Etiopía, en los días de la infame hambruna de los años 80: un famoso deportista español y su séquito de la marca deportiva que lo patrocina aterrizan cerca de un centro de nutrición etíope alrededor del cual se han hacinado en pocos días miles de personas. Resulta el viaje era para que el deportista participara en el reparto de comida a la población desnutrida y para obtener documentos gráficos promocionando el aspecto más solidario de la persona y de la marca que lo patrocina. Pero he aquí que, debido al retraso en los vuelos o a cualquier otro contratiempo del viaje, los responsables de ese centro de nutrición han repartido ya la comida se ha repartido hace un par de días y, ya que cada familia ha recibido raciones suficientes, no debería haber otro reparto hasta la semana siguiente. Horreur… “¿y qué hacemos ahora después del dineral que hemos invertido en esto?”, se dicen los patrocinadores.
Ni cortos ni perezosos, los avispados organizadores de la visita se apañan para agarrar a unos cientos de beneficiarios, montar unas mesas con el logo del patrocinador, poner a la gente en ordenadas filas y hacer unas muy convincentes tomas del ídolo, repartiendo comida como si en eso le fuera la vida y repartiendo sonrisas profidén por doquier. Un paripé vamos, todo con tal de que quede plasmado que el famoso en cuestión mostró su solidaridad y “se mojó” en el terreno haciéndose una foto de lo más entregado a la noble causa de la lucha contra la pobreza. Todo sea por la llamada “visibilidad”, eufemismo que incluye todo el tinglado que se mueve alrededor de cualquier famoso que le dé por cambiar unos días la suite de lujo por una tienda de campaña y una ración extra de sol, polvo, calor o arena.
Ni me quiero imaginar la que se debe armar cuando, en vez de un sufrido deportista, la ilustre personalidad visitante sea alguien con ración extra de glamour como Angelina Jolie, George Clooney o Madonna… entonces sería el remate del tomate, habría casi más personas de equipo de rodaje y de acompañantes que beneficiarios. Es cierto que la mera presencia de una de estas celebridades tiene el poder de llamar la atención mundial acerca de una situación o un conflicto determinado… aparte de esto no veo muchos más beneficios.
Hablo de esto al hilo de algunas propuestas que he podido leer en las últimas semanas que proponían que, a raíz de la celebración de la JMJ en Madrid, y quizás para compensar el “baño de masas” en España, el papa tendría que ir a Somalia para manifestar de una manera más contundente su solidaridad con los más pobres de este mundo… Con todos los respetos, me parece una solemne tontería. Si, como han podido ver, tengo mis reparos para que uno de estos personajes o personajillos aparezca en pantalla haciendo finta de de que ayuda o de que se está enterando del tema, se pueden imaginar lo que puedo pensar de tener al Papa metido en ese cotarro.
Si somos pragmáticos – y en esto me pongo en la piel de quienes están trabajando en el terreno – en una situación de hambruna o de emergencia aguda lo que hace falta es agua limpia, medicinas, comida, saneamiento, etc. y eso de manera expeditiva y cuanto antes, asegurando la dignidad y la protección de las personas y respetando también la vulnerabilidad de ciertos grupos sociales. La presencia de una personalidad como la del Papa – más aún siendo jefe de estado con toda la parafernalia de seguridad que esto implica – en medio de tal embrollo no haría más que ser un magnífico estorbo para una intervención de esa envergadura. Como si no tuvieran suficiente con lo que están haciendo, a la gente que trabaja en el terreno estresada por poder cubrir las tremendas necesidades que tienen alrededor se le impone el engorro de tener que atender a esta personalidad, darle explicaciones de la génesis del problema y darle un paseo por las instalaciones. Hombre, habrá quien se muera por hacer esto y por aparecer en la foto de esta guisa solidaria… pero yo al Papa me lo imagino apoyando desde la distancia los esfuerzos de su gente que no son otra que las diversas organizaciones dependientes de la iglesia y del personal allí presente. Me parece muy bien que esté y se sienta cercano a la realidad de la pobreza, pero en una situación de emergencia aguda como la que hablamos, lo que haría sería molestar, con todos mis respectos.
En estos días pasados me ha dolido mucho la demagogia anti-JMJ que tanto criticaba que el Papa estuviera en Madrid y no en Somalia. Deberían mirar con menos prejuicios y deberían aceptar que la Iglesia Católica (que es un cuerpo vivo, no solo el Papa) es ya una de las organizaciones más activas en el plano social, especialmente en situaciones de frontera y de exclusión. Allí donde está una monjita que quita la caca a unos disminuidos psíquicos, de un cura que denuncia el tráfico de niños, un centro de atención a enfermos del SIDA o un voluntario de Cáritas que reparte comida… veo la labor no sólo del Papa, sino de toda la Iglesia que está ahí muy dignamente representada.
Y qué quieren que les diga… como católico, no quiero yo tener por ahí a un Papa que haga un alarde así de solidaridad simplemente porque es lo que pide parte del personal. Dejemos las fotos y las visitas solidarias para los glamourosos… yo prefiero una labor callada y profesional, prefiero muchas más veces el silencio comprometido y el calor humano que no tiene campanillas ni tiene “visibilidad” de papel couché. Puestos a hablar de fotos con encanto, mi preferida es aquella de Juan Pablo II en Angola, sentado al lado del camino sin protocolo y sin formalidades con una anónima familia africana, alrededor de una radio y unos refrescos. El verdadero compartir con los pobres no requiere tremendismos obscenos ni protagonismos interesados.
Original en En Clave de África