El miedo del «ellos» contra «nosotros»

12/05/2017 | Opinión

La profesora Nicky Falkof trabaja en el departamento de estudios de medios de Wits.

El artículo de Rian Malan sobre los disturbios en Coligny a raíz de la sospechosa muerte de un adolescente me pegó como un puñetazo en el estómago. Había leído el artículo antes de irme a la cama -sí, la rutina de los masoquistas-, y durante unos minutos estuve presa del terror. Había una guerra racial. La violencia iba a llegar a mi puerta.

Me sentí, preventivamente, como una víctima.

Esta experiencia puede no ser sorprendente para algunos. Muchas personas blancas se sienten así todo el tiempo y muchos negros están acostumbrados a vivir con las consecuencias del miedo blanco. Pero no es habitual para mí. En primer lugar porque, como persona blanca que no vive en un mundo exclusivamente blanco, sé lo suficiente como para sentirme horrorizada por la inclusión de Malan de la cita de un comerciante de Bangladesh cuya tienda había sido quemada: «un negro no tiene corazón«. Segundo, porque soy una académica especializada en analizar las políticas de raza y miedo en los medios de comunicación. Este tipo de cosas son mi día a día.

Sin embargo, el artículo de Malan funcionó conmigo. Movilizó al duende dormido de la paranoia racial, la idea de que «ellos» van a por «nosotros», una idea que muchos sudafricanos blancos de mi generación ingirieron junto con nuestro Weetbix matutino y que todavía acecha a mis espaldas, no importa cuánto trate de matarlo con las espadas gemelas de la razón y la empatía. Esto es así, por cierto, incluso para la llamada élite metropolitana educada por los blancos. Es sólo que algunos de nosotros sabemos que está ahí y otros creen que son inmunes al color y tratan a la asistenta como un miembro de la familia.

Permítanme ser clara desde el principio: no tengo ni idea de lo que pasó en Coligny. Este no es un artículo sobre la horrible e innecesaria muerte de un joven de 16 años llamado Matlhomola Moshoeu (cuyo nombre, por cierto, sólo aparece a la mitad del artículo de Malan). Más bien, es un artículo sobre la cobetura de esa muerte: sobre prejuicios, ideología y la forma en que los medios pueden usar el miedo para atizar la tensión racial. Irónicamente, lo mismo de lo que Malan acusa a los políticos de hacer en Coligny.

Tampoco tengo ni idea de si los dos acusados son asesinos o si la muerte de Matlhomola fue un trágico accidente. Sin embargo, sé que, como señaló Sisonke Msimang en Twitter, la afirmación de Malan de que los acusados «son tenidos por los que les apoyan por jóvenes decentes, criados en hogares cristianos, responsables y educados» es irrelevante. Ni que fuera difícil encontrar ejemplos de asesinos decentes, educados y cristianos. Si el cristianismo contrarrestrara automáticamente la violencia, entonces el apartheid nunca hubiera sucedido. Ni hubiera habido genocidio colonial.

Tal y como enseñamos a nuestros estudiantes de medios, el lenguaje y las imágenes que se utilizan en un texto son cruciales para entender si se transmite, y cómo se transmite, una cierta cosmovisión. En este artículo, las personas blancas están «aterrorizadas», son «educadas» y «valientes». Creen en Dios y «ponen su fe en la naturaleza esencialmente buena de sus vecinos negros». Gran parte de la información de Malan sobre el malestar inicial proviene de «vídeos de teléfonos móviles rodados por blancos aprensivos». Una vez que la violencia comienza, los Afrikaners cercanos vienen armados y listos para «salvar a sus hermanos». Las fotografías muestran personas blancas cargando alimentos para apoyar a los vecinos que luchan. La intensa ironía de la gente blanca que proporciona comida a los vecinos blancos mientras que los niños negros tienen tanta hambre que arriesgan airar al terrateniente local y a la policía por robar girasoles.

Los negros, mientras tanto, son «amotinados» y «militantes». Ellos «guardan profundo resintimiento», pero son «extrañamente amables con los blancos». ¿Es realmente tan extraño que un niño negro sea amable? Me pasa todo el tiempo. Rompen ventanas y puertas a patadas, saquean, crean «anarquía». Más allá de eso, son individualmente mudos. Los entrevistados son residentes blancos mencionados por su nombre, así como los residentes de Bangladesh y los indios. Pero cuando les toca a las voces negras, son grupos de escolares cantando eslóganes. ¿Dónde está la familia del niño muerto? ¿Dónde están los residentes negros, humanos, nombrados y humanizados, de Coligny, cuyas vidas también pueden verse afectadas por este desastre?

Tal vez lo más revelador es la forma en que Malan caracteriza las diferentes formas de violencia que se exhiben en esta pequeña ciudad. La descripción del artículo de las prácticas de los dos acusados es asombrosamente suave, y no explica el inmenso temor que un niño debe haber sentido en esa situación. La sugerencia es clara: estos hombres son moralmente inocentes, aunque parece que no hay duda de que estaban, de alguna manera, involucrados en las circunstancias que llevaron a la muerte de Matlhomola. Un granjero blanco ataca a un periodista negro que no fue responsable de quemar su casa. Se le describe simpáticamente como «volátil» por la pérdida de su propiedad. La raza del periodista no se nombra, a diferencia de cada víctima blanca de la violencia mencionada en la pieza. Mientras tanto, los manifestantes negros atacan a blancos que no eran responsables de la muerte de Matlomola y se sugiere, no de manera muy sutil, que son unos salvajes.

racismmustfall.jpgAntes de que los gnomos de Internet salgan de sus setas para crucificarme por racismo inverso, permítanme ser clara: no estoy sugiriendo que los residentes blancos de Coligny no experimentaran una violencia horrible e innecesaria en los últimos días. O que el sufrimiento y la pérdida de los blancos no son importantes. Lo que estoy sugiriendo es que la caracterización de Malan de lo que sucedió en la ciudad reproduce un tropo de apartheid, el de la diferenciación entre la violencia ilegítima realizada por los negros y la violencia legítima por los blancos, ya sea en reacción o para evitar la violencia negra. ¿Qué otra cosa fue Vlakplaas sino una pretensión sangrienta de justificación moral de ciertos tipos de violencia sancionada por el Estado? Puesto que usted me pregunta, yo estoy entre los que creen que la violencia en general debe ser evitada.

De la misma manera, en este artículo se equipara la pobreza negra y blanca, como si la situación de los que viven en la ciudad y luchan por vender sus casas en ruinas fuera la misma que los que viven en chozas sin agua corriente. Malan admite que «la posición de los negros es aún más desesperada» que la de las «minorías raciales» -una pirueta lingüística que bien merece su propio análisis-, pero su tono sugiere que todos los habitantes de Coligny están en el mismo barco. Y esto no es cierto. Pregunte a cualquier persona que haya tratado de hacer un hogar para su familia a partir de cartón y hierro oxidado.

El argumento de Malan de que el ANC local está inflamando el sentimiento antiblanco para su propio beneficio político bien puede ser cierto. No es del todo improbable que los ciudadanos de Coligny sean daños colaterales desechables para estas corrientes. Los comerciantes extranjeros cuyas tiendas fueron quemadas y saqueadas necesitan ser una parte mucho más importante de la historia. No dudo de la veracidad de sus conclusiones. Lo que me molesta es la forma en que los dibuja.

En mi departamento tratamos de enseñar a nuestros estudiantes a ser consumidores críticos con los medios de comunicación, para entender que la mayoría de las noticias necesariamente contienen algún tipo de sesgo y para ser seres pensantes en lugar de ser barridos por las hipérboles de las que algunos sectores de la prensa se complacen. Pero aquí he suspendido mi propio examen. Este artículo hábil y bellamente escrito, que caracteriza como equivalentes a la pobreza blanca y a la pobreza negra, y que se basa en las viejas ideas sobre el salvajismo negro desenfrenado y las nuevas sobre la víctima blanca inocente, realmente hizo su desagradable trabajo conmigo. Por un momento me sentí aterrorizada, temiendo por mi seguridad en mi bonita casa, tras mis preciosas paredes. Así es como funciona la política del miedo: polariza, aísla y añade confusión y ansiedad para conducir a sociedades divididas y violentas. Los periodistas, especialmente los altamente calificados y galardonados, bien deberían saberlo.

Fuente: Mail&Guardian

[Traducción y edición, Mario Villalba]

[Fundación Sur]


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