El mito del “progreso”

14/10/2019 | Editorial

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La palabra “progreso” es de nuevo, el mantra del momento. O eres “progresista” o no cuentas en esta sociedad. Pero la cuestión básica es: qué entendemos por: “progreso”.

En cada época, progreso ha sido relacionado en Occidente con diferentes elementos, como: la razón, ilustración, modernidad, emancipación, libertad, igualdad, fraternidad, liberalismo capitalista, fascismo, socialismo, humanismo, ética, desarrollo sostenible, etc.

En otras culturas, progreso ha significado algo diferente. En la cultura “Bantú”, progreso estaba relacionado con: el bienestar del clan, la armonía con los antepasados, cuidado de la naturaleza, culto a los ancestros, etc.

El éxito, objetivo innegable en el progreso moderno tecnológico, creó también el mito del éxito, que busca excluir el sufrimiento humano.

Sin esta consideración del sufrimiento humano, causado por el hombre, el progreso es falso, porque no es para todos, y no es universal, sino de algunos a costa de muchos otros.

La realidad del sufrimiento, siempre concreto y universal, supera a la abstracción de una ideología, apodada progresista. La mera razón y tecnología, por progresista que se llame, si no va unida al compromiso por la justicia y la solidaridad, crea víctimas, no civilización y humanismo. Un progreso real ha de ser humanista e integral.

La posmodernidad, cuando refuerza el individualismo, debilita todo lo que sea común, y cuando valora ante todo la dimensión material y tecnológica del ser humano, mutila la variedad y riqueza de todas las capacidades (relacionales, emocionales, espirituales,) que tiene cada persona humana.

Lo cierto es que los modelos de progreso, que ciertos políticos presentan, brillan por su poder, su fuerza, su dinero, su éxito, su fama, su ambición, y no precisamente, por su generosidad, honradez, sabiduría o humanidad.

Con frecuencia, dichos modelos de progreso delatan una ideología política, marcada por etiquetas: “derechas o izquierdas, avance o retroceso, machista o feminista”, que antagonizan y manipulan a la sociedad y no corresponden con la realidad, ni de las personas ni de la sociedad, que es mucho más compleja, rica y plural.

Tres puntos me parecen relevantes:


– Todo progreso económico, político, social…, que no sea también ético y humanista, no es progreso integral y sostenible.

– El intentar apropiarse lo mejor y atribuir lo peor a los demás, delata poca madurez o sabiduría, y no fomenta armonía y colaboración.

– El vivir a costa de la sociedad, sin trabajar por el bien común y un desarrollo sostenible, supone una grave injusticia y dificulta todo auténtico progreso.

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