El renacimiento del turismo en Zimbabue depende del “paraíso” de las cataratas Victoria

17/06/2009 | Crónicas y reportajes

El poster de la pared muestra una evocadora fotografía en blanco y negro de un hombre conduciendo una locomotora. “Zimbabue”, dice, “Paraíso de África”. Al darle un billete de 20 dólares americanos al vendedor de tickets, le pregunté cuántos años tenía el poster. “Er, 1986”, respondió, “Nos lo dio la oficina de turismo”.

Estaba entrando en las cataratas Victoria, descritas con orgullo por un guía local como una de las siete maravillas del mundo. No se equivocaba. De pie en lo alto del arrecife, contemplé una cortina de agua convertida en un monstruo de espuma, una imponente fuerza de la naturaleza a la escala de dioses y gigantes.

Los torrentes caían con furia más de cien metros, hasta el cañón del río Zambeze, generando una furiosa neblina que gira y remonta tan alto que puede verse desde 50 kilómetros. El humo que truena, como se conoce localmente, corta los rayos de sol en un perfecto arco iris.

Un zimbabuense se volvió hacia mí y me dijo: “Has venido a un país con constantes cortes de electricidad y que no puede abastecer de agua a su propio pueblo. Aún así, mira, tenemos tanto…”.

A la salida, vi una manada de siete elefantes haciendo que su aspiración de agua pareciera majestuosa, insensible a la multitud de pájaros blancos que les rodeaban. Un hombre con un peto amarillo miraba nervioso desde lejos, preguntándose si estas monumentales criaturas podrían invadir las vías del tren. Los trabajadores del tren de Zimbabue siempre han sido conocidos por pedir disculpas por retrasos debidos a elegantes en la vía.

Con la agricultura en estado comatoso todavía, el turismo es una tabla económica a la que se ha agarrado el gobierno de unidad como alguien que se ahoga. Por consiguiente, Zimbabue ahora está intentando mostrar una fachada de normalidad. Harare acaba de albergar un Festival de Jazz, se ha estrenado “Mamma Mía” en un teatro, a pesar de que casi nadie se puede permitir pagar los 20 dólares americanos de la entrada, y los periódicos sacan titulares como “El vice primer ministro, ¡soltero y sin prisa por dejar de selo!”.

El país espera aprovecharse de la gloria reflejada por el Mundial de Fútbol, que empieza justo dentro de un año, en la vecina Suráfrica. El propio trofeo del Mundial llegará a Zimbabue en noviembre, la FIFA debe estar rezando para que el presidente Robert Mugabe no lo coja y lo levante en el aire él mismo ante las cámaras de todo el mundo. Mugabe incluso ha invitado a la selección nacional de Brasil, para que establezcan su campo de entrenamiento en Zimbabue. Puede que no se haya dado cuenta de que los centros comerciales de Harare no cubrirán las necesidades de las ricas esposas de los jugadores y sus acompañantes.

Pero la directiva de turismo de Zimbabue, que todavía usa ese slogan de “Paraíso de África”, tienen uno de los productos más difíciles de vender en el mundo. En el último año ha sufrido un montón de “mala publicidad”: palizas y asesinatos motivados políticamente, el peor brote nacional de cólera desde 1930 y una catástrofe económica que lleva al pueblo pobreza y hambre.

Si va a haber un renacimiento, éste empezará por las cataratas Victoria, la atracción estrella del país. Así como Canadá tiene una vista mejor de las cataratas del Niágara que América, Zimbabue tiene la mejor parte de este espectáculo, a expensas de Zambia. El pasado fin de semana, una hilera constante de turistas, americanos, europeos, japoneses con sus intérpretes, decidieron que, a pesar de lo que habían oído sobre Zimbabue, merecía la pena arriesgarse.

Posaron para sus fotografías ante una estatua gigante de David Livingston, que descubrió las cataratas, o mejor, se encargó de que fueran bautizadas con el nombre de su reina. El pedestal está grabado con las palabras “explorador” y “liberador”. El pueblo que erigió la estatua, para su centenario, en 1955, prometió “continuar con los altos propósitos e ideales cristianos que inspiraron a David Livingston en su misión aquí”.

El hotel donde me alojé continúa con el tema de la defensa de los viejos amos coloniales. Puede que tengan el requisito de tener un retrato de Robert Mugabe encima del mostrador principal, pero todo lo demás que adornaba las paredes eran rifles de caza, cuadros de Henry Stanley y su presa, Livingston, y litografías de “africanos” de labios gruesos con títulos como: “Livingston descubre el continente oscuro”. Puede que la idea sea asegurar a los clientes blancos que nada ha cambiado realmente desde el siglo XIX, después de todo.

Como en tantos otros destinos turísticos, las cataratas Victoria están en una agradable burbuja independiente, lejos de los peligros que hacen estragos en la tierra, haciendo difícil imaginar que allí pasa nada malo. Hay safaris, cruceros por el río, vuelos en helicóptero, arte cursi y tiendas de artesanía y pabellones pijos que sirven lomo de jabalí verrugoso [o africano].

A pesar de eso, no tienes que viajar muy lejos de esta máscara para zafarte. Los veraneantes encuentran, para su frustración, que los cajeros no funcionan y no se aceptan tarjetas de crédito. Conduce hasta Bulawayo y te verás asediado por un cartel que advierte: “¡Alerta de cólera! Lávese las manos con jabón o dúchese con agua corriente”. En cada ciudad hay largas colas de gente de pie, al lado de la carretera, elevando desesperadamente la mano, con la esperanza de lograr que alguien les lleve haciendo autoestop.

Así, ¿por qué iba a venir nadie aquí cuando pueden estar jugando seguro en las ciudades de primer mundo de Suráfrica? Le pregunté a una taxista si, como muchos zimbabuenses, había considerado la posibilidad de emigrar al gran país del sur. “De ninguna manera”, me dijo. “Suráfrica es un lugar muy violento. Uno que yo conozco fue a un bar allí, se le cayó una cerveza y fue apuñalado hasta la muerte. ¡Asesinado por una cerveza de un dólar! Eso no va conmigo”.

Y añadió: “Los zimbabuenses no hacemos eso. Los zimbabuenses somos tranquilos y una gente más suave”.

Y por mi propia experiencia, es difícil no estar de acuerdo. Si sólo lo juzgas por la generosidad de su pueblo, Zimbabue sería un magnate del turismo. Pero, por supuesto, no basta con eso simplemente. “La noción de una cosa infinitamente suave e infinitamente doliente” escribió T. S. Eliot. Mucha suavidad, pero mucho sufrimiento también.

David Smith

Publicado en el Mail & Guardian, de Suráfrica, el 16 de junio de 2009.

Traducido por Rosa Moro, de Fundación Sur.

Autor

Más artículos de Administrador-Webmaster