El último parto, por Rafael Muñoz Abad – Centro de Estudios Africanos de la ULL

7/01/2014 | Bitácora africana

A las cosas hay que llamarlas por su nombre luego no hay mayor hipocresía que el maquillaje con el que algunos se emperran en calificar lo que a su cegato entender consideran incomodo o desconocen. Históricamente, el negro ha sido despreciable a los ojos del moro blanco o árabe norteafricano. Caso del gentilicio haratin o moro negro en Mauritania. Tan cierto es que las casas de Nouakchott han “apadrinado” a muchachos de Mali, como que las raíces del genocidio de Darfur esconden la herencia esclavista con la que los árabes – desde tiempos ancestrales – sometieron a los negros; subsaharianos para los amigos del eufemismo.

Sudán es uno de los estados africanos cuyas implicaciones y lazos políticos están más próximos a Oriente medio que a lo que su geografía le confiere. Otrora refugio de Osama Bin Laden y santuario del integrismo islámico, sorprendió a la comunidad internacional protagonizando una civilizada división en dos estados sin el habitual episodio fratricida de por medio. El norte árabe – musulmán y su legado de trata contrasta con la población negra de un sur a caballo entre el animismo y el cristianismo; un sur rico en petróleo. ¿Tendrá ese detalle alguna relación con las aspiraciones independentistas?

El último parto africano dividió a Sudán en dos países frágiles cuyos pasados más recientes, en forma de acusaciones de genocidio, integrismo, guerras civiles y ahora campos petrolíferos, empiezan a pasar factura a lo que entonces pareció un proceso ejemplar para lo que [habitualmente] se despacha en Africa. Escisión que alumbró la más reciente nacionalidad africana: Sudán del sur. Referéndum que desconcertó a los que vaticinaban un escenario similar a lo acontecido en las carnicerías de Los Grandes Lagos; pues las imberbes realidades africanas solucionan sus crisis internas por medio de las armas y el caudillaje. Y es que de una forma u otra los sudaneses se las tendrán que entender solos; occidente, a excepción de Francia, hace tiempo ya que perdió “interés” en las aventuras africanas de “paz”; Sudán apenas tiene lazos emocionales con su ex metrópoli y las lecciones de Somalia ya se escenificaron en Libia y Rwanda.

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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