El racismo tras la muerte de George Floyd

15/06/2020 | Editorial

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Los ciudadanos expresan su indignación ante una brutalidad policial que no deja de repetirse y ensañarse con los afroamericanos, en muchos países, particularmente en Estados Unidos.

Ha pasado más de medio siglo desde que dos atletas negros, John Carlos y Tommie Smith, utilizaran el podio en el que recibían las medallas de oro y bronce en los 200 metros, alzando su puño envuelto en un guante negro mientras sonaba el himno nacional y Estados Unidos se ve obligado a seguir viviendo protestas raciales.

El pasado 25 de mayo, George Floyd murió asfixiado bajo la rodilla de un policía blanco que hoy enfrenta cargos de asesinato en segundo grado. Durante ocho minutos y 46 segundos, Floyd suplicó por su vida asegurando que no podía respirar. “Si no hubiera sido porque se grabó lo sucedido, su muerte habría pasado desapercibida, porque las vidas de los negros en este país no importan”, asegura indignada la joven Amanda.

Para millones de personas en muchas ciudades de Estados Unidos, y del globo, la vida y dignidad de los afrodescendientes importa. El lema “Black Lives Matter”, se escucha durante las protestas y manifestaciones de millones de ciudadanos que marchan por todo el país y el mundo entero.

La plaza recientemente renombrada por la alcaldesa de Washington, como “Black Lives Matter”, desde donde antes de que fuera fortificada por una valla negra se veía perfectamente la fachada frontal de la Casa Blanca.

Mientras el gobierno apela al ejército, el pueblo manifiesta su solidaridad universal. El asesinato de Floyd en Minneapolis, ya siempre grabado en la memoria nacional, es un episodio más de la violencia policial que sufre de manera desigual la comunidad negra del país.

Felicia Perry es lo suficiente mayor para recordar los disturbios que durante cuatro días convulsionaron el Distrito de Columbia tras el asesinato de Martin Luther King en abril de 1968. “Hoy no tengo miedo de manifestarme, es una congregación pacífica”. Habrá un antes y un después de Minneapolis. “Tiene que haberlo”, enfatiza. Perry se despide recordando a Barack Obama.

Frente al monumento de Lincoln, las consignas eran “sin justicia no hay paz” y “poder para el pueblo”, entre otras.

La radiografía de la población afroamericana preCOVID esbozaría un escenario distópico, donde el 40% de la población afroamericana viviría por debajo del umbral de la pobreza, con unas tasas de paro estratosféricas superiores al 17 %, cifra que se triplicaría en cuanto atañe a la población joven negra (51%), con los consiguientes efectos colaterales de marginalidad, economía sumergida e incremento de los índices de delincuencia.

“Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”. Martin L. King.

El obispo de Botsuana, Franklyn Atese Nubuasah publica su testimonio en la web de la Conferencia Episcopal de Sudáfrica, en una carta que escribe a su amigo G.Floyd y le dice: “Recordando tu sonrisa contagiosa y tu corazón grande y acogedor, te digo que encendiste un fuego que arde a favor de la paz y el cambio, y por eso tus ojos no se cerraron con la muerte, al contrario, siempre permanecerán abiertos”

«Estoy enojado porque nunca pensé que los hombres pudieran rebajarse tanto», escribe el prelado, pensando en los responsables de la muerte de su amigo fraterno.

«Ahora puedes respirar el aliento de amor para siempre», dice el prelado, citando las palabras pronunciadas por Floyd antes de expirar: «¡No puedo respirar!».

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