En África. un viaje azul marino, portugués y violeta. (3ª parte), por Nuno Cobre

27/03/2012 | Bitácora africana

PRONTO DESCUBRO QUE NO HAY NI UNA TÍA POR AQUÍ, excepto una pelirroja con pecas de aspecto irlandés, mantequilla y lejana. Hay un cierto aire castrense, campo nabos, y gente que va y viene sonriendo por todos lados. Estamos exactamente dentro del cuarto que quiere ser bar, rodeados de banderitas chillonas que cuelgan del techo, humus en la barra, más sonrisas y en la tele aparece Jerry Lee Lewis llenándonos de marcha y subidón.

Las paredes se llenan de fotos del personal de la fábrica de plásticos agasajando a niños de la comunidad que aparecen sumando tres más cuatro o saltando a la comba. Me tocan el hombro. Un portugués me dice que vivió en Madrid en los años 80 y que le gustaba Radio Futura y la movida madrileña. Sus declaraciones me llegan interrumpidas por frases de Anesa que ha encontrado a un vecino de Bosnia con el que departe animadamente. Todo es perfecto. Hay un aire amarillo dentro del cuarto. Todo es perfecto. Ves algo amarillo dentro del cuarto.

Jerry Lee Lewis se está saliendo con el Whole lotta shakin going on, arde el piano ma friend y un tipo bajito y rubio pasa por delante nuestra a cada paso ofreciéndonos trozos de carne. La carne más tierna y jugosa que jamás probé. También hay cervezas gratis y gente que va del cuarto amarillo a la terraza negra y de la terraza negra al cuarto amarillo. Cada vez que se abre la puerta del cuarto amarillo, diviso a un tipo en la terraza dándolo todo con guitarra en mano y rodeado en la oscuridad por más portugueses. El contraste entre el amarillo del cuarto, los adrenalinazos de Lewis y la imagen intercalada y oscura del guitarrista, son de esos misterios que.

La gente es de lo más agradable. Gente de lo más agradable que ha construido una vía de tren que atraviesa el país de Norte a Sur para facilitar la exportación de los plásticos a Europa, a América. Gente de lo más agradable que acumula millones y millones en tiempo record. Millones que alguien tocará. Una vía de tren. Tres más cuatro. Gente de lo más agradable que en medio de esta noche negra, azul marina brinda contigo compartiendo el silencio y la soledad del guerrero, revelándote la humanidad solidaria, encendiéndote un cigarrillo y ofreciéndote otro trozo de carne, diciéndote que los llames cuando vayas a su país a donde ya estás invitado. Amigos.

Hay otros, muy pocos, que tienen otras caras. En la terraza negra, casi en silencio, me quedo escuchando al de la guitarra que nos emociona con el Tears in heaven y observo a un tipo de largas piernas en la esquina con esas caras que ponemos cuando no estamos a gusto en un sitio, en un país, cuando la lucha entre los intestinos contra el hígado, un oído contra el otro, el dedo meñique contra el dedo corazón, tú contra tú y la expresión agrietada. “If you saw me in heaven”, ¿sabrías mi nombre si me vieras en el cielo?, cantan al lado. Un paraguayo me dice, “antes de África estuve en Arabia Saudí. Voy de manicomio en manicomio. Aunque aquí al menos uno puedo beber cerveza tranquilo, mirar a una mujer. Aquí no me sacan de los hoteles a patadas como allí. Pero ya son muchos años, estoy cansado”.

Gente estupenda. Paraguayos estupendos que de pronto se ponen a hablar en portugués con otros portugueses en medio de una noche azul marina y violeta y cuando escucho esas frases cortas, lusas, no sé de que va esto, a qué viene esto en medio de una pseudo terraza, en medio de una pseudo nada. Dentro del cuarto amarillo se escuchan gritos, silbidos, retumbares de manada, los fabricantes de plásticos expulsan el estrés del lunes, del martes, del miércoles…

Respecto a Víctor, lo dejé hablando con Anesa. Lo imposible nos pone. Nada nuevo. En un momento dado, la eslovena se ha puesto a hablar conmigo muy rápido, con mucha confianza, pero me he notado lento, casi desganado y Anesa se ha ido escorando y al final ha acabado fumándose tres cigarros con Víctor que también ha sido envenenado por los sonidos de la guitarra que continúa. Recordarías mi nombre si me vieras en el cielo.

Ya sólo nos queda el Always y Drazen el padre, decide acercarnos. La gente estupenda nos despide con abrazos, sonrisas, miradas que sólo surgen en el espacio, en las galaxias, en las pseudo nadas. Nos dirigimos al Always sin ganas, ya no tenemos veinte años. Sólo Anesa está animadísima “por supuesto que vamos al Always chicos”. Y vamos al final porque en realidad Víctor y yo sabemos que nos vendrá bien el cuchitril del Always, por aquello de salir, coger aire y otras suecas. Drazen nos deja en la puerta y se despide hasta mañana.

Al Always entramos apoquinando y de pronto nos encontramos en estas cuatro paredes que nos ofrecen una sala de baile dominada por una bolita de espejos en lo alto y una barra al fondo a la que se llega subiendo un escalón. Siempre los escalones. Eso es todo. Shakira cantando el Waka waka, ritmito, cervezas Asoc y un tipo blanco y calvo que me dice algo y cuando le respondo en español porque estoy cansado del inglés, se me abalanza entre vítores y fiestas confesándome que su padre es cubano. El nota me da entre abrazos y empujones y no estoy seguro si está loco, si lo conozco o si nos vamos a dar unos puñetazos ahora mismo.

Original en : Las Palmeras Mienten

Autor

  • Nuno Cobre

    Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

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