“El uso de la mascarilla es obligatorio en la República Centroafricana”, anuncia una voz femenina, en francés y en Sango, cuando uno hace una llamada telefónica en el país. Sigue después una serie de consejos sobre distanciamiento social, lavado de manos, etc. El visitante que acaba de aterrizar en el país no puede dejar de sorprenderse al mirar a su alrededor y darse cuenta de que apenas nadie lleva puesta una mascarilla, los bares están llenos de gente que no guarda ninguna distancia y los moto-taxis llevan, bien pegados entre sí, a dos y hasta tres pasajeros.
Escribo un día en el que las últimas estadísticas oficiales hablan de 4.200 contagiados desde que se detectó el primer caso el 14 de marzo. Una cuarta parte se han recuperado y 53 han muerto. Para un país como Centroáfrica, con unos cinco millones de habitantes, esto representa una tasa de contagios de 26 casos por 100.000 habitantes durante las dos últimas semanas. Otros países, como Ruanda (el único subsahariano cuyos habitantes pueden entrar hoy en la Unión Europea), no llegan a una tasa de once. Allí, desde el primer momento, el gobierno impuso medidas muy estrictas y Kigali no es Bangui. En la capital ruandesa, si no llevas la mascarilla puesta, te multan o te detienen directamente.
Mucho se ha hablado desde que comenzó la pandemia de cómo evoluciona esta en África. Hasta ahora es el continente que parece menos afectado. A día de hoy, África, con una población de 1.200 millones, tiene cerca de medio millón de casos y unas 12.000 muertes. Comparemos estas cifras, por ejemplo, con América Latina, que -con aproximadamente la mitad de esa población- acumula ya unos dos millones de casos y 130.000 muertes.
Pero África no es un país, sino un conjunto de 55 naciones, y el alcance de la COVID-19 es muy desigual. Entre Sudáfrica y Egipto acumulan más de los casos de todo el continente. Marruecos y Argelia tienen también cifras elevadas. En la mayoría de los países africanos subsaharianos los casos declarados son apenas unos miles. En algunos, como Uganda -uno de los pocos que decreto un confinamiento muy estricto- se registran mil casos y ninguna muerte. Todo un éxito para un país de 37 millones de habitantes.
Naturalmente, la pregunta del millón es si las cifras oficiales corresponden a los casos reales. Muchos países de África no tienen los medios de realizar tests masivos y seguramente hay un gran número de casos de personas, sobre todo mayores, que enferman en sus casas, todos callan ante el miedo de que sus vecinos los señalen con el dedo, y terminan muriendo sin que nadie pueda asegurar cual ha sido la causa.
Otros se han encerrado en una narrativa de negación de la pandemia. Cuando los primeros casos de coronavirus se declararon en Tanzania, a mediados de abril, su presidente John Magufuli convocó tres días de oración nacional y un mes después declaro que la enfermedad había sido vencida con la ayuda de Dios y animó a los turistas a que visitaran sus parques nacionales. En la vecina Burundi, por las mismas fechas, su entonces presidente Pierre Nkurunziza organizó elecciones presidenciales y protagonizó una campana electoral en la que no hubo ningún respeto de las medidas de prevención.
Cuando la Organización Mundial de la Salud le alertó de los peligros que corrían sus ciudadanos, el presidente declaró a sus funcionarios “persona non grata” y los expulsó del país. El mes pasado, Nkurunziza falleció repentinamente. Oficialmente fue un ataque al corazón. Su sucesor ha querido pasar página y ha puesto en marcha medidas de distanciamiento similares a las de otros países.
En Centroáfrica, donde trabajo, tengo la impresión de que la mayor parte de la gente vive como si el problema no existiera. Muy poca gente sigue las normas y no se ven medidas para imponerlas. El país, aparte de contar con una estructura sanitaria muy débil, cuenta con muy pocos medios para sensibilizar a la población, aparte de mensajes transmitidos en las radios locales y de iniciativas apoyadas por la comunidad internacional para realizar sensibilización puerta a puerta.
El Ministerio de Sanidad realiza apenas un encuentro semanal con periodistas para difundir información oficial. Otras loables iniciativas han ido desde establecer comités de higiene en los mercados hasta realizar vídeos por artistas locales. La Iglesia Católica, que goza de un gran prestigio en el país, hace también mucho en las parroquias para educar a la población sobre la responsabilidad que tienen todos de evitar la transmisión.
Original en: En Clave de África