Cuando vi el informe del periódico Standar sobre que el presidente de Tanzania, el Dr. John Pombe Magufuli, había prohibido las minifaldas «en un intento por frenar la propagación del VIH/SIDA», me reí, pero no me sorprendió.
Aunque no había visto la noticia en los periódicos locales de Tanzania, y sé que debería haber dudado de que mi brillante presidente, mi más amado, haría tal declaración, una parte de mí todavía creía que la prohibición era cierta.
¿Cómo podría el presidente que ha declarado la guerra a la corrupción, al mal gobierno y la pobreza, que ha jurado desterrar todo lo que aflige a nuestro gran país, prohibir las minifaldas? ¿Y cómo podría yo, una tanzana con la mayor fe en él, creer semejante mentira?
La supuesta razón de la prohibición era para luchar contra la propagación del VIH/SIDA, pero la batalla contra la minifalda no es nueva en Tanzania. Ha habido varios casos en los que se consideró la moda como la culpable cuando hubo mujeres atacadas, acosadas, secuestradas o violadas. El Presidente Magufuli no ha prohibido las minifaldas, pero hay algunas personas que querrían que lo hubiera hecho.
Como mujer, me han enseñado que mi cuerpo es un pecado, por eso tengo que comprobar cómo voy vestida cada vez que alguien me mira. Cada vez que alguien me mira, yo incómodamente tiro hacia abajo de mi falda o de la blusa, para no mostrar ni siquiera un poco de la piel prohibida. Me han enseñado a temer que si mi cuerpo, está cubierto de forma inadecuada, me podrían hacer daño, por ejemplo ser acosada, violada, o de acuerdo con el falso informe del Standar, aumentar la propagación del VIH/SIDA.
En 2014, la vecina Uganda propuso la ley Anti-Pornografía, una ley, que según los rumores incluiría la prohibición de la minifalda. Cuando los llamados “moralistas de Tanzania» que afirman preservar nuestras costumbres y tradiciones puras, oyeron esto, alabaron a Museveni por su audaz postura. Sin embargo, no fue a causa de la reacción de algunas de estas personas por las que creí este rumor. Fue a causa de las advertencias de nuestras madres de tener cuidado, el miedo en sus voces cuando nos decían que nos cubriéramos, que enrolláramos los khangas (1) más largos. Ellas han visto lo peor, han pasado por lo peor.
El mes pasado, en mi iniciación para la función pública de Tanzania, asistí a un seminario de inducción. Entre las muchas cosas que se enseñan allí: los derechos y responsabilidades de los funcionarios públicos, el seminario también se refirió a cómo comportarse y vestirse. La instructora, una mujer de unos cincuenta años, una funcionaria pública con experiencia, entró en una sala llena de nuevos empleados. Se dirigió a nosotros en tono maternal, nos advirtió de las consecuencias que pueden suceder con ciertos comportamientos. Luego habló sobre el código de vestimenta aceptable, sacando el mismo cartel que cuelga en la puerta de la oficina de recursos humanos, y de cada oficina pública.
(1) El khanga, es una prenda de vestir de colores, similar al kitenge, usado por las mujeres y en ocasiones por los hombres en toda la región de los Grandes Lagos. Es un trozo de algodón tejido, de alrededor de 1,5 m por 1 m, a menudo con una cenefa a lo largo de los cuatro lados y una parte central que difiere en el diseño de la cenefa.
Neema Komba – thisisafrica.me
Fundación Sur