Es imposible no relacionar lo que pasa en la República Surafricana con la figura de Mandela aunque hayan pasado ya 29 años de su liberación (1990), 25 años de su acceso a la presidencia, 20 años de su retiro voluntario después de un solo mandato y 6 de su fallecimiento (2013). La vida de este país está marcada por su impronta para bien y para mal.
Estos días el mundo contempla con horror las oleadas de violencias colectivas de los que se dicen nativos surafricanos contra los extranjeros. Esas violencias ya han cobrado decenas de víctimas y centenares de heridos y no es por primera vez. También se observa como las autoridades del país intentan atajar esas violencias con tibieza. Pero lo más llamativo es que son violencias entre negros. No se trata de la antigua lucha de liberación de los negros humillados por el apartheid frente a los blancos que se habían erigido en dueños del país. Aquello conflicto que llevó a Mandela a la cárcel por más de un cuarto de siglo quedó aparcado con el acceso al poder político por su partido ANC que lo sigue controlando. Entonces, ¿qué está pasando?
La liberación de Mandela que marcó el fin del apartheid supuso un viento nuevo en Suráfrica y un signo de esperanza para el continente africano. El país era muy próspero económicamente con unas posibilidades enormes de crecimiento. Entonces, al mismo tiempo que los negros de Suráfrica pensaban salir de la miseria ocupando los puestos de trabajo, muchos negros de otros países se desplazaban también hacía este país nuevamente bautizado por «Arcoiris» por la mezcla de razas harmonizadas por la figura emblemática de Mandela. Por fin, había nacido un eldorado en África. Solo que había un problema: Por un lado, los negros locales no estaban preparados para crear empresas o pretender alcanzar puestos de trabajo competitivos. Hay que recordar que el apartheid que duró casi un siglo se había encargado de mantener a los negros en los ghettos socavando toda posibilidad de elevarse intelectualmente. Por otro lado, muchos de los negros que llegaban de otros país tenían una preparación intelectual suficiente como para desplazar a los locales incluso en los puestos bajos que generalmente no necesitan grandes estudios. De allí la rivalidad entre los pobres.
Pero el problema de fondo viene de la falta de visión de los sucesores de Mandela y la lacra de la corrupción. Mandela se encargó de liberar el país desde el punto de vista político, colocando a su partido ANC a la cabeza de la nación como partido hegemónico. En sus cinco años de gobierno, se dedicó a coser las diferentes sensibilidades enfrentadas y poner las bases de una convivencia pacífica entre blancos y negros. No tuvo tiempo de operar una liberación socio-económica. Esta tarea le correspondía a sus sucesores. Hemos de constatar que no hicieron nada o casi nada. Todos acabaron forzados a dimitir en medio de sus mandatos por corrupción: Thabo Mbeki en 2008 y Jacob Zuma en 2018. El resultado es lo que es: 25 años de la hegemonía de ANC no han cambiado la vida social de las masas pobres. La economía sigue en manos de los blancos (industrias, tierras, servicios…) mientras que la mayoría de los negros surafricanos siguen en la miseria. La liberación política no supuso la liberación socio- económica.Muchos de los negros no saben porque lucharon ya que ven a los antiguos leaders transformados en los nuevos opresores. La esperanza de un futuro mejor con ANC se ha ido esfumando poco a poco.
Las oleadas de violencia que se multiplican según épocas, a veces alentadas por los jefes tradicionales, son un resultado de unas rivalidades entre los que luchan para sobrevivir en el mismo terreno. Ya no hay rivalidad entre blancos y negros porque sus dos mundos están claramente diferenciados. Los blancos junto con los nuevos ricos negros viven en los barrios residenciales bien protegidos, alejados de la miseria de los suburbios. La rivalidad existe donde los círculos se tocan. Los negros nativos acusan a los negros extranjeros de ocupar lo que les corresponde (pequeños puestos de trabajo, pequeñas tiendas etc.).
Este espectáculo horrendo que pone entredicho el sueño de Mandela solo acabaría con las reformas estructurales para facilitar el acceso a las riquezas a todos los surafricanos y evitar así las frustraciones que acaban buscando el chivo expiatorio. Pero esto no es posible si la corrupción sigue minando a los responsables políticos.
Original en : Afroanálisis