El mito de una Iglesia africana «fiel», por José Carlos Rodríguez Soto

27/02/2015 | Bitácora africana

Por razones de espacio, el título de esta entrada es incompleto. Debería ser: “El mito de una iglesia africana fiel… versus una Iglesia europea supuestamente infiel”. Esta parece ser la idea que últimamente presentan algunos sectores de la Iglesia que podríamos calificar como de más conservadores y que expresan su alarma ante declaraciones de obispos de países como Alemania u Holanda sobre temas como la homosexualidad o la comunión a los divorciados, entre otros. Ante tamaña traición, argumentan algunos, la barca de Pedro se salvará de hundirse gracias a la fidelísima ortodoxia de los prelados de África, continente presentado de forma bastante simplista como la reserva espiritual de un mundo corrompido.

Tengo mi propia opinión sobre todo esto. Ante todo, creo que hay mucho que matizar. Llevo 24 años viviendo en África entre Uganda, República Democrática del Congo, República Centroafricana y Gabón, y conozco de visitas más o menos breves otros 13 países africanos. La mayor parte del tiempo he trabajado en instituciones de la Iglesia o ligadas a ella y cada vez estoy más convencido de que es muy arriesgado hablar de la “Iglesia africana”; existen multitud de Iglesias católicas locales con grandes diferencias entre ellas: algunas con cinco siglos de existencia como Angola y Mozambique, otras con una gran implantación en la mayoría de la población, como es el caso de Congo-Kinshasa, Uganda, Burundi o Gabón; en otros países la Iglesia representa una minoría en torno al 15 o el 20% pero con bastante influencia social, como ocurre en Malí o en Chad. Y hay otros casos de mención especial, como Etiopía y Eritrea, donde los católicos son una minoría en medio de una sociedad mayoritariamente ortodoxa , o Sudáfrica, con un catolicismo también minoritario en un medio predominantemente protestante. Y no hay que olvidar los países africanos de mayoría musulmana donde la presencia católica es testimonial, algo que por cierto, determinados defensores de la “Iglesia africana fiel” ven como algo bastante inútil.

Después, hay una gran variedad de situaciones sociales y eclesiales. Hay Iglesias locales católicas bastante acomodadas cuyas jerarquías parecen desentenderse de los graves problemas sociales que afectan a sus países y se alinean con el poder, como ocurre en Guinea Ecuatorial. En otros países africanos, la Iglesia católica lleva muchos años dando el do de pecho ante dictadores y clama por la paz y la dignidad humana, como ocurre en la República Democrática del Congo, donde en 1996 fue asesinado el arzobispo Munzihirwa, de Bukavu, y donde hace no mucho el cardenal de Kinshasa clamó contra las fuerzas del orden para que dejaran que dejaran de matar a los que protestaban en las calles (por algo muy parecido acribillaron a balazos a monseñor Romero, en El Salvador). En este blog he dado cuenta a menudo del comportamiento heroico del arzobispo de Bangui, monseñor Nzapalainga, y una buena parte del clero tanto local como expatriado que se han jugado la vida por salvar las de los más débiles, musulmanes incluidos. En el norte de Uganda viví durante cinco años con monseñor Odama, un obispo que se jugaba el tipo metiéndose en el bosque para parlamentar con los rebeldes del LRA y que durmió varios días en las calles de Gulu junto a los miles de niños que huían cada noche de los ataques de la guerrilla.

La Iglesia africana, por la que tengo un gran afecto personal, tiene grandes fortalezas: África es el continente donde crece con más rapidez el número de fieles y también de vocaciones. El sentido religioso, muy presente en las culturas tradicionales, se nota en celebraciones litúrgicas donde la gente reza con fervor y sin prisas. En muchos países donde falta de todo, las instituciones sociales de la Iglesia funcionan bien y se vuelcan con los más necesitados. La Iglesia está presente en los rincones más apartados, aislados y difíciles, y a menudo cuando hay situaciones de peligro y conflicto su personal suele ser el que mejor conoce la situación y es el último en retirarse, si es que alguna vez se van. En muchas comunidades, son líderes laicos los que –casi siempre sin recibir ninguna remuneración- animan a sus comunidades como catequistas, en los consejos de parroquia o en comunidades eclesiales de base.

En África no todo el monte es orégano, y las diócesis africanas también tienen sus debilidades: es cierto que los católicos crecen, pero no es menos cierto que paralelamente hay una verdadera sangría de católicos hacia las nuevas sectas evangelistas y es posible que dentro de unos años nos lamentemos como ahora lo hacemos con la Iglesia latinoamericana. Los seminarios están repletos, cierto, pero cualquiera que haya sido formador en alguno de ellos dirá inmediatamente que en muchísimos casos es muy difícil detectar las verdaderas motivaciones. En numerosas Cáritas y otras obras sociales no raramente falta claridad en las cuentas y son numerosas las diócesis en las que los donantes europeos o norteamericanos han tirado la toalla. El clero suele tener una idea de su ministerio demasiado ligada al poder y eso explica que a menudo en la pastoral primer la ley del mínimo esfuerzo y falte compromiso para atender a los fieles más alejados. La vida contemplativa es mínima, lo cual yo interpreto como un síntoma de que a veces falta profundidad espiritual. Como falta también consistencia entre lo que se dice y lo que se hace: en Uganda he visto documentos muy bonitos del episcopado sobre la corrupción… y también a obispos que acuden a bendecir la mansión nueva de un superministro de todos conocido por haberse llenado los bolsillos de dinero público.

Sigamos con algunas contradicciones más. Los laicos se dejan la piel trabajando en sus comunidades, pero a la hora de tomar decisiones prima el clericalismo más rancio (y si eso pasa con los hombres, imagínense las mujeres). Durante los últimos años, el Vaticano –con una política que dio un giro importante a partir de Benedicto XVI- ha eliminado de forma discreta pero muy firme a obispos de diócesis africanas que llevaban una doble vida, que han derrochado el dinero (como ocurrió el año pasado con el arzobispo de Yaoundé) o que han encubierto abusos sexuales de una parte de su clero. Este último tema, por cierto, con toda su carga de hipocresía, es uno de los que personalmente me exasperaba más. No recuerdo cuántas veces he oído a curas africanos decir que en sus diócesis no existía la “degradac ión homosexual” como en Europa o en Estados Unidos, mientras que se tiraban con toda tranquilidad a las chicas adolescentes que trabajaban en sus rectorados o a las que pagaban la escuela… a cambio de algo.

Por lo que se refiere a la supuesta “fidelidad doctrinal” de la Iglesia africana frente a la supuesta decadencia de la catolicidad en países europeos, pienso que en esto hay mucho de mito. Hay que tener en cuenta que una gran diferencia cultural entre Europa y África es la falta de espíritu crítico. Las iglesias de África en muchos casos reflejan a sus culturas y sus sociedades, donde no existe el debate y no se puede llevar la contraria al que manda, (bueno, excepto si es el Papa Francisco que dice “quién soy yo para condenar a los gays”). En África no encontraremos, como sí ocurre en Alemania o en Austria, las facultades de Teología donde hay más estudiantes laicos que sacerdotes o religiosos. En países centroeuropeos un párroco puede encontrarse en su consejo parroquial con seglares que saben más Teología que él, y eso obliga a afinar mucho las cosas cuando uno se prepara la homilía, problema que no suele existir en África. Durante los 20 años que que viví en Uganda nunca me encontré con un seminario o instituto teológico donde los laicos tuvieran acceso a sus aulas. Como mucho, cursillos para catequistas (por lo general, hombres), y pare usted de contar.

En Europa existen obispos- teólogos de un nivel más que respetable, como es el caso del alemán Walter Kasper, blanco hoy de las iras de católicos tradicionalistas. En África hubo una primera generación de obispos teólogos como fueron los casos de los ya fallecidos cardenal Malula de Kinshasa y el arzobispo de Yaoundé Jean Zoa. Hubo teólogos investigadores que tuvieron una enorme influencia entre los sectores más críticos de sus sociedades, como fue el caso de los ya desaparecidos Engelbert Mveng, Meinrad Hegba (ambos asesinados en los años 90) y Jean Marc Éla, todos ellos por cierto cameruneses. Un compañero camerunés de la oficina de la ONU donde trabajo actualmente en Libreville me cuenta a menudo cómo cuando él estudiaba en la Universidad las misas de Jean Marc Éla se llenaban a rebosar de personas críticas con su sociedad que bebían el Evangelio y la verdad sobre la realidad social de su país. Después, ha venido una generación de un clero que apenas ha investigado, de seminarios y facultades teológicas que han sido simples cajas de resonancia de lo que decía desde Roma. Las tesis de licencia o de doctorado de dogma, moral o de Derecho Canónico escritas durante los últimos años parecen a menudo copiadas del mismo patrón, y sin aportar nada nuevo ni por supuesto cuestionar nada. Sé de lo que hablo: estudié mi último año de Teología en el seminario nacional de Gaba, en Uganda, donde estaba mal visto hacer preguntas y donde cuestionar las tesis del profesor podría significar un billete rápido a la expulsión.

Un ejemplo, entre muchos, de esta pereza mental por lo que se refiere a temas teológicos y pastorales lo he visto con el tema del uso del preservativo en las parejas discordantes, donde uno de los cónyuges está infectado y el otro no, un caso pastoral muy frecuente en África. Recuerdo unas declaraciones del cardenal ugandés Emmanuel Nsubuga en las que decía que en tal caso la mujer debería sacrificar su vida para satisfacer a su marido infectado, pero de preservativo nada de nada. Mucha fidelidad doctrinal, desde luego, pero no aclaró si los hijos de una pareja así tienen derecho a esperar que sus padres se mantengan con vida.

Original en : En Clave de África

Autor

  • (Madrid, 1960). Ex-Sacerdote Misionero Comboniano. Es licenciado en Teología (Kampala, Uganda) y en Periodismo (Universidad Complutense).

    Ha trabajado en Uganda de 1984 a 1987 y desde 1991, todos estos 17 años, los ha pasado en Acholiland (norte de Uganda), siempre en tiempo de guerra. Ha participado activamente en conversaciones de mediación con las guerrillas del norte de Uganda y en comisiones de Justicia y Paz. Actualmente trabaja para caritas

    Entre sus cargos periodísticos columnista de la publicación semanal Ugandan Observer , director de la revista Leadership, trabajó en la ONGD Red Deporte y Cooperación

    Actualmente escribe en el blog "En clave de África" y trabaja para Nciones Unidas en la República Centroafricana

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