Cada tercer jueves de noviembre, establecido por la Unesco en su proclama 33 C/45 (2005), se celebra el Día Mundial de la Filosofía. La filosofía es filosofar, reflexionar sobre la experiencia humana a fin de poder encontrar respuestas a preguntas fundamentales. La filosofía surge del asombro, enseñaron desde la Grecia clásica, y la humanidad no puede parar de filosofar, es su naturaleza, si bien quien se dedica a la filosofía ocupa buena parte de su tiempo en la reflexión sobre cuestiones profundas, de un modo regular y habitual.
La filosofía occidental prosperó e intentó responder una serie de interrogantes que aqueja a la humanidad, o al menos sirve para generar más preguntas a partir de temas intrigantes. Algunos incluso fueron más lejos y convinieron que no puede haber más filosofía que la occidental, acotándose a un método considerado “científico”. Pero ¿qué hay del pensamiento africano? ¿Acaso en África se filosofó y hoy existe filosofía africana? Desde luego que sí, y son muchísimas las vertientes y las discusiones actuales. Para ello, conviene revisar el artículo de Sonia Fernández Quincoces, “El pensamiento africano existe, aunque lo ignoremos o lo desconozcamos”, publicado en 2015. Todos los pueblos del mundo cuentan con filósofos. Los africanos no son la excepción, aunque muchas reflexiones filosóficas de los últimos no se hayan podido conservar (debido al registro oral), en cambio es más fácil estudiar la filosofía africana contemporánea.
Herramienta de liberación
Revisando el pasado africano pesan hechos traumáticos como la trata esclavista y el colonialismo, y el legado que perdura hasta hoy, de la mano del neocolonialismo. Además, hay que sumar el Apartheid, régimen finalizado hace menos de 30 años.
Solo África, si se puede pensar en una totalidad, podrá desafiar y superar, por sí misma, la situación actual, el estado de subordinación impuesto por las ex metrópolis y (posteriormente) por nuevos actores. Si las clásicas luchas de liberación finalizaron hace rato, no siempre sus resultados han sido benéficos para los pueblos africanos. En este sentido, la filosofía debe ser un elemento crítico para (re)pensar la crisis en que vive el continente y proponer soluciones debido a que, en momentos críticos, se pone a prueba la capacidad del ser humano de actuar en pos de mejorar condiciones existentes. Una nueva liberación es el desafío pendiente y, al respecto, la filosofía debe interpretar (y reinterpretar) el panorama para entenderlo y, a partir de esto, saber cómo modificarlo o, al menos, reflejar el malestar del presente.
Como plantea el filósofo camerunés Achille Mbembe en su trabajo ‘Crítica de la Razón Negra’ (2016), “En el fondo, la figura de África, entendida como reservorio de misterios, representa el discurso occidental del deseo de una fiesta alegre y salvaje, sin obstáculos ni culpa; la búsqueda de un vitalismo sin consciencia del mal…”. En contra de esa versión empapada de exotismo y atemporalidad, se trata de recuperar la historia, que los africanos se reconsideren a sí mismos como protagonistas de sus vivencias, que puedan superar la situación de extrañamiento que les ha impuesto la dominación europea en general, aquella tan bien denunciada y abordada por el intelectual y psiquiatra martiniqués Frantz Fanon. Por otra parte, si el filósofo alemán Hegel planteó que África no tiene historia, es momento de torcer este argumento. De este modo, procediendo a la apropiación de la historicidad, se podrá entender la dominación en el pasado (y en el presente) que perpetúa un estado ininterrumpido de subyugación africano en el mundo contemporáneo.
Al reflexionar sobre las preocupaciones actuales, se genera un discurso filosófico que, haciéndose eco del presente, contribuye (o debería contribuir) a vislumbrar el futuro. Como afirmó el intelectual y político martiniqués, Aimé Césaire, uno de los principales impulsores del movimiento de la Negritud, él, como hombre negro, había asumido la conciencia de ser tal, su lugar en la historia y en el mundo, con todas las desgracias vividas. “¿Qué más puede ser el resultado de esto sino nuestros pasos hacia un futuro todavía no digitado?”, escribió. El autor del famoso Discurso contra el colonialismo (1955), reflexionó que el futuro debía ser descubierto ya que la responsabilidad del hallazgo correspondía enteramente al individuo.
En otras palabras, el discurso filosófico debe propiciar una hermenéutica (lectura) radical de la situación africana actual, una reinterpretación del presente para proyectar el futuro. Entonces, la lucha contra el neocolonialismo es una suerte de retorno a la hermenéutica de la liberación que culminara en las descolonizaciones. Se debe repensar el pasado tanto como el presente, para intentar un mejor futuro, donde prevalezca la justicia, el pasado ideal de las luchas de liberación africana. Un contexto en donde pueda ser recuperada la especificidad histórica y cultural del individuo, su humanidad. Como sentenció uno de los héroes de las independencias en África, el oriundo de Guinea Bissau, Amílcar Cabral, se trata de “reafricanizar los espíritus” o, parafraseando a Fanon, superar los complejos de imposición de la mentalidad del dominador al dominado, lo que este gran intelectual procedente del Caribe desarrolló en su magistral ‘Piel negra, máscaras blancas’ (1952).
Oprobios del pasado… y del presente
Si, a partir de la Modernidad, se construyó un relato mediante el cual el capitalismo siempre implica la negación de la humanidad, el “negro” es la más perfecta invención de esta triste realidad. Citando a Mbembe, el negro ya despojado de la esclavitud (y la trata) pero sin perder la impregnación de esta condición por siglos, “…fue inventado para significar exclusión, embrutecimiento y degradación, inclusive para significar un límite conjurado y aborrecido al mismo tiempo.”. En efecto, el mártir sudafricano en la lucha contra el Apartheid, Steve Biko, creador del Movimiento de Conciencia Negra, planteó que el concepto “negro” involucraba no solo a los africanos víctimas de la segregación sino también a mestizos y las minorías étnicas de Sudáfrica.
Entonces, entre la imposición sobre la negación de su humanidad o la inserción en los últimos peldaños evolutivos de la misma, el negro se vio obligado a recurrir a la tautología de defender, al igual que el resto, su pertenencia a la especie humana o a remarcar la revalorización de un pasado glorioso para comprobar su humanidad. Si el concepto de raza fue la explicación hegemónica durante el siglo XIX sobre las diferencias entre los seres humanos, término que se creía desterrado de la comprensión de lo social, hoy en día está más presente que nunca. Por ende, atento el lugar endilgado a los africanos en este esquema, seguirá siendo una lucha legítima de los “negros” acabar con el racismo. En otras palabras, sostiene el filósofo camerunés: “Del mismo modo que los movimientos obreros del siglo XIX o las luchas de las mujeres, la modernidad está habitada por el deseo de abolición que en otro tiempo llevaron adelante los esclavos. Ese mismo sueño es el que retomaron, a principios del siglo XX, las grandes luchas por la descolonización (…) Una y otra vez, estas luchas permitieron la extensión o, incluso, la universalización de derechos que, hasta ese momento, habían sido propiedad exclusiva de una sola raza”.
Por lo demás, los africanos y afrodescendientes no se han quedado cruzados de brazos frente al oprobio racista. Muchísimos intelectuales contribuyeron al recupero de la dignidad del negro, como el pionero de la doctrina de la “Personalidad africana” el nacido en las actuales Islas Vírgenes estadounidenses Edward W. Blyden, los también caribeños Césaire, Fanon o Marcus Garvey, en el empeño por recuperar un término denigrado, el de negro, haciendo filosofía.
El jamaiquino Garvey llevó a cabo el proyecto de que el negro se gobernase por sí mismo, una “redención” de su persona, a la espera de un “imperio africano” sin el cual la raza negra no podía ser económica y políticamente autónoma. Para él el negro debía dejar de ser miembro de una “raza de esclavos” y convertirse en amo. No fue el primer pensador en insistir en el “retorno a África” pero su proyecto adquirió fama. El jamaiquino vislumbró la vuelta al hábitat natural de todo afrodescendiente y, al efecto, creó y dirigió una empresa naviera para realizar viajes transatlánticos, además de fundar una organización. Sin embargo, la iniciativa fue un fracaso pero quedó en la historia.
Control del futuro
Como en los años 50 sentenció Césaire, importa la necesidad de combinar esfuerzos por la justicia y la verdad a efectos de construir organizaciones honestas que ayuden a los pueblos negros en su lucha diaria y la proyecten al futuro: por la justicia, la cultura, la dignidad y la libertad. Aunque no sea africano (y estuviese inflado de prejuicios hacia África como todo ilustrado) bien vale una cita de Voltaire: “Esta vida es una lucha permanente, y la filosofía es el único emplasto que podemos aplicar a las heridas que de todas partes recibimos”.
Original en : Afribuku