La fundadora de un archivo digital de deidades africanas explica los motivos de su creación.
En un remolino de viento que surge del aliento del mundo, un sueño audaz cabalga: reanimar las mitologías de África y sembrar la tierra con el conocimiento de sus dioses para que sean tan legendarios como cualquiera del Olímpico.
Un sueño audaz, de una belleza indescriptible, ha cautivado mi corazón. Pronuncia mi nombre, porque, atormentado por el vacío dejado por el desmantelamiento, la demonización y la eliminación de las mitologías y las arquitecturas morales que una vez ordenaron las vidas africanas, concebí el regreso de esas historias. Mientras nuevas tormentas de injusticia, otredad y explotación amenazan con estallar sobre las vidas de personas de ascendencia africana subsahariana en todo el mundo, he comenzado una restauración de esos panteones y del poder que auguran.
En las aulas de hoy, los niños pueden nombrar a los dioses del Monte Olimpo, pero incluso a los niños africanos les cuesta nombrar a los Orisas, los mundos celestes Yoruba o los árboles del pacto Igbo. Esto no es casualidad: las mitologías de África y sus legados orales han sido en gran medida ignorados.
Se produjo una supresión, impulsada por la ruptura epistémica, etiquetando las mitologías africanas como artefactos primitivos y sagrados, como «etnografía», nunca como literatura o filosofía. Sus homólogos occidentales fueron preservados y se les ofreció un pedestal, con títulos en Estudios Clásicos, programas de estudios sobre textos latinos, nórdicos y sánscritos, pero sin paralelos africanos en las principales instituciones.
Los «males gemelos» fracturaron la memoria, no solo las fronteras. La esclavitud cortó raíces y nombres. El colonialismo interrumpió la continuidad, las conexiones y el parentesco. Para África y sus diásporas, mito es gemelo metafórico de historia —distorsionado, mal informado, pero aún vivo— que exige una reformulación. Las mitologías son la forma en que las civilizaciones se narran a sí mismas, con valores y tradiciones derivados de ellas. Oscurecidos y fragmentados, estos sistemas codificaban perspectiva ecológica, marcos éticos, conocimiento médico y tecnicas de protección. Al perderlos, quedamos despojados no solo de las historias de África, sino también de la infraestructura del genio y la moral africanos.
Este es el propósito de The Afrodeities Codex, mi proyecto mitoliterario que reconstruye las cosmologías africanas. Nace del audaz sueño de dar testimonio de la grandeza del pasado mítico de África. Se basa en esta creencia: las mitologías africanas merecen la misma plataforma cultural que la otorgada durante mucho tiempo a los panteones europeos, con Sango tan conocido como Thor.
No es un llamamiento a la adoración, como tampoco los clásicos lo son a la genuflexión; es una invitación a recuperar sistemas ancestrales de ética, derecho y cuidado colectivo codificados en mitología.
Algunas mitologías africanas sobrevivieron, pero de formas fragmentadas. Si bien existen prácticas vivas en la diáspora y comunidades rurales de África, son desiguales y son consideradas como superstición, no como infraestructura sagrada; como estética cultural, no como social; como retrógrada, no como fundacional. Este posicionamiento refuerza la narrativa de que África carecía de sistemas simbólicos de valor. La restauración es un rechazo a la extinción y una exigencia de paridad.
Desde el cosmos de Dahomey hasta las historias del origen de Ife, las mitologías africanas preceden a los mitos griegos en más de mil años. Los dioses gobernaban los cielos, los ríos, los mercados, la fertilidad y la moralidad, sirviendo como tejido conectivo a través de lenguaje y la geografía. La deidades panregionales, como Mami Wata, los rituales de máscaras, los festivales y las iniciaciones funcionaban como archivos míticos performativos. Su pérdida engendró la desaparición de escritura espiritual y marcos comunitarios de reciprocidad e interdependencia.
La reanimación es una respuesta ética a esa pérdida: para africanos cuya desconexión ancestral se ha institucionalizado; para diásporas que buscan reparar las rupturas del desplazamiento; y para un público global al que desde hace tiempo se le han ofrecido los mitos europeos como herencia cultural, mientras que la mitología africana sigue siendo una trivialidad exótica.
El África precolonial no separaba mito de medicina, derecho o matemáticas. El Hueso de Ishango contiene un código matemático de 20.000 años de antigüedad– probablemente cosmológico. Los manuscritos de Tombuctú abarcaban la astronomía, la medicina y la ética, a menudo escritos en formas poéticas y simbólicas que infundían lo sagrado en su lógica y estructura. El mito era un método que enseñaba a contar, a sanar y a vivir en equilibrio.
Aunque nadie reza a Zeus, su nombre y leyenda perduran como capital cultural. A los dioses africanos, en cambio, rara vez se les concede legitimidad intelectual, una clara consecuencia colonial. La reanimación restaurará las mitologías como marcos de memoria, moralidad y significado. El Códice es una respuesta de diseño a decisiones de diseño, como los sistemas que impiden que las cosmologías africanas funcionen como conocimiento, canon y código fuente; los currículos escolares que omiten por completo la mitología africana, con un control académico que niega su seriedad filosófica; los mercados editoriales que atestiguan pero no invierten; y los sistemas de inteligencia artificial entrenados con modelos grecorromanos y judeocristianos, mientras que excluyen datos africanos.
Las mitologías son la base de la narrativa, sus lecciones, son ligamentos de conocimiento que una vez unieron arquitecturas simbólicas, éticas y espirituales, algunas de las cuales perduraron en nombres de ríos, rituales encriptados y religiones de la diáspora. Los Orisa renacen en candomblé, vudú y santería. Los códigos ancestrales en la gramática visual de Nsibidi conservadas en sociedades Ekpe. Mito encriptado en ritual, memoria, performances, parpadeando en ecos fragmentarios a la espera de ser reunificados.
Las cosmologías africanas se plasmaron en sistemas simbólicos visuales —Nsibidi, Adinkra, Ge’ez—, herramientas mito lingüísticas profundamente estratificadas que transmitían memoria, derecho y diplomacia que eran mapas de soberanía intelectual. Reconstruir legibilidad a través de la literatura, la academia y el imaginario público es el propósito del Códice; mostrar lo que una vez estuvo ordenado y puede volver a estarlo es esencial para cambiar las relaciones políticas y reducir el racismo antinegro. El Códice es archivo, pero también es creador de cánones.
Momentos culturales como los Pantera Negra, Black is King y el Afrofuturismo revivieron un posiblemente fugaz interés en las cosmologías africanas, pero la atención no equivale a profundidad, ni interés a restauración.
El Códice de afrodeidades ofrece reparación, no gestos, una infraestructura intelectual para reintroducir las mitologías africanas como sistemas completos de conocimiento: complejos, en evolución, esenciales.
Incluso si estas cosmologías no tuvieran aplicación contemporánea —y creo que sí la tienen—, aún merecen ser rescatadas, preservadas y visibilizadas por lo que representan. Su desaparición no se debe a la irrelevancia, sino a la violencia colonial y la negligencia sistémica cuyas consecuencias son un absurdo
Como la narrativa de que África carecía de escritura, de que el pensamiento africano era primitivo por ser oral, afirmaciones desmentidas por hazañas como las iglesias excavadas en la roca de Lalibela, las estelas de Aksum o las grandes fortificaciones de tierra del Eredo de Sungbo.
La reanimación comienza nombrando lo borrado, enumerando las pérdidas y luego reconstruyendo, con reverencia, intención e invención. Desde las figurillas de Nok hasta las ciudades de piedra del Gran Zimbabue, el mito nunca fue abstracto. Estaba grabado en forma y habitaba la materia. Ahora es un puente de regreso a la columna vertebral africana de la historia del mundo.
La mitología migró, moviéndose a través de la música, los códigos de tambores, los rituales y los cantos. Los Griots eran archivos vivos, historiadores orales y poéticos diplomáticos que transmitían el mito, no solo como relato, sino como partitura: lírica, rítmica e instrumental. Sus interpretaciones transmitían profecía, ley y linaje, resonando a través de rutas comerciales y migraciones. El mito se convirtió en un cuadro simbólico compartido: dioses gobernando ríos, ancestros caminando junto a los vivos.
Fábulas, folclore y cuentos de hadas europeos, sin acreditar, evocan motivos africanos: animales parlantes, embaucadores, metamórficos, el músico viajero y el misterioso poder de la música.
Aún se pueden escuchar los ecos en las líricas del afrobeat, los espirituales del jazz y los ritmos ceremoniales, desde Bahía hasta Brooklyn. La mitología es el subtexto de la partitura del director. Ahora debe convertirse en el primer plano, el latido del sueño, ya no solo en el eco.
Sí, el viento aún lo lleva. El sueño continúa. El Códice continúa.
Fuente: Africa is a Country
[Traducción, Jesús Esteibarlanda]
[CIDAF-UCM]


