Es difícil ejercer de profeta y diplomático a la vez, pero el papa Francisco lo ha conseguido en su viaje a Myanmar (Birmania) y Bangladesh, que el sábado daba por terminado.
Antes de su visita a Myanmar, los activistas de derechos humanos pidieron al papa que condenara el asesinato, la violación y la limpieza étnica de los musulmanes Rohingya por parte del ejército birmano, que ha quemado cientos de aldeas y ha forzado a más de un millón a buscar refugio en Bangladesh.
También la diplomacia vaticana pidió al papa que en Myanmar no usara la palabra Rohingya por miedo a que la pequeña minoría católica fuera atacada por la mayoría budista. Por lo tanto, el papa Francisco se enfrentaba a un dilema: ser profético y poner en riesgo a los cristianos de Myanmar, o guardar silencio y poner en peligro su autoridad moral.
El Papa demostró sus dotes de diplomático, diciendo a los líderes de Myanmar que el país había sufrido «conflictos civiles y hostilidades que duraron demasiado tiempo» y pidió « la paz basada en el respeto de la dignidad y los derechos de cada miembro de la sociedad, el respeto para cada grupo étnico y su identidad», «sin usar la palabra Rohingya».
A nadie pasó desapercibido su mensaje y los medios notaron que sin usar la palabra Rohingya, en su discurso se estaba refiriendo a la persecución de minorías religiosas y étnicas, especialmente de los musulmanes Rohingya.
Los activistas de los derechos humanos no quedaron satisfechos. Querían que criticara públicamente a los militares y al gobierno por su trato a los rohingya. Ciertamente es comprensible su punto de vista.
Pero si las palabras del papa hubieran ido más lejos, habría puesto en peligro no solo su vida, sino también la de la comunidad cristiana, que ya está siendo perseguida en Myanmar. Han quemado iglesias, impedido la celebración de los servicios religiosos, perseguido y asesinado a sacerdotes y discriminado a los cristianos.
En la mente de los militares y de la mayoría de la población budista, no se puede ser ciudadano de Myanmar a menos que seas budista. Algunos expertos temen que la violencia antimusulmana en el estado de Rakhine, que provocó la crisis de los refugiados, se extienda a otras partes de Myanmar y a otras minorías religiosas.
El viaje del Papa ciertamente ha sido muy positivo para los católicos de Myanmar que se sienten fortalecidos con su presencia. Pero, así como en Birmania predominó su faceta de diplomático, en Bangladesh sobresalió su carisma profético.
No solo agradeció al pueblo de Bangladesh y al gobierno por acoger a los refugiados y pidió a la comunidad internacional que haga más para ayudarlos, sino que también usó la palabra Rohingya cuando se reunió con 16 refugiados en Bangladesh.
El papa Francisco recordó la historia de la creación islámica donde Dios «al principio tomó un poco de sal, lo puso en agua y creó las almas de todas las personas». Hablando de los Rohingya, dijo: «Estos hermanos y hermanas llevan la sal de Dios dentro de ellos». Luego sorprendió a todos los presentes al agregar: «La presencia de Dios hoy también se llama Rohingya».
Por lo tanto, el papa Francisco interpretó al diplomático en Myanmar, pero habló como profeta en Bangladesh.
Por esto se puede decir que su viaje ha sido muy positivo y que ha pasado con éxito la prueba de fuego que algunos veían en su visita a Nyanmar
Prisciliano Cordero del Castillo SOCIÓLOGO. 04/12/2017