de lo imposible. Peor aún, la Radio del Pueblo de Pachindau enseguida sería víctima del vicio del gobierno si se corría la voz demasiado rápido. Decidimos actual a la velocidad del rayo.

Mi primo de 30 años, que estaba estudiando ingeniería electrónica y satélite con una beca en Corea del Sur, pronto se convirtió en el mesías de la radio del este. Había incontables tipos de aparatos de transmisión de onda corta a la venta, en los bazares de Corea del Sur, nos aconsejó amablemente. Al darnos los precios, añadió: “o casi nada”, dijo.

Aprovechando el hecho de que Corea del Sur es uno de los países mejor conectados del planeta, el hijo de mi tío convenció a sus profesores y compañeros de estudios en Seúl, de que un pueblo de algún rincón de África, necesitaba desesperadamente una máquina transmisora de radio.

Por lo tanto, sus compañeros de clase y profesores reunieron algo de dinero y le compraron un transmisor de radio chino barato, de segunda mano, que costó 2.500 míseros dólares.

Cuando mu primo introdujo a escondidas el transmisor en Zimbabue desde Corea del Sur, vía Suráfrica, no tuvo ningún problema con los escudriñadores funcionarios de inmigración. Ninguno de ellos tenía los conocimientos técnicos como para comprender que llevaba un transmisor de radio para un pueblo lejano y enfadado. Era un generador biodiesel, dijo él.

Cuando llegó al pueblo, los aullidos de deleite pronto quedaron ahogados por las discusiones. Todos y cada uno en el pueblo, desde el chico pastor hasta el sobrecargado de trabajo hombre del molino, querían ser presentadores de la Radio.

Después de que volvió la cordura se acordó que el transmisor de Radio Pachindau se pondría en lo alto de la montaña del pueblo, para dar a las radiofrecuencias mayor alcance en los duros terrenos del pueblo. El único problema era que la montaña de Dima es sagrada. Es una superficie arbolada que a veces arde por sí sola. A menudo se llevan a cabo rituales de la lluvia en la montaña, con resultados instantáneos e impresionantes.

Las emisiones perturbarán a los espíritus de los muertos, argumentó el brujo del pueblo, que sólo tiene un ojo, desesperado por cobrar la consulta.

Todo esto se dejó de lado y la Radio del Pueblo de Pachindau, con una mísera frecuencia de 7 kilómetros, empezó a emitir desde las 6 de la mañana hasta la medianoche, alimentada por un generador diesel, durante siete días seguidos. Funerales, bodas en el pueblo, ceremonias de afilado de azadas, ritmos folklóricos y, sí, Bon Jovi, así como avisos de sacrificios de ganado, nos inundaron desde la emisión de la montaña. Nos trajo alivio, alegría, locura y miedo.

Entonces, sobrevino el desastre. Alertados por los patriotas seguidores de los ex combatientes del gobierno de Harare, llegaron unos tipos que respiraban con rabia diciendo que venían de parte del ministerio de Información, de la capital, se presentaron en la montaña en mitad de la noche.

El equipo de transmisión y el generador diesel fueron incautados y el pueblo volvió a quedarse en silencio, como un sereno cementerio judío en la frondosa Nueva York.

La Radio del Pueblo de Pachindau era peligrosamente ilegal, argumentaron los atacantes de la noche. Su mera transmisión de 7 kilómetros estaba interfiriendo en las señales de radio del estado, explicaron (a pesar de que a nuestro pueblo jamás había llegado señal alguna de radio estatal).

Uno de los rumores más duros de creer es que el equipo de radio de nuestro pueblo está aparcado sin más en una oficina del gobierno de Harare, puede que como repuesto para las instalaciones en desintegración de la radio estatal de Zimbabue.

Pero el rumor más creíble lo dice todo: los que nos atacaron aquella noche eran ladrones comunes, haciéndose pasar por operativos del gobierno, para echarle mano a un equipo de transmisión potencialmente lucrativo.

Y esta es la historia de cómo la Radio del Pueblo Pachindau vivió brevemente y murió de repente. O tal vez aún viva, en algún lugar lejano, en el garaje de un ladrón, siendo pulida para ir al mercado de la chatarra.

KANYI PAMUKWENDENGWE

Kanyi Pamukwendengwe es vecina de Rusitu, licenciada y filántropa.

Publicado en Mail & Guardian, Suráfrica, el 18 de abril de 2011.

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