Emigrantes subsaharianos: Según el color del cristal con que se mira, por Ramón Echeverría

19/12/2016 | Opinión

18 diciembre, Día Internacional del Migrante

Emigrantes: ¿Operación de repatriación o de expulsión masiva?”, era el título del periódico argelino El Watan el 9 de diciembre. Se refería a la operación de repatriación número 53 llevada a cabo tres días antes, en la que 989 emigrantes subsaharianos de diversas nacionalidades, entre los cuales 45 mujeres y 85 niños, habían sido “acompañados” desde Argel hasta el centro de acogida de Tamanrasset, en el Sur del país, y más tarde a la pequeña ciudad fronteriza de In Guezzam. Desde allí las autoridades de Níger los llevarían a Agadez, famosa ciudad del desierto en el centro de Níger, para ser enviados hacia sus respectivos países. 19116 emigrantes han sido repatriados desde 2014 con este tipo de operación.

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En El Watan aparecían dos valoraciones contrapuestas de lo ocurrido. La asociación « Unión, Acciones y Juventud – Argelia » lo calificaba de « Operación de humillación, violación grave de los derechos de los emigrantes y de los compromisos internacionales de Argelia”. Mientras que la presidenta de la Media Luna Roja argelina Saïda Benhabylès señalaba que el trabajo llevado a cabo por el centro de acogida de Tamanrasset en favor de los emigrantes daba la primacía a la dignidad humana. 46 voluntarios de la Media Luna Roja habían participado en las dos últimas operaciones.

Más tajantes eran los periódicos digitales subsaharianos. Así el maliense Malijes acusaba el 13 de diciembre: “Expulsiones masivas de emigrantes subsaharianos en Argelia: La ingratitud de los herederos de Hamed Ben Bella para con sus hermanos africanos”. Y ese mismo día, el guineano Lejourguinée publicaba un artículo del periodista marroquí Farid Mnebi con el título: “Batida a gran escala en Argelia. Indignación de la comunidad internacional”. Se refería a las reacciones de Human Rights Watch y otras ONGs, varias marroquíes. Aunque en realidad la prensa internacional apenas ha mencionado el asunto: Jeune Afrique en mayo de 2014, “Racismo: ¿Argelia tierra de acogida por los emigrantes subsaharianos?”; France 24 el pasado 28 de marzo en su sección “Observadores”: “Emigrantes subsaharianos víctimas de una expedición punitiva argelina”; y Le Monde, que el 9 de marzo, citando a la gendarmería argelina, daba algunas cifras: 150.000 subsaharianos en Argelia, de los cuales un 43% vienen de Camerún, y los demás de Níger, Nigeria, Malí, República del Congo y Costa de Marfil.

Como la de los otros países del Magreb, la de Argelia es una situación delicada. Es tierra de emigrantes. Según Bernard Emié, embajador de Francia en Argelia, “son cerca de siete millones el número de franceses con un lazo directo con Argelia”. Pero al mismo tiempo, como lo recordaba la semana pasada Benjamín Stora, nacido en Argelia, y desde 2013 inspector general de la Educación nacional francesa, “Argelia, con sus 1400km de frontera en el Sur y 1200km al Norte, está en primera línea frente a la inmigración clandestina”. Y no se puede pretender que las autoridades argelinas, con mayores problemas económicos internos y menores recursos que los países europeos, resuelvan mejor que estos los problemas y las ambigüedades inherentes a la emigración.

Una ambigüedad es semántica. Naciones Unidas calcula que hay unos 235 millones de emigrantes en el mundo. Jordania ha acogido unos 600.000 refugiados, el Líbano y Turquía cerca del millón y medio. Los emigrantes subsaharianos son unos 22 millones, de los cuales el 75% ha buscado refugio en otro país subsahariano. Emigrantes y refugiados huyen según los casos de la guerra, la opresión, la pobreza… o de todas ellas a la vez. ¿Pero cómo y por qué distinguir entre “emigrante” y “refugiado”? ¿Sería el primero aquel que teme morir de hambre y el segundo el que huye por temor a las balas?

Otra ambigüedad se da en la percepción de quienes reciben a los emigrantes. Según The Economist, alemanes, británicos y españoles consideran positiva para sus países la aportación de los emigrantes. Piensan lo contrario polacos, griegos, italianos y franceses. Comparando lo que el gobierno británico había recibido de los emigrantes y gastado en ellos entre 1995 y 2011, el resultado da un saldo positivo de £6.4 miles de millones. El saldo es negativo, £591 miles de millones en lo que concierne a la aportación y gastos de los británicos nativos.

Dos datos importantes hacen que aumente la contribución de los emigrantes subsaharianos a las economías de los países receptores. La emigración se ha hecho también femenina: casi el 50% para el conjunto de Africa subsahariana y del 30% para los países que rodean el Sáhara. Y entre 2000 y 2010 se ha multiplicado por dos el número de emigrantes subsaharianos con educación secundaria, cerca del 37% en la actualidad. El desarrollo económico y humano de los países subsaharianos hace que aumente el número de quienes desean emigrar y tienen los medios económicos para hacerlo. En 2013, el UNHCR calculaba que llegar hasta Libia costaba entre $200 y $1000 a quienes procedían del Africa Occidental, y entre $200 y $2000 a los originarios del Cuerno de Africa. El coste del posterior pasaje hacia Europa podía oscilar entre varios cientos y varios miles de dólares.

Está finalmente la ambigüedad misma de toda acción que pretende ser humanitaria en favor de los emigrantes. El último ejemplo nos viene de Marruecos. Este miércoles 15 de diciembre el gobierno marroquí ha lanzado una amplia y generosa campaña de regularización. Podrán acogerse a ella, además de quienes tengan en el país parientes en situación regular, los que lleven 5 años viviendo en Marruecos, y quienes padezcan enfermedades crónicas. Visto desde Argelia, la iniciativa huele a intento de aumentar la influencia en los países subsaharianos y de atraerlos hacia la posición marroquí en la cuestión del Sahara. Visto desde Europa se piensa en seguida en el “efecto llamada” que tal vez Marruecos no ha previsto. Y de manera más general cuando de emigración se trata, ni las iniciativas de Marruecos ni las de los países europeos parecen dar una respuesta adecuada a la pregunta que nos hacemos desde los años 90: ¿Cómo controlar y parar lo imparable?

Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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