El niño de Malanje

6/06/2014 | Opinión

La imagen de un padre entregando a su hijo al piloto de un avión de las líneas aéreas angoleñas (TAAG) a través de la ventanilla de la cabina permanecerá para siempre grabada en mi memoria, así como la de los niños llevando a la espalda a otros niños mientras huían después de un ataque mortal a su aldea en Bunjei (Angola).

Los habitantes de Malanje habían sido amenazados por Savimbi. El asedio y bombardeo de la ciudad fue una de las etapas más violentas de este viaje que, por el bien de la humanidad, nunca llegó a su fin. El estallido de proyectiles empujó a miles de civiles a escapar desesperadamente.

El último avión de la TAAG que despegó de Malanje estaba lleno de mujeres y niños. Las puertas ya estaban cerradas. Un padre desesperado con su hijo en brazos, rogó al piloto que sacara a su hijo de ese infierno. El comandante abrió la ventanilla de la cabina y lo cogió. Probablemente, esa fue la última vez que el padre vio a su hijo. El comandante de la TAAG lloró. El niño, muerto de miedo, lanzó una mirada a su alrededor, sin entender por qué su padre le entregaba a un extraño de esa manera.

Miles de niños angoleños vivieron momentos angustiantes como el que vi en Malanje. Algún tiempo después nos enteramos de que los habitantes de Malanje resistieron heroicamente los ataques militares, pero los bombardeos mataron a mujeres, niños y ancianos. Los hombres defendieron, muchos hasta la muerte, su ciudad.
Luanda se convirtió en el hogar de cientos de niños que huyeron de la guerra sin padres ni familia.

Jonas Savimbi mostraba, en Portugal, a los «niños de la calle» como ejemplo de un país incapaz de hacerse cargo de sus hijos, pero no decía quiénes fueron los culpables de esa tragedia. Ni mucho menos se explicó que las calles de la capital eran mejor para ellos que ser el blanco de los obuses.
Julio César un día llegó con sus soldados, hambrientos, sedientos y cansados a un estanque lleno de cadáveres, todos bebieron y estaban encantados con esa agua. No había ninguna otra. Nuestros «niños de la calle» salieron del infierno causado, en más del 75% de Angola, por los más de 20 mil soldados que los seguidores de Savimbi escondieron en las bases secretas de Cuando Cubango (Angola) cuando las Fuerzas Armadas para la Liberación de Angola (FAPLA) fueron disueltas y Angola no tenía Fuerzas Armadas organizadas. Los niños refugiados de Angola encontraron en las calles de Luanda (Angola) una tabla de salvación. Esta tragedia se cobró muchas lágrimas, mucho dolor y mucha sangre pero los angoleños ganaron.

Hoy en día nuestros hijos no entran en los aviones a través de las ventanas, no huyen de sus hogares, no pierden el contacto con sus familias. Tienen escuelas, maestros, comidas escolares, ocio, centros médicos y hospitales. Y, sobre todo, viven en paz.

Después de la tormenta de muerte y destrucción desatada por el ejército de Jonas Savimbi, el Gobierno asumió «11 compromisos» para con nuestros hijos y los Objetivos del Desarrollo del Milenio (ODM) se alcanzaron antes de la fecha límite, por ejemplo en los temas referidos a la salud de las madres y los niños. El Programa Nacional de Vacunación llega a millones de niños cada año.

Las organizaciones internacionales elogian a Angola por su lucha contra la pobreza y tienen razones para ello. Millones de familias, hoy en día, tienen lo mínimo para vivir con dignidad. Pero el país no puede quedarse ahí. Todavía hay un 30% de angoleños que vive en la pobreza y tienen que salir de esa situación urgentemente y todavía hay quienes quieren volver al pasado.
Por lo tanto, se debe construir un Estado Social que se extienda por todo el país para que las «fuerzas negativas» no vuelvan a Angola.

A medida que se extiende la lucha contra la pobreza, más niños tienen acceso a la educación, a la salud, a la alimentación, al ocio, a una vivienda digna. Todas las políticas sociales adoptadas por el Ejecutivo terminan teniendo un fuerte impacto en las vidas de los niños angoleños. Cada día, hay profesionales que trabajan para que cada niño pueda ser feliz y tener una sonrisa en su rostro.
La felicidad de los niños angoleños es un objetivo nacional y la sociedad está fuertemente movilizada para que este objetivo se cumpla en toda su plenitud.

El Hospital Dr. António Agostinho Neto, en Lubango (Angola), ha creado una zona de juegos para los niños hospitalizados en el Departamento de Pediatría. No puede haber mejor prueba del cambio en Angola. Toda la provincia de Huila (Angola), contará, en sus hospitales, con un espacio para juegos. Eso sí que es, verdaderamente, humanizar la sanidad.

Y es con gestos como éste, es con los que se forja la reconciliación nacional. Las palabras sin contenido valen tanto como el viento que pasa. Las declaraciones de lealtad a los principios de reconciliación nacional no valen nada, cuando la práctica es totalmente la contraria, cuando siempre tiene un ejército de odio y resentimiento listo para disparar el insulto y la discordia en lugar de desarrollar políticas para el bien común. Pueden seguir hablando de paz y reconciliación que nadie les va a creer.

Actualmente, el Día del Niño es un buen momento para sacar toda la violencia y el odio de sus escondites, para que los niños angoleños crezcan en paz, tengan, educación, salud, alimentación, vestido y una familia que los ame. El amor que sólo existe en los corazones sin odio o resentimiento es el mejor regalo que podemos dar a los niños de Angola hoy. El resto de los días, nuestros niños tienen a la sociedad velando por su felicidad.

José Ribeiro

Jornal de Angola Online

Traducción: Mercedes Sánchez

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