En África. un viaje azul marino, portugués y violeta. (6ª y última parte), por Nuno Cobre

18/04/2012 | Bitácora africana

A VECES PENSAMOS y esta vez (sólo hay una vez en la vida) antes de irnos a la mejor playa de Nachba, nos hemos acercado al libanés para que nos vaya preparando la comida, de manera que luego no tendremos que esperar. Somos unas personas inteligentes con carreras y todo eso. Informa el libanés que esta vez (sólo hay una vez en la vida) tiene langostas y Víctor se apunta. Luego seguimos en el coche de Drazen que nos ha puesto una música balcánica y folclórica este domingo por la mañana, que parece salido del país de los milagros y la claridad. Domingo por la mañana, tío. A veces los Domingos por la mañana son alegres.

Vamos avanzando por Nachba, vemos a la gente con sus colores turquesas y violetas dirigiéndose a misa, todos a la iglesia, nos asalta la vía del tren (ahí está) que va de Norte a Sur y tomamos el atajo por el que Drazen se interna con la agilidad y las agallas de un legionario. Sorteamos las dunas, nuestros cuerpos deambulan, resbalando con el Nissan Patrol, pero Drazen controla a una mano y nos deja en medio de una playa larguísima y celeste, frente a palmeras, lagunas y toda una soledad de lo más amable que tan sólo se deja salpicar por varios portugueses que se dispersan por la playa: unos jugando a las palas, otros caminando a cámara lenta en la orilla, otros perdidos. Por ahí.

Saludamos con una mano y extendemos nuestras toallas no muy lejos de Portugal, de Lisboa. Necesito caminar solo y así se lo hago saber a Víctor y Anesa a los que lógicamente les parece bien mi idea. Camino solo tratando de poner mi mente en blanco como aconseja Murakami, pero es imposible, sencillamente imposible. La cabeza se me llena de telarañas y más gente colgándose de las cuerdas de mi cerebro, saltando de una neurona a otra. Los rayos de sol disparan a matar. Enrojezco de sol. Podría seguir caminando y recorrerme toda África. Ya sólo quiero caminar.

Al volver, me doy cuenta como Víctor se va acercando progresivamente a Anesa en la orilla. La imagen de la eslovena en bañador es un regalo de la vida y Víctor sigue acercándose hasta ella. Los veo ahí, lejanos, cómplices, departiendo fluidamente pero nunca pasa nada entre ellos. Nunca pasa nada. Más tarde, tanto Anesa, Víctor como yo, nos alejaremos un poco de nosotros mismos, casi sin darnos cuenta, buscando la inspiración que da el descanso. Yo me quedaré tendido sobre la arena mirando al cielo y al sol, Anesa se quedará leyendo Días de Invierno de Paul Auster y Víctor se quedará en la orilla mirando a la arena, a la espuma, dándole pataditas a las minúsculas olitas que se forman en la orilla, pensando, dándole vueltas al coco. Pataditas tras pataditas. Y al fondo, los portugueses, perdidos, incrustados también en este mundo. Todos respirando silenciosamente.

Vuelve Drazen con su expresión bondadosa tras el cristal y nos dirigimos al libanés, esta vez sin despedirnos de los portugueses. Parece que Víctor acertó a la hora de pedir langostas porque no abre la boca mientras zampa. Anesa se lleva una decepción con su pollo que huele a un quemado curioso, un quemado tonto. Mi pescado está bien, devoro en frente del mar y disfrutamos del café libanés que nos depura interiormente. Luego.

Parece que ha llegado el momento de irse. Parece que ha llegado el momento de volver a la capital. Anesa abraza a Drazen, nosotros les chocamos esa cinco, al fondo un niño negrito imita mis gestos y de pronto me pongo a hacer el indio con mis manos y el niño me sigue haga lo que haga, el Michael Jackson, el Robocop, el break dance y todo lo que sea, que acaba en una sonrisa y una lección de vida.

A la vuelta pido The Doors, y me resultan un grupo malísimo, lento, aburrido. En medio de los baches, los tumbos, los tropezones me decepciona hasta L.A. Woman. No sé lo que pasa. No sé nada hasta que la puesta de sol me va reconciliando con las virtudes y las oportunidades, las ocasiones. Respiro. “Y de esta manera Nuno, recuerdo que yo Iván, el hombre que a veces se cansa, puedo ver de vez en cuando arcoíris, tartas de chocolate, fotos desvaídas, mujeres de los 60 y playas celestes. Y camino”. Alrededor de una mesa redonda y de plástico. Bebemos con V unas cervezas Asoc. Los ojos se abren y adoptan la forma de grandes óvalos azucarados. Fin.

Originale en : Las Palmeras Mienten

Autor

  • Nuno Cobre

    Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

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