El yihadismo ha venido para quedarse, por Fernando Díaz

21/07/2016 | Bitácora africana

Los atentados como el de la semana pasada en Niza, o los de París o Bruselas, entre otros, pueden parecer un hecho excepcional si nos conformamos con nuestra visión eurocentrista. Si lo hacemos, pensaremos que la única estrategia para combatir hechos como los que nos ocupan pasará por la guerra abierta y el conflicto militar directo. Hollande, presidente francés, lo ha hecho así. Imitando a Bush, ha elegido que la respuesta fallecidos por ataques yihadistas sean las imágenes de cazas franceses bombardeando Siria –y a quienes aún viven allí. Pero, por mucho que nos conmueva, los atentados como el de Niza no son un hecho aislado sino fruto de un problema global que está íntimamente relacionado con el sistema de relaciones internacionales que los gobernantes han ido construyendo a su paso. No se trata de halcones contra palomas, de realistas contra idealistas o de pragmatismo contra buenismo. Se trata de abordar los problemas en sus múltiples dimensiones. De no hacerlo así, el yihadismo y los atentados masivos, de alta o baja intensidad, han venido para quedarse en nuestras vidas. Ya podemos comenzar a asumirlo.

La búsqueda de soluciones para problemas complejos requiere de análisis complejos, y no cálculos demoscópicos sobre la imagen del presidente de turno. La respuesta al yihadismo tiene que ser holística, tiene que combinar acciones de carácter militar con acciones de carácter político, pero sobre todo tiene que modificar nuestra política exterior a la vez que cambia nuestros sistemas políticos. Europa Occidental no salió de la oleada de terrorismo de la segunda mitad del siglo XX gracias a una ofensiva militar y policial, sino a unos cambios políticos y sociológicos que deslegitimaron la lucha terrorista. En este sentido, aquí van algunas claves que aportar al debate.

1. Cortar la venta de armas.

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El control de armas y de la industria armamentística no funciona. Europa Occidental arma a los regímenes que financian el yihadismo internacional. Y lo hace sin rubor. España, por ejemplo, exportó en 2013 algo más de 230 millones de euros en armamento a la región de Oriente Medio.

Los diferentes gobiernos democráticos de España no han dudado en apoyar la expansión de la industria armamentística española en Oriente Medio, aún a riesgo de contribuir a la inestabilidad de esta región altamente conflictiva y dominada por dictaduras. A esta estrategia ha contribuido la Casa Real, con varios viajes diplomáticos acompañados de empresarios del sector de la seguridad. Es decir, estamos ante una política de Estado, la de armar a los diferentes bandos de Oriente Medio. Contribuimos a que aquella tierra sea una tierra quemada, a la represión de ciudadanos y movimientos políticos democráticos en la región. Yemen, Bahréin, Siria… son conflictos en los que intervenimos de una manera determinante, aunque nos cueste ver nuestra intervención. Y está claro que es una política de Estado, porque es un hecho que no ha cambiado con ningún gobierno o jefatura del Estado.

Además, España también dispone de eso que Roosvelt denomino complejo industrial-militar. A nuestra escala, evidentemente. Pero la muestra más clara es el nombramiento de Morenés como Ministro de Defensa. Un exdirectivo de empresas armamentísticas dirigiendo al mayor contratista estatal, a la institución que debe autorizar cualquier transacción internacional del sector privado. Así nos va. Así les va.

Si no somos capaces de formular una política de Estado que cambie radicalmente con nuestro posicionamiento en este aspecto, que libere al gobierno de sus ataduras con el complejo industrial-militar, al tiempo que promovemos el control internacional de armas, no estaremos contribuyendo al fin del yihadismo, como parece que queremos hacer.

2. Bloquear el flujo del dinero.

Hoy por hoy es Daesh lo que nos preocupa. Antes era Al-Qaeda. Y entre medias, los diferentes grupos armados yihadistas. Repasar esta lista puede parecer ridículo, porque llevamos relativamente poco tiempo combatiendo contra uno de estos enemigos cuando ya nos tenemos que preocupar del otro, y el que nos ocupaba hasta entonces comienza a desaparecer. Cambia la nomenclatura, las formas y quizás hasta los escenarios físicos, pero persiste el problema. Aún hay más grupos yihadistas muy activos. Está Boko Haram, está Al-Shaabab… y están las quintas columnas, de las que hablaremos luego. En definitiva lo que pasa es que no abordamos el problema en su conjunto.
Podemos bloquear las cuentas de Al-Qaeda, o las de Daesh… pero lo importante es cerrar el grifo wahabista que las abastece. Necesitamos aislar a las dictaduras árabes que reprimen con nuestras armas y a las que les compramos todo el petróleo que podemos. Pero eso tiene el peligro del colapso de nuestras sociedades, yonkis del oro negro.

Aislar a Arabia, por ejemplo, comportaría perder capacidad energética en un momento en el que, si se trata de una acción combinada, el petróleo subirá de precio. Para poder afrontar este paso, cada Estado necesita reducir su dependencia del petróleo. Es la hora de la revolución verde. Si no para salvar el planeta, para acabar con el yihadismo.

En la medida en que consigamos depender menos del petróleo, podremos atajar los conflictos wahabistas y ganar la guerra ideológica. Sin hacer desaparecer el petróleo de nuestras economías, seguiremos estando secuestrados por los wahabitas.

3. Ayudar a las resistencias internas.

Tanto Daesh, como las dictaduras arábigas o los territorios controlados por terroristas tienen poblaciones que están ofreciendo resistencias de diverso tipo. Se trata de apoyar la resistencia y los movimientos democráticos de estos países. Y de hacerlo económica, política y militarmente. Y cuando decimos militarmente, lo hacemos a través de tropas terrestres internacionales al servicio de los intereses de la población civil, no al servicio del jefe militar que lidera la misión, ni al servicio del grupo de países que envían tropas.

Y, tan importante como apoyar a estos grupos democratizadores y resistentes durante la caída de cada régimen, es no imponer una visón tecnócrata y liberal de democracia y de sistema económico una vez haya pasado todo. Que cada pueblo encuentre su forma de organizarse, en lo político y en lo económico, siempre garantizando los derechos económicos, sociales y culturales, al tiempo que los políticos.

Hacemos esta advertencia porque es frecuente que se piense que la solución a un conflicto consiste en la reconstrucción del Estado existente anteriormente y que, obviamente, fue el que no supo canalizar el conflicto. Y también porque todo el complejo de construcción de paz que la sociedad internacional implementa hoy día está fuertemente basado en el capitalismo de libre mercado y la democracia liberal, impuestos ambos desde la lógica donante-receptor –se pueden leer los libros de Itziar Ruiz-Giménez Arrieta, o de Mark Duffield para una buena advertencia sobre qué no hacer a la hora de reconstruir tras la guerra.

4. No ayudar a criminales de guerra.

En la misma línea, si lo que pretendemos es ayudar a las poblaciones a autogobernarse y que pasen sobre el conflicto, no podemos obligarles a que acepten a criminales de guerra como miembros legítimos de su sociedad.

No podemos restaurar a Al Asad como si nada de lo que hubiera ocurrido en Siria estos años hubiera pasado. No podemos crear macrogobiernos exógenos de transición que den cobijo a quienes se han ganado un nombre asesinando y persiguiendo a la población civil.

Las sociedades, aún en sus peores momentos, tienen líderes que han renunciado a la violencia. Se trata de prestarle todo el apoyo internacional posible para que puedan ver su voz imponerse sobre las balas.

Aquí es donde cada vez es más importante el encuentro entre sociedades civiles de todos los países. La construcción de un contrapoder global se hace en base a la construcción de contrapoderes sociales en cada Estado particular. Quizás sea hora de crear ONG que, en lugar de luchar por construir –necesarios- pozos, construya vínculos entre movimientos de base de otras latitudes.

5. Apoyar a las fuerzas milicianas kurdas.

En este sentido, hay un actor clave dentro del conflicto con DAESH que ha sido deliberadamente abandonado por la política europea en la región. Las milicias kurdas son lo más parecido a un movimiento social que puede existir en la zona. Llevan mucho tiempo combatiendo en el terreno a DAESH, al que se le ha añadido el ejército turco. Atrapados entre dos actores que pretenden su eliminación total para conseguir eliminar el peligro de división del Estado turco o la consolidación del territorio islamista.

6. Permitir la libre llegada a Europa a los refugiados y refugiadas.

Si bien el derecho a la libre migración por motivos económicos –un derecho inalienable de cualquier persona- exigiría de la sociedad europea un nivel de empatía para con las sociedades perdedoras de la globalización que, hoy por hoy, es inalcanzable, recuperar el sistema de refugio y asilo que, hasta hace poco más de 20 años existía, sí que es posible.

En ese sistema de refugio y asilo surgido del fin de la Segunda Guerra Mundial, y que los gobiernos liberales han ido limando durante décadas hasta hacerlo inviable, las personas no debían hacer miles de kilómetros por tierra o jugarse la vida por mar para alcanzar territorio europeo. Estamos hablando de la Directiva 2001/51/CE, la cual impide que las personas perseguidas se suban a un avión camino de un país de la UE. Lo explica muy bien este video.

7. Abrir nuestras sociedades a los refugiados.

La política europea contra los refugiados -sí, contra los refugiados- ha convertido en socio de honor de la UE a un país tan represor como Turquía. Más aún después del extraño Golpe de Estado de este fin de semana. Urge un cambio en la gestión de la crisis de refugiados en territorio europeo, y ha de ir acompañado de un abandono de los apoyos a Erdogan y su régimen represor de libertades y atacante del pueblo kurdo.

La acogida de refugiados, más que como elemento mercadotécnico que alguno ha sugerido –con el supuesto de que mejoraría la imagen de maltrato de los gobiernos europeos al pueblo islámico o árabe- ayudaría a establecer un marco de derechos y legitimará otras acciones subsecuentes de los gobiernos europeos –como algunos de los puntos propuestos aquí.

Por otra parte, abandonar a Erdogan y ayudar al pueblo turco a levantarse contra el régimen opresor impuesto desde Ankara, y contra el manu militari que otros sectores quieren imponer, permitiría que las milicias kurdas retomaran el objetivo de desterrar al DAESH y liberaría las manos en la región a los gobiernos europeos, que ahora ven limitados sus movimientos por su atadura a Erdogan en la política anti-refugiados.

8. Incorporar a las poblaciones islámicas a nuestro sistema político y social.

¿Cuántos comentaristas o articulistas en los medios de comunicación –públicos o privados- son musulmanes? ¿Cuántos son inmigrantes o han solicitado refugio? ¿Cuántos de ellas son mujeres? La opinión pública está dominada, generalmente, por hombres blancos que se dividen en dos grupos: liberal-conservadores y progresistas-solidarios. Si el primer grupo pretende hablar en nombre de la sociedad de acogida –o más bien la sociedad de rechazo-, el segundo loa las iniciativas solidarias basándose en un principio de justicia. Pero ambos coinciden en una cosa: no reflejan la voz de los musulmanes que viven entre nosotros.

Podemos hablar todo lo que queramos sobre el esfuerzo que deben hacer las personas musulmanas para integrarse en nuestra sociedad, pero la realidad es que somos nosotros quienes no las dejamos integrarse.

Permitir que la opinión pública tenga acceso a una diversidad de puntos de vista y de diferentes modos de vida es tan sencillo como que la radio y televisión pública incorpore tertulianos islámicos, árabes, subsaharianos, que ya viven entre nosotros. Tan sencillo como que un diario cuente entre sus columnistas habituales a nombres del sur político de este planeta. Si nos entusiasman los artículos de Owen Jones, y nos volvemos locos con las cuatro ideas políticas de Varoufakis, ¿qué no daríamos por conocer la opinión semanal de gente como Amin Maalouf o Nawal Saadawi?

También es importante mirar la composición de los parlamentos y demás instituciones democráticas. ¿Cuántas personas musulmanas hay como representantes? ¿Cuántas personas del sur político? Que las fuerzas políticas, de la nueva o de la vieja política, incorporen personas de otras latitudes o de otras religiones es un proceso que implica tiempo, decisión y esfuerzo. Pero que los actuales representantes ofrezcan su espacio y permitan que la voz de las comunidades musulmanas y del sur que viven junto a nosotros llegue a toda la sociedad, se puede hacer mañana mismo. Convocando un acto político junto con ellas, convirtiendo la visita de una figura institucional –una alcaldesa, un presidente de autonomía, un representante político- en un acto público y permitiendo que los medios se interesen por su visión del mundo. ¿Cuántos cargos políticos han ido a celebrar el Ramadán junto con las comunidades musulmanas? Pues eso.

9. Combatir la islamofobia.

Abandonar el buenismo es una de las reclamaciones de la derecha más radical. Y puede ser una buena idea. Especialmente el buenismo sobre nuestras mismas sociedades. La población musulmana es la nueva minoría perseguida por nuestra sociedad, y debemos afrontarlo así.

Si en lugar de aprobar decretos y normativas que impidan llevar velos en centros públicos, nos dedicáramos a aprobar e implementar normativas contra la islamofobia, y nos escandalizáramos cuando se ejerce el racismo y la persecución contra esta población, como correctamente hacemos, cuando se ejerce la judeofobia, quizás tendríamos menos cosas a reprocharnos y lograríamos un debate serio y tranquilo sobre la inmigración, los refugiados y nuestro papel como Estado en el mundo.

Es imprescindible que las manifestaciones o declaraciones islamófobas salgan caras. Social y penalmente. Fomentar el odio sólo fabrica más odio. Y entre este ruido, no podemos hablar ni debatir con la serenidad requerida.

10. Combatir la pobreza y la exclusión social.

Y, por último, dejad de pensar que el terrorismo es la expresión de una lucha de religiones o civilizaciones. Si nos paramos a analizar la historia de vida de quienes han perpetrado los últimos atentados en Europa, observaremos una constante: son nacidos en territorio europeo, pero criados en la exclusión social, la precariedad y la pobreza.

Para que exista el paso de la anomia social provocada por la exclusión permanente a la actividad terrorista tienen que pasar muchas cosas, no es una cuestión unicausal. Sin embargo, lo que es una constante es que la exclusión social juega un papel muy importante.

Luchar contra la exclusión comporta luchar sin distinción de poblaciones y de manera política y absolutamente prioritaria, y hacerlo en 7 ámbitos concretos de nuestra sociedad:

– Ámbito Económico.

– Ámbito Laboral.

– Ámbito Formativo.

– Ámbito Sociosanitario.

– Ámbito Residencial.

– Ámbito Relacional.

– Ámbito de Ciudadanía y Participación.

(Para un despliegue de estos 7 ámbitos, imprescindible leer el primer capítulo de este informe dirigido en su día por Joan Subirats – enlace a un PDF).

Una tarea imposible.

Estos diez puntos son sólo retos ante una intervención que, evidentemente, será más compleja. Son parte de una decisión que debemos tomar: o actuamos de manera holística con respecto al fenómeno del yihadismo, o fomentamos que estos diez aspectos –y otros relacionados- monopolicen la agenda política de los próximos diez años, o ya podemos comenzar a acostumbrarnos a los atentados yihadistas. Estos sucesos no se van a parar a no ser que cambiemos sus condicionantes a nivel global y local. Es algo que tenemos que asumir como ciudadanos y ciudadanas. Y, desde luego, un absurdo pacto de fuerzas políticas no lo va a evitar.

¿Qué hacer, entonces, ante tales recetas tan absolutamente dispares unas entre otras? ¿Cómo asumir el trabajo en todas estas áreas al mismo tiempo? Ninguna organización civil, y menos ninguna persona, puede asumir por sí misma estos diez retos a la vez. Pero sí puede asumir un trabajo focalizado en alguno de sus aspectos, sea el apoyo al pueblo kurdo, el cambio de modelo energético, el cambio político sobre la crisis de refugiados o la lucha contra la exclusión social y la pobreza.

Como dijo en su día JohnGray, el terrorismo yihadista es parte de nuestro ADN como civilización moderna. Debemos asumir que será una lucha contra nosotros mismos, sin un ellos en el que no nos reconozcamos, y será difícil, sin duda.

Original en : El Señor Kurtz

Autor

  • Fernando Díaz es un politólogo madrileño que reside en Barcelona. Es experto en cooperación, África Subsahariana, política internacional y agua. Ha trabajado para Naciones Unidas, también para diferentes ONGD's y como consultor independiente. Desde 2006 escribe en el blog El Señor Kurtz. También le puedes encontrar en su cuenta de Twitter @elsituacionista.

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