Se hablaba en este blog recientemente de nazarenos, verónicas y crucificados que uno se encuentra en este mundo africano. Es cierto, en pocos sitios se nota tanto el drama y la tragedia del Viernes Santo como aquí. Sin embargo, la otra cara de la moneda es el hecho que de África es un pueblo (ya sabemos que África no es un país y mucho menos un pueblo, pero me entienden lo que quiero decir) que también vive a flor de piel no sólo los misterios de la muerte y el sufrimiento, sino los de la resistencia, la vitalidad y el aguante ante las adversidades. Esas son las gentes que me hacen creer en el poder de la Vida porque muestran la fortaleza del espíritu humano.
Hoy, aunque sea una historia con un final trágico, querría compartir con los que siguen este blog una historia real que ha tenido lugar en estos días. La protagonista de esta historia es una chica de 17 años (aunque en la fotografía aparente poco más de 12), Rachel Namulondo, una chica que en el año 2002 supo que vivía con el virus del VIH, como muchos otros millones de personas en este país. Cuando su salud se resintió tuvo que abandonar la escuela en cuarto de primaria. Su padre la abandonó alegando que no podía malgastar su poco dinero en una víctima del SIDA. Ante tal situación Rachel se fue a vivir con su abuelo, a 9 km más lejos de donde se encontraba antes, lo cual suponía una distancia total de 12 km para llegar al centro de salud más próximo.
Durante los últimos cinco años, Rachel caminaba la distancia de 12 km para recoger sus medicinas antiretrovirales, el tratamiento establecido para los enfermos de SIDA que, en la mayoría de los casos, hace posible que los pacientes vivan muchos años con una buena calidad de vida. Durante una celebración del día mundial de la Tuberculosis, una ONG descubrió el caso de Rachel y decidió hacer público el caso de esta niña que era capaz de hacer 24 km sólo para acceder a su tratamiento. Hablando en esa celebración, Rachel llegó a reconocer que a pesar de obtener las medicinas que necesitaba, el problema principal era que en casa de su abuelo, con medios tan reducidos, era imposible tener una dieta equilibrada que es tan necesaria para los pacientes que toman estos medicamentos.
Este caso apareció en uno de los principales rotativos del país y obtuvo inmediatamente una gran atención al mismo tiempo que muchos lectores decidieron apoyar a la niña. Por desgracia, la ayuda le llegó demasiado tarde. La semana pasada comenzó a tener fiebre alta y murió pocas horas después en la choza de su abuelo.
Una historia casi anónima, como miles de otras. Creo que al final la crisis no es falta de dinero ni de recursos, la verdadera crisis es la falta de ternura, de humanidad, el saberte solo ante las circunstancias. Esta chica, que murió en el fragor de una batalla con la que viven millones de personas, nos muestra las que de verdad deberían ser nuestras prioridades principales.
Ojalá que ahora disfrute de aquella plenitud que el egoísmo y la miopía de los hombres no le dejamos disfrutar en la tierra.
original en : En Clave de África