Desde hace varios meses, una nueva rebelión “liberadora” amenaza con la desolación a los habitantes de la provincia Kivu-Norte, cuya capital es Goma. Se trata del Movimiento 23 de marzo (M23). Fue creado por militares que ya anteriormente habían participado en una rebelión (CNDP) y que en 2009 se integraron en el ejército oficial congoleño, como consecuencia de un acuerdo. Se han amotinado nuevamente porque, según ellos, Kinshasa no ha cumplido lo firmado en marzo de 2009. Rechazan, entre otras cuestiones, una de las cláusulas de su integración en las fuerzas armadas que les obligaría, como al resto de militares, a ser destinados a zonas o regiones del país distintas al Kivu; argumentan que su presencia en su territorio de origen es indispensable para garantizar la seguridad de la comunidad tutsi congoleña, amenazada, según ellos, de exclusión y hasta de exterminio, sea por parte de los congoleños que se definen como “autóctonos” frente a los tutsi advenedizos, o por parte de grupos armados hutu ruandeses que operan en la zona. En su día, muchos congoleños criticaron escandalizados el acuerdo de marzo de 2009, al considerar que introducía el enemigo en casa (el zorro al cuidado del gallinero). Los hechos parecen haberles dado la razón.
Ya en julio, el M23 estaba a unos 30 kilómetros de Goma y decidió, desde su supremacía militar frente al desbarajuste de las fuerzas armadas oficiales, ofrecer una tregua, a la par que se organizaba para administrar y controlar algunos territorios como Masisi y Rutshuru y autodefinirse como ARC (Ejército revolucionario congoleño), huyendo de su imagen de grupo armado al servicio sólo de los intereses de la comunidad tutsi. Mientras tanto, diversos informes concordantes, entre ellos el más significativo redactado por un grupo de expertos de la ONU, establecieron que Uganda y, sobre todo, Ruanda estaban apoyando logísticamente con armas y municiones y con hombres la pretendida rebelión liberadora. Según este informe la cadena de mando del movimiento remontaría hasta el ministro de Defensa ruandés, general James Kabarebe. Estas acusaciones han sido airadamente rechazadas por Ruanda, pero han derivado en reuniones del Comité sancionador de la ONU y en la congelación por parte de varios países de los fondos de ayuda. La llamada comunidad internacional, incluso EEUU y Gran Bretaña, padrinos del régimen dictatorial ruandés, parecía haberse rendido a la evidencia sobre las pretensiones hegemónicas y de expansión de Ruanda sobre el este del Congo. Sin embargo, no termina por decidirse a condenar severamente a las autoridades ruandesas y evita citarlas como las máximas responsables del desastre; solo los oficiales del M23 aparecen en la lista de perseguibles y sancionables, cerrando los ojos ante la implicación ruandesa en la agresión, en el expolio de la región y, ahora, en la guerra abierta.
La rebelión parece haber alcanzado días pasados el punto de no retorno. Goma ha caído; el ejército congoleño ha sido humillado una vez más y ha huido; la comunidad internacional ha sido desafiada. La muerte, los saqueos, las violaciones, el reclutamiento de niños soldado, la huida y desplazamientos de poblaciones, vuelven a convertirse en realidad cotidiana. La ofensiva sobre Goma, programada y ejecutada concienzudamente, podría extenderse hacia el norte (Beni-Butembo) y hacia el sur (Bukavu). Un portavoz de los rebeldes ha declarado: “El viaje para liberar el Congo no ha hecho más que empezar (…) Vamos a Bukavu y luego a Kinshasa, ¿estáis preparados para uniros a nosotros?”. No son pocos los congoleños expatriados que consideran que la endémica debilidad de las Fuerzas armadas congoleñas, que al parecer abandonaron Goma sin atreverse a presentar batalla a los asaltantes, es conscientemente mantenida para facilitar y hasta justificar la progresiva anexión del este del Congo por parte de Ruanda. El hecho es que mientras los amotinados del M23 penetraban en la ciudad de Goma, el presidente Kabila volaba a Kampala para reunirse con el presidente ruandés Kagame, convocados ambos por el ugandés Museveni, repentinamente revestido de mediador.
La misión de la ONU, la MONUSCO, tiene desplegados unos 17.000 soldados en el Congo, de los que en torno a 7.000 operan en el convulso este. Dispone de abundantes medios. No ha sido capaz de cumplir si quiera la misión de proteger durante estos años pasados a la población civil, tampoco, en este momento, de frenar a los rebeldes en su toma de Goma. Su portavoz, Eduardo Buey ha afirmado que “la Monusco no puede sustituir a las fuerzas armadas congoleñas”, pero Laurent Fabius, ministro francés de exteriores, se ha preguntado si “la Monusco no ha fracasado en su misión, (…) ya que es absurdo que los cascos azules no se hayan batido para impedir que unos centenares de rebeldes se hagan con el control de Goma”. No cabe la menor duda de que la caída de Goma es también responsabilidad de la comunidad internacional. “La ONU ladra, pero los rebeldes se pasean”, expresión que resume perfectamente la realidad.