“No hay enfrentamientos en Bamenda. Sin embargo, la tensión se corta con un cuchillo. Los comerciantes y empresarios temen que sus negocios sean destruidos o dañados. Los taxistas tienen miedo de ser atacados”. Así lo asegura Gioacchino Catanzaro, fraile capuchino, que relata a Fides cómo es la vida en una de las principales ciudades de habla inglesa de Camerún.
En Bamenda, como en las provincias del noroeste, se lleva respirando durante mucho tiempo un aire pesado. Desde la independencia del país (1960), los cameruneses de habla inglesa han acusado a las autoridades francófonas de marginarlos, afirmando que las autoridades de Yaoundé les imponen el idioma y las tradiciones francesas en los tribunales, oficinas públicas y escuelas. Durante años, las provincias anglófonas han pedido más espacio para sus costumbres y hábitos y han exigido una mayor autonomía. Desde 2016 el descontento se ha vuelto constante. El 1 de octubre de 2017, los sectores más extremistas presionaron para declarar la independencia de las dos provincias de habla inglesa de Camerún y el nacimiento de la República de Ambazonia.
Esto causó un aumento de la tensión en las dos provincias. Ha habido enfrentamientos, cada vez más sangrientos, entre los separatistas y los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, y que se han saldado con cientos de muertos y heridos. Según las Naciones Unidas, 160.000 cameruneses de habla inglesa han abandonado sus hogares para buscar refugio en otras zonas de Camerún o en el extranjero (especialmente en Nigeria). “La mayoría de ellos, según revela un informe de la ONU, viven en el monte con poco para sobrevivir”.
“En Bamenda -explica Gioacchino- no hay peleas en las calles. Pero hay algo más terrible que los enfrentamientos, el miedo. Se siente que en la gente existe el temor a los incidentes. La vida social ha desaparecido. En los últimos meses, muchos negocios han sido atacados e incendiados. Los pequeños empresarios han cerrado sus empresas. Los comerciantes sus tiendas. “Encontrar un saco de cemento, continúa, es casi imposible. Así como herramientas o utensilios. Los panaderos y los comerciantes mantienen las tiendas cerradas y las abren desde la parte trasera sólo a quienes conocen. Para moverse hay muy pocos taxis y mototaxis”.
Gioacchino continúa su trabajo en la prisión de Bamenda. Lleva a los más de 800 presos consuelo religioso, comida, ropa. Junto con el equipo de la capellanía de la diócesis, presta apoyo especialmente a los más débiles, sobre todo, a los niños y a las mujeres: “Tratamos de evitar que los junten con los presos comunes. Les ayudamos a estudiar y aprender un oficio”. Los frailes también han comenzado proyectos para llevar electricidad y agua potable a la penitenciaría. Durante años han estado trabajando con presos con SIDA, ofreciéndoles el tratamiento para contener el virus.
¿La revuelta contra el gobierno central ha llevado a la cárcel a presos políticos? “No lo sabemos con exactitud”, concluye el fraile. “Evidentemente hay algunos, pero se cree que la mayoría de los separatistas arrestados han sido transferidos a otro lado”
E.C.
Fuente: Agencia Fides
[Fundación Sur]
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