Para las personas que sigan los acontecimientos políticos y las iniciativas eclesiales de reconciliación en esta parte de África, el nombre de Mons. John Baptist Odama seguramente no les será desconocido. Es el Arzobispo de Gulu y uno de los más activos mediadores de paz en el conflicto armado que ha asolado el Norte de Uganda durante veinte años.
El pasado domingo tuve la oportunidad de celebrar con él y con representantes de todas las diócesis de Uganda la Jornada Internacional de las Comunicaciones, la cual siguiendo la tradición de este país, se celebra cada año en una diócesis diferente y la archidiócesis de Gulu era la encargada este año.
Durante esa jornada, hubo una celebración litúrgica y posteriormente una ceremonia con discursos de personalidades civiles y religiosas. Durante esa ceremonia, llegó la inesperada noticia que el padre del Arzobispo, Andradi Desdemona de 86 años, acababa de morir repentinamente mientras convalecía de una fractura de cadera. En cuanto se hizo pública la noticia (el arzobispo ya había hablado en el turno de oradores), todos creímos que el arzobispo se ausentaría inmediatamente de esa celebración y se apresuraría a viajar hasta su pueblo para estar con sus hermanos y demás parientes y así colaborar en los preparativos del funeral y el entierro. No fue así. La ceremonia continuaba y el arzobispo seguía allí, según mi perspectiva, “aguantando el chaparrón.”
Casi al final de la misma Mons. Odama se levanta y dice unas palabras completamente compuesto y sin atisbo de emoción. Pienso que se ve en la obligación de darnos una explicación acerca de la razón por la que continúa en la ceremonia en vez de haberse excusado y haber salido para casa. Nos contó algo así… “cuando me ordené de sacerdote y posteriormente fui consagrado obispo, mi padre me dijo un día: hijo mío, tú ya no te perteneces, perteneces a la gente. No te preocupes nunca por nosotros, que no nos faltará nada y tus hermanos me cuidarán. Si no lo hicieran, ya te lo diríamos. Incluso el día que oigas que me he muerto, tú sigue sirviendo a la gente que tus hermanos ya se preocuparán de enterrarme.”
De una manera tan simple y al mismo tiempo tan arrolladora, el arzobispo compartió con nosotros las razones que le movían a seguir al lado de su gente – en ese día con las personas involucradas en los medios de comunicación – en vez de apresurarse a resolver sus asuntos personales. Habrá quien diga que qué frialdad de corazón tiene el obispo, que no se inmuta ni siquiera ante una situación así de única, otros lo verán como un gesto admirable de desinterés y desapego casi ascético. Quizás no sea ni una cosa ni la otra, sino simplemente la respetuosa obediencia de un hijo a la voluntad de un padre que tenía conciencia de que había entregado su hijo “al mundo” para que se pusiera al servicio de los que quizás necesiten un padre como lo ha sido él para muchos, especialmente para los jóvenes y niños más afectados por el sinsentido de la violencia.
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