Si no estás allí, todo lo que llega es confuso. Los medios españoles copan su parrilla retransmitiendo el sainete de país que tenemos. Una solución intermedia y a la vez interesante pasa por las cadenas árabes que informan en inglés. La última opción consiste en explicarlo todo bajo la teoría de la conspiración. Conjetura esta en función del retrovisor histórico y que hasta hoy en día no suele dar malos pronósticos. Lo que está claro es que el constipado árabe parece ya no interesar mucho. El romanticismo de aquella revuelta popular y el espíritu de El Cairo han ido mutando hacia un serial que coquetea con relegarse a la prórroga de la información internacional. Dos años después del fin de Ben Ali, Túnez está embarrancado en la depresión social y aquel delirio de laicismo y modernización se quedó en un bonito sueño de primavera. Libia es un caos del que ya ni noticias llegan y Egipto amenaza con instaurarse bajo la dinastía de una sucesión eterna. De una forma u otra, uno de los habituales pecados africanos vuelve a hacer acto de presencia: partes que se cruzan acusaciones de irregularidades electorales y reclaman unos nuevos comicios. Al Arabiya, con sus presentadoras maquilladas y ajenas al hiyab, parece optar por la información aséptica de un medio más o menos occidentalizado; dando voz a todas las partes que pugnan por la nueva constitución. Y en la rebotica, la teoría de la conspiración espera a que la urna vomite un ganador que sea el heredero de Mubarak el amaestrado y no provoque otra crisis de los misiles del Sinaí; vamos, que da igual quién salga. Se trata de amarrarlo bien; ofreciendo así una imagen de respeto por la soberanía nacional; ¿nos reímos? Acabamos con Aboul Fotouh. El ayatolá de turno, que esgrime que la sociedad está lacrada por la fractura social en forma de desigualdades, paro y que la justicia militar no puede regir la vida civil. ¿Y que propone la hermandad musulmana, que es cualquier cosa menos una alternancia?; ¿la sharia como fuente de ley?; si es así, habrán cambiado a Mubarak, un tirano de granito, por una teocracia.
original en Diario de Avisos