El 28 de enero de 2012, al inicio de la 18ª asamblea de la Unión Africana, Jia Qinglin, por entonces presidente de la Conferencia Consultativa Política del Pueblo Chino, inauguró en Adís-Abeba la nueva sede de la UA. Las 3 salas de conferencias, despachos para 700 personas, un helipuerto y una torre de 99’9 metros y treinta pisos, regalo todo de la República China, habían costado €154 millones y tres años de trabajos. En las mismas fechas, pero 6 años más tarde, la UA ha celebrado su 30ª asamblea. Se esperaba, y así fue, que bajo la dirección de Paul Kagame, presidente de Ruanda, los mandatarios africanos examinaran especialmente el asunto del futuro mercado único continental, los problemas de la migración al interior del continente (20 millones de desplazados) y la reforma de la organización. Pero un artículo de Le Monde del viernes 26, “En Adís-Abeba Pekín espía la sede de la Unión Africana”, hizo que el espionaje ocupara buena parte de las conversaciones y declaraciones en los corredores.
Según Le Monde, los propios informáticos de la UA descubrieron en enero de 2017 que entre la medianoche y la 2 de la madrugada, cuando los despachos estaban vacíos, cantidades ingentes de información pasaban a través de los servidores para terminar en unos misteriosos servidores situados en Shanghái. Los informáticos habrían encontrado igualmente micrófonos ocultos en numerosos despachos. Desde entonces, siempre según el mismo periódico, se ha cambiado el sistema informático y los servidores de la sede.
Como era de esperar, dirigentes chinos y africanos han negado que se hubiera espiado. Kuang Weilin, embajador chino ante la UA calificó el artículo del periódico francés de “sensacionalista”, e insinuó que las intenciones del mismo eran las de poner trabas a las relaciones entre China y el continente africano.
Paul Kagame fue más inteligente y realista: “No creo que el espionaje sea la especialidad de los chinos. En este mundo tenemos espías en todas partes”.
Y así es. Todos espían, y no sólo los chinos. Hace un par de días supimos que el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) español había conseguido descifrar la correspondencia entre 1502 y 1506, escrita no con letras sino con unos doscientos símbolos, entre Fernando el Católico y Gonzalo Fernández de Córdoba, “El Gran Capitán”, durante la batalla de Nápoles (Italia). Los del CNI apenas si han explicado cómo lo han conseguido, pero lo cierto es que ya hace cinco siglos se tomaban medidas de contraespionaje. Algo más reciente, y con los chinos implicados en el asunto: aún no se sabe hoy con certeza si la americana de origen chino Katrina Leung, que trabajó durante años para el FBI recogiendo información sobre la República China, fue o no un agente doble. Acusada en 2003 de trabajar para los chinos, su caso fue desestimado en enero de 2005, y fue condenada en diciembre por sólo delitos menores. ¿A quién favorecieron esos 20 años de “información contaminada”?
En diciembre de 2016, a los tres años de la aparición de los documentos de la NSA filtrados por Edward Snowden, Le Monde se quejaba del espionaje americano y británico al que estaba sometida Francia y sus intereses en África, así como algunas ONG africanas. En particular acusaba a los servicios británicos de espiar a jefes de Estado, diplomáticos y emprendedores de veinte países africanos. Tras estudiar el caso de la feminista egipcia Azza Soliman The Economist, del 18 de mayo de 2017, concluía: “Los gobiernos del Oriente Medio utilizan a los hackers para controlar a los activistas e interceptar y bloquear sus comunicados encriptados”. El 19 de junio de 2017 el New York Times informó que el software adquirido por el gobierno mejicano para controlar a los criminales, se estaba utilizando para espiar a periodistas y defensores de los derechos humanos… Pero ¿por qué un gobierno debiera saber menos de lo que Google sabe sobre nosotros? Se lo había preguntado The Economist en 2013. Y desde entonces los gobiernos, poco importa su horizonte geográfico o político, pretenden tener acceso a lo que los servidores de Google, Facebook, Twitter o Amazon almacenan…
Es posible que Kuang Weilin se equivocara al atribuir mala intención a los periodistas de Le Monde Joan Tilouine y Ghalia Kadiri. Pero seguro que el artículo ha echado leña al fuego de la animosidad de aquellos países que como Francia y China se disputan las materias primas del continente africano. Porque en el caso del espionaje en África es ante todo de lo que se trata. Los papeles que WikiLeaks hizo públicos en febrero de 2016 documentaban una corrupción multimillonaria en la guerra que se libran las compañías chinas y occidentales por los derechos de extracción de uranio en la República Centroafricana. Ya en 2015 la compañía francesa Areva (energía nuclear) fue acusada ante los tribunales de corrupción en la compra de tres minas de uranio por 1’8 mil millones de euros. En algunos casos las compañías presentan engañosamente sus proyectos a través de organismos internacionales o de la ONU, como la World Sports Alliance, que considera el deporte como un factor de desarrollo sostenible. En otros, se trata de ofrecer al país “bonificaciones”, “incentivos” e “inversiones”. Lo que a menudo ocurre es que compañías como Areva abandonan el país dejándolo contaminado y sin que hayan apenas invertido en él.
El resumen de lo que está ocurriendo lo plasmó bien la viñeta del Economist del 20 de enero. En ella aparece el mapa de África como un agujero del que una compañía china extrae valiosos minerales. Y un representante chino que reparte dinero a los africanos les dice, refiriéndose a la terrible frase del deslenguado presidente americano, “a diferencia de otros, no la [África] consideramos como un “shithole” (agujero de mierda).
Siempre a propósito del espionaje, Paul Kagame, hablando a la agencia Reuters, dijo algo importante: “De todos modos, no hay nada de lo que aquí se hable que queramos ocultar a la gente”. “Mi preocupación es que la sede de la UA la haya tenido que construir China. Hubiera preferido que, habiéndonos organizado mejor antes, la hubiéramos construido nosotros”. El hecho es que China la ha construido; que los africanos no son tontos y saben que nunca las intenciones del donante son puramente altruistas; y que entre tanto siguen aceptando la ayuda y la presencia chinas. Por algo será.
Ramón Echeverría