Autoras: Djia Mambu y Daniela Ricci (africiné)
Después de haber leído un artículo en el periódico Le Monde (París) sobre los crímenes de violaciones cometidos en Kivu del Sur, provincia situada al Este de la República Democrática del Congo, Angèle Diabang se sintió interpelada por unos hechos tan pesadamente trágicos, que tienen lugar desde hace varias décadas ante los ojos de toda la comunidad internacional.
Como otros muchos, ella se indigna, aunque como menos personas se pregunta qué puede hacer. Es cierto, su compañera cineasta camerunesa Osvalde Lewat realizó el documental Un amour pendant la guerre (2005), que versaba sobre la situación de las mujeres violadas durante la guerra del Congo-Kinshasa. El director senegalés Moussa Traoré también había llamado la atención sobre el tema con su documental memorable Nous sommes nombreuses (Tozali ebele) en 2003, en el cual daba la palabra a las mujeres que habían sido víctimas de violaciones durante las guerras de los años 90 en el Congo-Brazzaville.
Un ángel desciende al infierno
Cuando Angèle inicia su proyecto, el Doctor Denis Mukwege ya operaba desde hace años. Él se ocupa de una clínica en un hospital de Panzi que él mismo fundó y donde 40.000 mujeres reciben tratamiento. El doctor se sintió contento con la idea de que fuese una mujer africana la que estuviese detrás del proyecto. Le propuso que viniera a pasar algunos días con el fin de acompañarle en su vida cotidiana. En la clínica del doctor, el 65% del personal son mujeres. Curiosamente, Angèle fue cuidadosa con la elección de su equipo de rodaje: un equipo bastante ligero, enteramente compuesto por mujeres.
Nada más llegar al lugar se encuentra sola pues habían llamado al Doctor Mukwege urgentemente. Ella ve a las mujeres, todas esas mujeres heridas, madres, hijas, abuelas. Y su cámara empieza a grabar poco a poco, el día a día, y mientras ella descubre cada uno de los rostros, escucha cada pena: “Me quería morir”, le confiesa una de ellas. “Al menos si estuviera muerta…”, le repite otra.
Entre las víctimas se encuentra una anciana que durante su conversación con una enfermera reproduce la escena de la violación. En el espacio de ese instante, el objetivo de Angèle descansa tranquilamente. Una vez inmovilizado dejará que aparezca esa mujer, que tomará fuerzas para contar aquel episodio terrible. Una toma imprevista que Angèle acaba filmando casi sin pretenderlo. Pero, ¿cómo se puede prever que la víctima vaya a expresarse y de esa forma? La señora ha sido agredida con violencia por varios hombres y en varias ocasiones. Pero ella aún se mantiene en pie, a pesar de su edad. Poder llegar a contarlo hoy mismo es una gran batalla ganada…
Yo misma era su paciente”
Desde hace dos decenios, las vaginas de las chicas, madres y abuelas constituyen los verdaderos campos de batalla. Los actos más bárbaros se cometen contra las familias con el fin de destruirlas físicamente y mentalmente: violaciones colectivas que conllevan enfermedades sexuales, destrucción del aparato reproductor… Es un arma de guerra, destruir a las mujeres equivale a destruir a las familias, a las sociedades, al mundo. Todas estas abominaciones son las que se encuentra cada día el Doctor Mukwege. “Hace un trabajo extraordinario”, afirma Angèle Diabang, “él llegaba incluso a consolarme, como si yo misma también fuera otra paciente. Él te llama para saber si estás bien, porque conoce bien esto…”, cuenta en voz en off.
La mujer en el centro de la obra
Las mujeres son un tema central del cine de la senegalesa Angèle Diabang. Recordamos el cortometraje documental Mon beau sourire, (2005) sobre el sufrimiento (voluntario) de las mujeres que para parecer más bellas deciden tatuarse las encías; Sénégalaises et l’Islam (2006), en el cual las mujeres muestran diversas manera de vivir el Islam; Yandé Coudou, la griotte de Senghor (2007). Su próximo proyecto (un largometraje de ficción que está acabando) es una adaptación de la novela Une si longue lettre de Mariama Bâ, que cuenta las consecuencias de la poligamia, una vez más desde el punto de vista de la mujer. Sin embargo, aquí, en Congo, un médecin pour sauver les femmes, se trata de un compromiso mayor, por un lado la necesidad de que las mujeres violadas de cuenten y sean escuchadas, como si fuera una suerte de catarsis del trauma, la posibilidad de comenzar un proceso lento y difícil para volver a ganar autoestima y confianza en sí misma, para ser de nuevo dueñas de su destino. Por el otro, existe la necesidad de hacer de caja de resonancia de una tragedia que persiste, tratar de sensibilizar para que esto llegue a su fin.
La cineasta ha conseguido entablar relaciones con otras mujeres, se ha ganado su confianza y establece un verdadero diálogo (a pesar de la necesidad de intérprete, pues no hablan el mismo idioma). Ellas ahora pueden contar sus vidas con la cara descubierta (todas menos una), liberarse, liberar sus gritos de dolor delante de la cámara de Angèle. Es una prueba de gran coraje y de fuerza, si pensamos que a menudo son despreciadas y rechazadas por sus maridos, sus familias, relegadas al margen de la sociedad, exactamente por causa de la violación, lo que amplifica y provoca que el dolor sea todavía más insoportable.
Angèle
Angèle Diabang ha conseguido encontrar la distancia correcta (y sobre todo la proximidad correcta – a menudo en primer plano), llega a transmitir la tensión de los cuerpos (incluso cuerpos infantiles agredidos) y las miradas, a través de un dispositivo fílmico bastante sencillo y depurado, en el cual la cámara es a veces imperceptible.
También escapa al riesgo de hacer una película que homenajea al Doctor Mukwege (efectivamente recibido como un mesías el día de su regreso después de un periodo de exilio – a causa de amenazas de muerte que recibió pues su trabajo molesta profundamente). Esta película incomoda al espectador, ya que lo sitúa ante el horror, cuestiona su confort durante la proyección ante un horror tan distante y cercano, pues la obra habla de algo tan íntimo y universal como es el cuerpo. Congo, un médecin pour sauver les femmes termina con una nota de esperanza, una puerta abierta hacia la reinserción social, hacia un posible cambio.
Es una pena que la versión de la televisión sea doblada, ya que sustituye las voces de esas mujeres y atenúa la fuerza de la película.
Artículo publicado originalmente en: http://www.africine.org/?menu=art&no=12909
Tomado de : Afribuku