El sueño del hombre blanco en…, por Rafael Muñoz Abad .

30/03/2017 | Bitácora africana

Cuando por primera vez leí El Corazón de las Tinieblas de Conrad no entendí nada. Una niebla de lectura. Solicite entonces asilo en la narrativa efusiva, gráfica y lineal de Arthur Conan Doyle con su The Crime of the Congo, donde describía lo bien que los belgas se lo pasaron en el frondoso corazón ébano del continente, para así atisbar lo que Conrad describía en su horror convertido en atracción. La relación del europeo con Africa es tan vieja como la arena. Si quieres ofender a un afrikaner, llámalo europeo. Ellos son la tribu blanca bajo los designios de dios que así lo quiso. Aunque también ayudó que el Edicto de Fointaneblau les dejara bien claro en 1685 que o bien se las piraban a la colonia de El Cabo de Buena Esperanza o no quedaría calvinista sin quemar en Centroeuropa. La concepción de pueblo elegido que la tribu blanca posee de si misma se vertebra en torno al habla afrikaans y la iglesia; cimientos graníticos de una familia-nación aislada que en lo emocional ha secuestrado a la cosmopolita y compleja Sudáfrica. Sectarismo si así lo prefieren. También me dice Josh, con su humor caustico, que The Canaries es la segunda mayor población de traseros pálidos en Africa y, en términos de geografía, le asiste le razón.

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Diez años después de Conrad, Sor Africa, una lagunera desterrada a Lobito por vocación de servir a los que nada tienen, cerró el círculo y esa gran pregunta de porqué el vagabundo [blanco] en Africa apenas se queja de nada, quedó resuelta. Una mera ilusión.

Govella es portugués. Afilado como un hurón en vivaces ojos azabaches, ya ha vuelto cuando tú aún piensas en ir. El día después de Los Claveles y de la independencia de las fincas portuguesas de Africa, se quedó en Lobito, Angola, a ver qué pasaba pero sobre todo a salvaguardar sus muchos y prolíficos negocios coloniales. ¿Y qué iba a hacer [yo] en Portugal ahora?; además, yo nací aquí, no en la península. Como buena rata de muelle se las sabe todas. Consigna buques y maneja una empresa de estiba; todo queda dicho…Conduce un Discovery beige importado de Sudáfrica con el volante en la derecha y durante años vivió con un billete de avión abierto y dos maletas listas para escapar a Ciudad del Cabo si el tema se ponía negro…sin juego de palabras. Allí compartimos mesa con Rui. Un negro melaza gordinflón y presumido con modales artificiales de blanco que en la cruel Sudáfrica, sería objeto de burlas por parte de boers, coloureds y de los propios negros. Y es que si hay un humor especialmente cruel en lo social, ese es el sudafricano, por ambas partes. Una especie de Andrés Montes en pantalones marfil y reloj dorado que, enriquecido tras la independencia angoleña, vive en una luminosa villa con porche de mármol burdeos y tejado de madera tatuado en hiedras en la barra de Lobito. Herencia viva del antaño elegante barrio luso. Sus hijos estudian en Lisboa y en vacaciones regresan a casa horrorizados en un vuelo de TAP; detestan Africa siendo africanos. No salen de casa y cuentan los días para volver a Portugal de la misma manera que yo los cuento para huir a Cape Town o Namibia…seguramente alguna vez nos hemos cruzado a treinta mil pies de altura. Es el triunfo de los inadaptados.

El sueño del hombre blanco en Africa es una semilla ya madura que no termina de germinar. Antología del darwinismo social. Una Cólera de Aguirre o aquel El Dorado de Raleigh que inalcanzable se revela consumiendo el tiempo que se te ha concedido. Sentado al fresco de los hibiscos en el patio de mi casa adoptiva de Windhoek, escucho a mi primo Josh, que rubio en ojos azules, insiste en explicarme que es tan africano como lo son sus vecinos negros; ya lo sé Jo, a mí no tienes que convencerme de eso pues en absoluto me considero europeo. Alguna vez intenté explicarlo en casa pero me miraban como aquel que ya no ofrece más solución racional que un claro que sí guapi.

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Y cierro con una de zapatos que forma parte de un relato escondido. Me suelen preguntar la razón por la que es habitual que los niños blancos en Africa austral vayan descalzos al colegio o a un centro comercial en verano. Lo cierto es que se trata de algo frecuente tanto en blancos como en negros; legado cultural de una sociedad eminentemente rural. A ojos del europeo de sofá, el primer pensamiento es relativo a los peligros de ir por ahí descalzo… Para el afrikaner es una cuestión umbilical con la madre tierra. Una razón en arcilla roja. Preticor es el olor de la tierra mojada después de la lluvia. La Sudáfrica white rebosa de zonas ajardinadas y vive en una burbuja de deslumbrantes urbanizaciones que convierten a la clase media hispana en desheredados de extrarradio. Sus niños deambulan descalzos ya sea en césped o acera pues se trata de una etapa a cubrir bajo sus pies pero, ¿acaso no es igual de africano el negro, si no más, y este suspira por zapatos pues igualmente considera ese suelo carmesí como propio? ¿Es que tiene que demostrarlo?, pregunto. El niño blanco cubre esa etapa bajo la opción de ir descalzo mientras el negro anhela unos zapatos; así de cruel y paradójico es este país de locos donde incluso el romanticismo tiene un color.

CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL

@Springbok1973

cuadernosdeafrica@gmail.com

Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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