A las cosas hay que llamarlas por su nombre luego no hay mayor hipocresía que el maquillaje con el que algunos se emperran en calificar lo que a su cegato entender consideran incomodo o desconocen. Históricamente, el negro ha sido despreciable a los ojos del moro blanco o árabe norteafricano. Caso del gentilicio haratin o moro negro en Mauritania. Tan cierto es que las casas de Nouakchott han “apadrinado” a muchachos de Mali, como que las raíces del genocidio de Darfur esconden la herencia esclavista con la que los árabes – desde tiempos ancestrales – sometieron a los negros; subsaharianos para los amigos del eufemismo.
Sudán es uno de los estados africanos cuyas implicaciones y lazos políticos están más próximos a Oriente medio que a lo que su geografía le confiere. Otrora refugio de Osama Bin Laden y santuario del integrismo islámico, sorprendió a la comunidad internacional protagonizando una civilizada división en dos estados sin el habitual episodio fratricida de por medio. El norte árabe – musulmán y su legado de trata contrasta con la población negra de un sur a caballo entre el animismo y el cristianismo; un sur rico en petróleo. ¿Tendrá ese detalle alguna relación con las aspiraciones independentistas?
El último parto africano dividió a Sudán en dos países frágiles cuyos pasados más recientes, en forma de acusaciones de genocidio, integrismo, guerras civiles y ahora campos petrolíferos, empiezan a pasar factura a lo que entonces pareció un proceso ejemplar para lo que [habitualmente] se despacha en Africa. Escisión que alumbró la más reciente nacionalidad africana: Sudán del sur. Referéndum que desconcertó a los que vaticinaban un escenario similar a lo acontecido en las carnicerías de Los Grandes Lagos; pues las imberbes realidades africanas solucionan sus crisis internas por medio de las armas y el caudillaje. Y es que de una forma u otra los sudaneses se las tendrán que entender solos; occidente, a excepción de Francia, hace tiempo ya que perdió “interés” en las aventuras africanas de “paz”; Sudán apenas tiene lazos emocionales con su ex metrópoli y las lecciones de Somalia ya se escenificaron en Libia y Rwanda.