Me ocurrió hace ya quince años en un poblado perdido al pie de una montaña en la región acholi del norte de Uganda. Estaba yo visitando una comunidad cristiana cuando, al terminar de bautizar a unos niños, me fijé en el nombre de una de las niñas a las que acababa yo de echar el agua. Se llamaba Pauline Picture, es decir: le habían puesto de apellido Fotografía. Los acholi, como muchos otros pueblos africanos, dan un nombre de acuerdo con las circunstancias en las que el niño ha venido al mundo. Por eso me intrigó un nombre tan poco habitual y pregunté a la madre por su significado.
La señora me contó que antes de tener a esa niña había dado a luz a otros tres bebés y todos ellos habían muerto. «Yo he tenido hijos pero era como ver fotos en un álbum, porque los veía muy poco tiempo y después desaparecían. Esta niña lleva ya varios meses viva y espero que no muera». Por esta razón la había llamado Picture, fotografía, en recuerdo a sus otros tres niños que tan poco le duraron.
Los acholi llaman a este tipo de niños Lotino ayula, que quiere decir los hijos de la pena. Les suelen imponer algún nombre especial en recuerdo de la pérdida de los niños anteriores. Huelga decir que en un lugar del mundo donde hay una mortalidad infantil tan elevada, abundan estos nombres que evocan el drama de unos padres que tienen hijos y no están seguros de cuántos meses les van a durar. Cuando entré en la aldea de la madre de Pauline Picture me señaló un tipo de cactus al que los acholi llaman bono. Estaba plantado en medio del patio como recuerdo de los niños que habían muerto a tan temprana edad y como esperanza de que la vida de Pauline no se extinguiera con la misma facilidad. Los habitantes del poblado me explicaron entonces que desde tiempo inmemorial se planta este cactus porque está siempre verde, incluso durante los meses de mayor sequedad, y por eso es un símbolo de la vida que resiste y no muere. Desde aquella ocasión, siempre que entraba en un poblado me fijaba si había una planta de estas características, y si la veía preguntaba si hacía poco que habían tenido un hijo de la pena.
Aprendí a hacer preguntas, a escuchar y a fijarme en mil detalles que hasta entonces se me habían pasado desapercibidos: unas ramas con una tinaja medio enterrada donde se guarda el cordón umbilical de unos mellizos que han nacido hace un año, un altarcillo donde la gente hace ofrendas a los antepasados antes de salir de caza, unas tumbas de habitantes del poblado muertos hace pocos meses cuya colocación puede variar: al lado del fogón de la cabaña si se trata de una mujer y al lado contrario si el difunto era un hombre.
En nuestro mundo occidental, donde hemos perdido el valor de lo simbólico, África tiene mucho que enseñarnos para poder descubrir mil significados ocultos de lo cotidiano. Empecé a aprenderlo el día en que conocí a Pauline Picture y su madre, y ahora que estoy sumido en añoranzas de África mientras vivo otra vez en Madrid lo echo de menos todos los días.