El 11 de diciembre es el Día Nacional del Tango en Argentina, en memoria de dos gigantes del género, el cantante nacido en Tolosa (Francia) Carlos Gardel y el director de orquesta, violinista y compositor argentino Julio De Caro, nacidos ese día de 1890 y 1899, respectivamente. Sobre el primero se alzan varias disputas, como su lugar de nacimiento, discutido entre Francia, Argentina e incluso Uruguay, la fecha de nacimiento del apodado Zorzal criollo o la paternidad del género entre Argentina y Uruguay, cuando se trata de un asunto rioplatense. Los debates en un género tan amplio, con unos 15.000 temas, son numerosos. El que concierne a la relación entre el tango y la africanía, el origen, la etimología, el desarrollo del género y la participación de afrodescendientes en su producción en general, es un tema que la Academia ha pasado por alto bajo la presunción de ser Argentina un país blanco y europeo, del cual se dice que «no hay negros» porque desaparecieron, y que, en consecuencia, a las personas afrodescendientes se las concibe naturalmente como extranjeras. Por ende, también el tango ha sufrido un blanqueamiento, se lo construyó a partir de un relato histórico como europeo, o bien con aportes americanos, pero negando influencias africanas. Sin embargo, lo americano porta en sus raíces inocultables aportes afro.
Evidencia insoslayable
En un país que se enorgullece de su blancura y origen europeo, los aportes africanos fueron borrados y silenciados bajo el mito enraizado que lo africano se extinguió en Argentina. Pero el tango, corriendo el velo, presenta evidencias del influjo y de la presencia afro en ese vasto mundo. En los momentos iniciales del tango, el primitivo (aproximadamente el período 1860-1900) la presencia del afrodescendiente fue notoria, en forma paradójica en la etapa en que la intelectualidad y el poder se ocuparon de convencer que el colectivo estaba desapareciendo. En efecto, algunas voces condenaron al tango al asociarlo con «cosas de negros» y del accionar de los grupos más marginales y bajos de la sociedad. La acusación en parte es cierta: los primeros payadores y compositores fueron afrodescendientes, hecho ligado al ámbito marginal en el que actuaron en general. Ejemplos de los primeros fueron Gabino Ezeiza e Higinio Cazón. El compadre, tan característico de los burdeles y demás sitios de clase bien baja, debe concebirse como híbrido entre gringo, gaucho y afro.
Desde el colectivo afrodescendiente, se trató de reivindicar el tango como creación propia y se tiene la imagen de los afro como excelentes bailarines en el momento primitivo. En esta época el problema para visibilizarlos fue que el entorno marginal y humilde contribuyó a apartarlos y, además, desde el punto de vista de la composición y ejecución, debieron ajustar su obra a la pauta de la hegemonía del blanco, que también en parte apropiaron. Sumando más evidencia, entre 1860 y 1880 los afrodescendientes bailaron «tangos negros», según el nombre que recibieron las comparsas carnavalescas. A la par los miembros de la élite y gente acomodada comenzaron a burlarse del colectivo al ejecutar comparsas, en donde se bailaban habaneras, llamadas de «falsos negros» o «negros de hollín», reproduciendo en forma burlona el habla y los pasos de los afrodescendientes, con los rostros tiznados. Por su parte, los pocos tangos que dan cuenta de lo afro son obra de autores blancos, como el «El negro schicoba» (1867), cuya letra indica blancos imitando afros al disfrazarse de vendedores de escobas, y el blanco lo hace hablar, con un mensaje de claro tono racista, perfilando estereotipos con los que siempre se liga a las personas africanas (salvajismo, infantilismo, etc.): «Yo soy un negrito, niñas/Que paso siempre por acá/Vendo plumeros, schicobas/Y nadie quiere comprar/Será porque soy tan negro/Que pasa de regular/Y todas las niñas juyen/Que parecen asustás.». En conclusión, el maltrato obligó a que miembros del grupo ocultaran su identidad para no ser víctimas de discriminación.
«Una negla y un neglito» fue el primer tango bailado en un escenario, en 1891, de pareja suelta, cuando el tango siempre se cree que lo fue en forma de pareja enlazada. La forma del baile guarda relación con el candombe, por lo que en sus momentos iniciales el tango recurrió a los tambores que luego fueron reemplazados por instrumentos de corte europeo, como bandoneones, clarinetes, flautas, violines y pianos en los conjuntos primigenios. Con el piano brilló Rosendo «el Pardo» Mendizábal, también compositor, quien cambió la firma para no revelar su involucramiento en un espacio humilde y de moralidad reprobable. En 1897 estrenó la pieza «El entrerriano», el primer tango llevado a partitura. Otros célebres pianistas de origen africano fueron Eugenio «el Ciego» Aspiazú y Luciano Ríos (también guitarrista este último). Zenón Rolón, profesor de música, compositor y director de orquesta, creó la «Marcha fúnebre» dedicada al General San Martín cuando sus restos fueron repatriados en 1880. En cuanto a bailarines, destacó el negro Casimiro y, en relación a instrumentistas, el mulato Sinforoso con su clarinete. Como se ve, el cuerpo de ejecutantes fue amplio.
Respecto de la coreografía, se puede pensar que haya sido una invención afro, ya que los no afro aprendieron a bailar tango imitando los pasos de los mucho más habilidosos afrodescendientes en los sitios marginales de baile y sociabilidad, denominados piringundines. La evolución del género es un tema espinoso, donde confluyen otros géneros musicales: candombe, milonga, habanera, entre quienes reconocen el origen africano del tango aunque no se pongan de acuerdo en cómo se gestó. Se enfoca el desarrollo desde una evolución gradual, trazando el camino desde el candombe y atravesando la milonga hasta llegar al tango, aunque falten pruebas para constatarlo. Otras teorías explican que la conjunción del candombe junto a otros dio lugar al tango pero no en una dirección lineal como pensaron los «evolucionistas», que fue marcando el predominio de lo europeo hasta ocultar lo africano. Por otra parte, discutir la etimología de la palabra, que lleva, entre varias definiciones, hasta el cosmos nigeriano de los yorubá (por el dios Shangó, del trueno y las tempestades) suma más problemas de clasificación porque el problema de fondo es que, al tratarse de épocas remotas, falta evidencia para realizar el «ADN del tango».
Problema de poder
Ástor Piazzolla, un símbolo del mundo tanguero, negó que haya existido población negra en Argentina. El mito de la desaparición de los afrodescendientes empapa dicho espacio pero el «tango negro» puede oponerse como un contrapeso a esa falacia, recuperando la presencia afro y vinculándola a la producción y ejecución afrodescendiente, aunque el sentido común hoy continúe rechazando todo ello. Este relato de desaparición hoy continúa invisibilizando a cerca de 2 millones de afrodescendientes que se estima habitan el país y sigue insistiendo en la conformación orgullosa de un país blanco y a la europea.
De este modo se explica en la órbita tanguera. Si los ejecutantes eran numerosos en la época primitiva, su presencia comenzó a descender, aunque la memorable Guardia Vieja (1880-1925) contó con afrodescendientes aun en sus filas. Luego dicha presencia se iría acabando, son pocos los ejemplos posteriores, el bandoneonista y guitarrista Enrique «el negro» Maciel, quien acompañó al cantante Ignacio Corsini, y bailarines a partir de 1920: «El Negro Pavura» y «El Negro Lavandina», entre otros.
Las letras a partir de esa década apenas evocaron la presencia africana en la vida cotidiana y los hacedores del género quedaron muy restringidos. Las composiciones que sí lo hicieron fueron candombes y milongas, junto al particular género del candombe-milonga, que tanto explotó la dupla Homero Manzi (letrista) y Sebastián Piana (pianista) en las décadas de 1930 y 1940. Dentro de la óptica tanguera, el «negro» fue relegado a un recuerdo del pasado, haciéndose eco de la visión oficial de que en «Argentina no hay negros». Un tema del santiagueño Manzi da cuenta de ello, en su «Eufemio Pizarro», un tango de 1947, escribió: «Morocho como el barro era Pizarro,/señor del arrabal;/entraba en los disturbios del suburbio/con frío de puñal./Su brazo era ligero al entrevero/y oscura era su voz.». La imagen es la de un compadre, con sangre africana.
El blanqueo del tango forma parte de un arsenal de mitos a seguir combatiendo. Otro es que todo argentino es un «animal bailador de tango», cuando el género no es representativo de la totalidad del país sino más bien del área rioplatense. Lo que une al tango y otras músicas de las provincias es que buena parte está atravesada de algún modo por la africanía, la que abarca desde Alaska a Tierra del Fuego.
* Omer Freixa (@OmerFreixa) es historiador africanista argentino (UBA-UNTREF), docente e investigador en las Universidades de Buenos Aires y Tres de Febrero, y profesor en el Consejo Superior de Educación Católica. Mg. en Diversidad Cultural y especialista en estudios afroamericanos.
Original en : El Economista América