Intentos desesperados por dar el último salto
La tragedia de Lampedusa y los intentos desesperados por dar el último salto y pasar las fronteras de Ceuta o Melilla, han puesto los focos sobre la trágica realidad de la migración por la frontera Sur: Sueños de vida mejor rotos, cuerpos desgarrados y vidas perdidas en esas inmensas tumbas a cielo abierto, en las que se han convertido las aguas del Mediterráneo y las arenas del Sahara.
Estos acontecimientos, nos reenvían una vez más, la insolidaria y horrible imagen de una Europa que se cierra y se blinda cada vez más, para proteger las fronteras sea cual sea el coste en vidas humanas. Una Europa que coopera para contener los flujos migratorios, con terceros países que no se distinguen por el respeto de los derechos humanos como Libia, Argelia y Marruecos. Una Europa que mira hipócritamente hacia otro lado ante los abusos: maltrato, expulsiones irregulares y hasta abandonos en pleno desierto…
Los últimos acontecimientos de Ceuta nos muestran que, en cierta medida, también Europa está dispuesta a cometer abusos, que nos han indignado y avergonzado, como los medios inhumanos para reprimir la entrada y las expulsiones “en caliente” hacia Marruecos, sabiendo la suerte que allí espera a los emigrantes.
Hemos oído discursos falaces que crean miedo y alarma social por “la avalancha que viene de África”, “la marea que puede sumergirnos”, a pesar de que se puede decir que sólo un 3% de los emigrantes que entran en Europa vienen del continente africano y que la frontera sur de Italia recibe cinco veces más inmigrantes que España.
Es cierto que Ceuta y Melilla están sometidas a una gran presión. Según el informe de Apdha (Asociación pro derechos humanos de Andalucía) en ellas se concentraron en 2013 casi el 60 % de las entradas de inmigrantes irregulares en España. Pero eso no puede justificar ni las alambradas con cuchillas, ni los tiros con pelotas de goma, ni los botes de humo sobre personas agotadas y asustadas que a duras penas intentan mantenerse a flote y alcanzar la playa…
Para llegar a las vallas los subsaharianos han recorrido un largo y peligroso camino.
Un camino que puede durar varios años. Para atravesar el Sahara se puede partir desde Gao (Malí) o desde Arlit (Níger) para terminar en la ciudad argelina de Maghnia. Esta ciudad es el punto de concentración de grupos de migrantes que quieren entrar en Oujda (Marruecos) para pasar a España. Un salto cada vez más complicado y peligroso a causa de unas políticas migratorias centradas en impedir la entrada a Europa, y que obliga a los emigrantes a tomar rutas cada vez más arriesgadas y que los deja a la merced de las mafias que trafican con personas.
Redes de pasadores tuaregs muy bien organizados se encargan del tráfico en cada etapa. Los emigrantes tienen que hacer largas etapas, amontonados en camionetas inconfortables, sin apenas agua ni comida. Para evitar los controles policiales, en algunos tramos tienen que caminar. Si los roban o se les termina el dinero, están obligados a hacer altos, más o menos largos, en ciudades o en oasis, para trabajar y ganar algo para proseguir el viaje y pagar guías o dueños de pateras.
Para las mujeres el camino migratorio es especialmente duro por la violencia sexual a la que están expuestas.
Paolo Macario hizo un interesante trabajo de campo siguiendo varios tramos del trayecto migratorio a través de Argelia. Su informe, “Las migraciones clandestinas a través de Argelia”, recoge de primera mano testimonios sobre mujeres que seguían la ruta que atraviesa el Sahara. No le fue fácil acercarse a ellas, ya que vivían más escondidas que los hombres y ciertos grupos hacían todo lo posible para que no se les acercasen extranjeros que pudiesen descubrir tráficos ligados a la prostitución.
Un fenómeno muy complejo del que Macario señala varias modalidades. Para muchas mujeres, la prostitución es un medio de supervivencia y condición para seguir el viaje. Algunas son obligadas por los hombres que las acompañan. Otras fueron captadas por redes de tráfico, la mayoría con engaños, para ser destinadas especialmente a Italia o España para ser introducidas en el circuito de la pornografía y de la prostitución. Industrias que mueven miles de millones.
Todo está muy bien organizado, en cada país atravesado las mujeres son “acogidas” por proxenetas que trabajan para la red.
Sonia Herrera, también nos habla de la violencia sexual sufrida por las mujeres, en el cuaderno publicado por Cristianismo y Justicia de febrero 2014: Atrapadas en el limbo: mujeres, migraciones y violencia sexual. En la parte que concierne África, Herrera se apoya en un informe de Médicos sin Fronteras de 2010 y en documentos del Servicio de Acogida de Emigrantes de Casablanca del mismo año, del que recoge un testimonio que refleja muy bien lo que pueden vivir muchas mujeres que hacen la ruta:
« Malí fue la primera parada larga: la ciudad de Gao, allí pasé tres meses…Había muchas chicas de países diferentes. Estábamos en una pequeña casa, esperando. Me dijeron que iban a Europa como yo. Me sorprendió encontrar a tantas chicas que viajan a Europa para ir a la escuela. Todavía recuerdo la forma en que empezaron a reírse de mí cuando les pregunté qué tipo de estudios les gustaría seguir en Europa. Fue entonces cuando comprendí que la prostitución sería mi futuro más próximo…
Llamé a “mi mujer de contacto en Europa y le pregunté de qué se trataba. Entonces ella me dijo que me iba a dar la educación prometida, pero que tenía que trabajar para ella. Dijo que si yo no quería seguir el viaje podía volver a casa y eso es lo que decidí hacer inmediatamente. Pero entonces todos mis problemas empezaron: ella no envió más dinero y se llevaron todos mis papeles, así que no podía caminar libre, no podía volver a casa. Estaba sola, varada en Gao. No tenía ni siquiera la dirección de mi familia y además sabía bien que no podía pedir ayuda, porque no tenía medios…
En dos semanas llegué a Maghnia, en la frontera entre Argelia y Marruecos, y allí tuve que esperar 3 meses más. En las afueras de Maghnia había un gran campamento para los migrantes: era un lugar enorme en ese momento (noviembre de 2004). Aquel no era un buen sitio. Me arrepentí de haber dejado Gao: ¡esto era aún peor! ¡Estábamos en el infierno!
Muchas personas murieron en ese campamento de Maghnia. Los hombres eran los únicos autorizados para ir en busca de comida y agua. Las mujeres tenían que permanecer en el interior, bajo llave. Dormíamos y comíamos, eso era todo. […] Como mujer, he de decir que fue una época difícil para mí. Aprendí a fingirme enferma para mantener alejados a los hombres. Mi embarazo no fue suficiente para protegerme…Algunas chicas fueron golpeadas y heridas con cuchillos cuando trataron de evitar tener relaciones sexuales con los hombres del campamento. Yo me escondía…No había manera de salir de allí: una cárcel para los migrantes en la frontera con Marruecos…
A principios de 2005 estaba lista para superar el último obstáculo que bloqueaba mi entrada a Europa. Pero había algo que no cuadraba: después de este largo viaje, ya sabía que las personas que estaban pagando por mí querían que me metiese en la prostitución, pero esa no era mi idea. Yo había tomado mi decisión: una vez en Europa me escaparía una vez más y elegiría mi propia vida. Prostitución: ya lo había intentado y no era una opción para mí.
La gente de Europa organizó el último paso: tenía que ir a Tánger, vivir en el monte con mi bebé y desde allí, coger el barco hacia España” (1)
El relato de esta joven nos permite ver lo que supone para muchas mujeres el camino que conduce a las puertas de la Europa con la que soñaron. El sueño que las puso en marcha no tardó de convertirse en pesadilla.
(1) Diez barcas varadas en la playa. Diez relatos sobre la migración africana subsahariana, Service Accueil, Migrantes (SAM) de Casablanca en 2010.