El colonialismo estranguló a África por espacio de unas ocho décadas y ha dejado una peculiar marca negativa, además de una historia de subdesarrollo que, hasta hace poco un lugar común, era repetir sin gran fundamento la imposibilidad del continente de salir de la misma. Si sumamos a esto último el duro legado producto de cuatro siglos de lo que se denominó la Gran Trata Atlántica, en donde unos 10 millones de africanos sobrevivieron a la travesía oceánica habiendo partido esclavizados con destino a las Américas (junto a muchos millones más que no lo lograron), la huella que deja el subdesarrollo es indiscutiblemente de larga data.
Todos estos procesos históricos, tan perjudiciales para África, dan pie para pensar que a los africanos les haya quedado poco margen para negociar y ser partícipes de su propia historia. Es más, esa sensación de inferioridad no acaba con las descolonizaciones a partir de la década de 1960. Pese a que dicha época fue auspiciosa en torno a independencias masivas , poco tiempo más tarde, los años 80 mostraron percances económicos, el inicio del empuje del neoliberalismo y analistas refiriéndose a la misma como su “década perdida”. Fue la época de los Programas de Ajuste Estructural (PAE) que tanta miseria generaron, no solo en África.
Si bien África no es, como erróneamente supone el imaginario colectivo, un “país“ destinado al caos, la pobreza y la violencia política, muchos de los términos en los que sus países se desenvuelven aun son digitados por otros más poderosos. Algunos años atrás los PAE fueron reeditados. Al respecto, la nueva versión se presenta en forma de Acuerdos de Partenariado Económico (APE) que muestran cómo la Unión Europea (U E) reconvierte el régimen comercial privilegiado para los mercados europeos con sus antiguas colonias (no solo para las africanas, sino también para las del Caribe y Pacífico) en espacios de librecambio que no discriminan al resto de los socios de la Organización Mundial del Comercio (OMC), organismo que de por sí, al igual que la UE subyuga al otrora denominado “Tercer Mundo”, exigiéndoles a las ex colonias, por caso, abrir áreas de libre comercio a la UE, a cambio de asistencia técnica y financiera.
En este marco siempre hegemónico de relaciones Norte-Sur, los países europeos tienen libertad de iniciativa para elegir con qué bloque africano entablar relaciones, coartando la cooperación al interior de África. Anunciando el cambio de década, en 1980 se firmó el Plan de Acción de Lagos que resultó ser una estrategia europea para blindar los flancos débiles de sus economías a efectos de no resultar atacadas por la competencia externa, aunque prometía una estrategia de desarrollo sólida para los africanos. Entonces y pese a lo suscripto, un año más tarde el plan se destruyó y cada actor africano recibió financiación por separado dentro de la pauta liberal que nacía en torno al denominado Consenso de Washington.
En el susodicho marco, la negociación en Cotonou (o Cotonú, en español), ciudad de Benín, llevada a cabo en junio de 2000 llevó a la firma de un tratado de cooperación entre la UE y 78 países de África, el Caribe y Pacífico (se lo refiere como modelo de Cotonou), los otrora territorios coloniales de ultramar. El Acuerdo firmado en dicha ciudad (de un país ex colonia francesa) reemplazó a la Convención de Lomé que caducaba ese año, tras sendas revisiones. En realidad, no se trata tanto de cooperación y ayuda al desarrollo del bloque firmante ACP (África, Caribe, Pacífico) como de una forma maquillada de sometimiento.
En rondas globales se presionó a cada uno de los últimos firmantes, todos de escasa capacidad decisoria y poder, a firmar en todas las materias, reemplazando a las convenciones de Lomé y Yaundé, que plantearon durante las décadas precedentes (hasta 1995) acuerdos preferenciales entre la UE y los países asociados, en un marco algo más igualitario, al menos con acceso irrestricto a los mercados europeos por parte de los Estados africanos, pero al final este modelo resultó ser un fracaso. En última instancia, Europa creó un sistema de comercio euro-africano al mejor estilo colonial en donde se benefició ella y sus socios, y del lado africano solo incrementó el clientelismo y la corrupción por medio de la retribución en ayudas, si se las puede llamar así. El acuerdo de Cotonou, que regirá hasta 2020, no se aleja demasiado de esto último.
Pese a sus múltiples vicios y a que la naturaleza del acuerdo apunta más a cuestiones comerciales, de cooperación y desarrollo, como la disminución de la pobreza, no obstante su alcance tiene incidencia en el mundo deportivo. El básquet sale de algún modo beneficiado. Desde hace unos años se comenzó a hablar en dicho mundo de los “Cotonou”, los extranjeros oriundos de los Estados del APC que, sujetos a las cláusulas del acuerdo, no figuran como extranjeros sino como comunitarios en las filas de los equipos europeos ya que el acuerdo propende a la integración en el mercado laboral de los habitantes del bloque ACP. Pero, para el aficionado europeo, África y otras ex colonias se tratan más bien de un objeto lejano, no se entiende cómo jugadores no blancos pueden formar parte de un equipo radicado en Europa y enlistarse como europeos. En cambio, el Acuerdo es la explicación legal que hay que conocer y que permite concebir que estos jugadores no sean ilegales por más que el sentido común y el típico prejuicio hagan pensar, en reiteradas ocasiones, lo contrario. Y aún más cuando se trata de no comunitarios que llegan a ejercer trabajos no calificados y, menos que menos, una ocupación tan prestigiosa como desempeñarse en el deporte profesional.
Por otra parte, se da una Europa que expulsa población y es prácticamente indiferente al proceso de inmigración ilegal proveniente de África subsahariana y Medio Oriente que, durante 2014, lleva más de 3.000 muertes en diversos naufragios en el Mediterráneo. El panorama resulta aún más complicado porque, a partir de noviembre, se dio por terminada la operación italiana Mare Nostrum reemplazándola por otra que prácticamente cierra y blinda las fronteras de la UE. Entonces y al menos, Cotonou provee un canal de integración diferente (pero demasiado marginal si se considera el número ínfimo de jugadores en las ligas europeas, frente al menosprecio generalizado hacia el trabajador de las ex colonias ultramarinas), y pese a que muchas voces racistas lamentablemente denuncien que se trate de una farsa pues los negros jamás pueden ser considerados comunitarios y tener un pasaporte de tales, o bien ya sea que jugadores blancos aparecen como comunitarios por haber sobornado a un dictador africano para que en pocas horas les expidan pasaportes de alguna nación africana que ni conocen.
Por más que el racismo sea atenuado de algún modo y se permita la opción de ver desfilar en las ligas europeas jugadores extracomunitarios que pasan por ser comunitarios, las fallas del Cotonou son la perfecta evidencia de la hegemonía de las históricas desiguales relaciones Norte-Sur. El abuso en la aparición de “cotonous blancos” permite entrever la debilidad de los Estados más desfavorecidos que, por unas migajas, dan pie a las irregularidades descriptas, como falsear un pasaporte, a pedido de las federaciones del Viejo Mundo, arrinconando a los jugadores nativos en esta oleada de aparición de pasaportes exprés que presenta, por ejemplo, jugadores estadounidenses de origen irlandés con nacionalidad de la distante Guinea Bissau. Ejemplos de jugadores más blancos que la leche con pasaporte de otros países africanos abundan. Si estos basquetbolistas logran ubicar el país de su segunda nacionalidad en un mapa, es mucho. Así siempre acontece con África, el desconocimiento o la indiferencia, excepto para cuando lo delata algún tipo de interés preciso, como mejorar los términos en una contratación deportiva, y por supuesto, no solo en el baloncesto. En definitiva, una realidad imparcial donde muy pocos son beneficiados frente a una mayoría que sobrevive a duras penas en Europa, o que perece camino a ésta.
Publicado en: www.worldhoopstats.