El Imperio Alemán y la colonización de África

12/07/2019 | Crónicas y reportajes

La colonización de África por parte de las potencias europeas alcanzó su máxima expresión en la segunda mitad del siglo XIX. En concreto, la Conferencia de Berlín, que tuvo lugar entre 1884 y 1885, representa el máximo ejemplo de competición imperialista en el continente. El tratado resultante y el acta general de esta serie de encuentros tuvieron un gran valor simbólico. En cualquier caso, las consecuencias de esta serie de negociaciones entre países europeos acerca de las reglas básicas del comportamiento colonizador establecieron los principios para la invasión y posterior división del territorio africano. El hecho de que ningún representante de este continente participase en la definición de estas regulaciones resultó en la desaparición de la mayoría de los regímenes políticos autónomos de África.

Pese a que existió una relativa resistencia de las sociedades africanas hacia las crecientes invasiones militares europeas, la presión diplomática y la conquista final, la situación de dominio de las potencias extranjeras se extendió rápidamente por todo el continente, siendo Liberia y Etiopía los dos ejemplos más destacables de fortaleza. En este contexto de nuevo imperialismo, Alemania estaba emergiendo como un imperio poderoso y, aunque siempre había mostrado cierta cautela a la hora de embarcarse en aventuras coloniales, el estado alemán sí participó en la repartición de los territorios. Cierto es que otros poderes como Francia o el Reino Unido se involucraron más en esta empresa y controlaban porciones más amplias de territorio africano, además de que el modelo de colonización implementado por estos últimos conllevaba una mayor implicación activa por parte del estado en la vida colonial.

La revolución industrial experimentada en Europa durante estos años requirió un acceso fluido y estable a materia prima y a mercados en los que invertir de forma rentable para que la industrialización capitalista pudiese sostenerse. Por tanto, aunque determinados aspectos sociales y políticos influyeron también en la decisión de los líderes europeos a la hora de acometer esta colonización, fue la dimensión económica y la posibilidad de obtener muchos beneficios la que finalmente les motivó a emprenderla.

Las batallas por el poder entre los estados europeos se vieron en cierta medida materializadas en la colonización de África. Alemania se acababa de convertir en una gran potencia tras el tratado de Frankfurt, que significó el final de la Guerra franco-prusiana y favoreció a los intereses de Berlín, ya que obtuvieron la soberanía sobre los territorios de Alsacia y Lorena. Es en este marco de optimismo que el particular itinerario seguido por el Imperio para establecer un control efectivo sobre sus colonias tiene lugar. Si bien éste estaba creciendo a muy buen ritmo política y económicamente, la falta de tradición de expediciones marítimas afectó a la forma en que la sociedad alemana percibió la expansión hacia continentes remotos.

La proclamación del II Reich en Versalles en 1871 tuvo lugar después de que los alemanes, la Confederación del Norte de Alemania, junto con Baden y los Reinos de Baviera y Württemberg, vencieran rápidamente en el conflicto contra el Imperio Francés. De hecho, la fiebre patriótica que caracterizó el escenario político europeo durante este período afectó definitivamente la actitud alemana hacia el establecimiento efectivo de un Estado-nación en el que todos los territorios se integrarían política y administrativamente en el Imperio, cuya creación oficial corresponde efectivamente al acontecimiento mencionado.

Por supuesto, el impulso del sentimiento nacionalista, así como una cierta integración entre las entidades territoriales, no aparecieron de repente, sino que ya habían estado evolucionando desde principios del siglo XIX. Carl Peters, el fundador de la Sociedad para la Colonización Alemana, reflejó muy claramente esta tendencia emergente en la sociedad alemana. Se disculpó ante la grandeza y el honor del pueblo alemán y su voluntad de recuperar el antiguo esplendor del Reich (Peters, 1884). En este contexto, Otto von Bismarck, el Canciller del Imperio, surge como una figura muy influyente respecto al propósito colonialista del recién nacido régimen, ya que fue el principal organizador de la Conferencia de Berlín que llevó a la repartición del pastel africano entre las potencias europeas. La Constitución resultante reflejaba una nacionalidad común para todos los ciudadanos alemanes y se refería a un “país común”, en e que la libre circulación, que afectaba también a los territorios de ultramar, un sistema monetario común o la protección de la propiedad intelectual eran algunas de las características más representativas.

Con respecto a África, y dado el vasto territorio del continente y las evidentes características idiosincrásicas de las diferentes regiones, es particularmente difícil establecer generalizaciones. Esto significa básicamente que los procesos y factores que afectan a cada zona no eran necesariamente los mismos en muchos casos, y aunque a veces se pudieran establecer algunos paralelismos, las implicaciones de ciertas tendencias siempre dependerían de la realidad política, económica y social muy específica de las comunidades afectadas. Sin embargo, Jim Jones considera que en general África “estaba en un estado de confusión en el siglo XIX” (2010), e identifica los contactos regulares con los europeos durante muchos siglos y el impacto de la expansión de algunos poderes del Viejo Continente en el mundo musulmán como causas potenciales de esta situación bastante volátil.

Además de la nueva ola imperialista procedente de Europa, el siglo XIX fue “un período de cambios profundos e incluso revolucionarios en la geografía política de África, caracterizado por la desaparición de los antiguos reinos e imperios africanos y su reconfiguración en diferentes entidades políticas” (Ehiedu, 2011). Esto supuso una cierta reconstrucción de las antiguas sociedades, así como la aparición de nuevas premisas ideológicas y sociales. Esta transición significó que muchas de estas comunidades estaban experimentando un estado de inestabilidad política y debilidad organizativa, lo que hizo aún más difícil para los grupos locales llevar a cabo una resistencia efectiva contra los colonizadores.

Otro punto interesante de este siglo es la ampliación de la brecha tecnológica entre los dos continentes involucrados. Por ejemplo, y en lo que respecta a la dimensión militar, es especialmente relevante el hecho de que los europeos consiguieran adaptar el uso de la pólvora a las armas de fuego pequeñas para que éstas pudieran transportarse eficazmente en barcos y ser transportadas por soldados a pie, al tiempo que se mejoraba la producción de armas de fuego. Además de este mayor grado de desarrollo tecnológico, la “sociedad europea también se militarizó más como resultado de su reciente experiencia durante las guerras napoleónica y de Crimea” (Jones, 2010). De hecho, la generación resultante de oficiales europeos era notablemente propensa a las acciones militares, y África representó de alguna manera un campo de pruebas perfecto para las recientes innovaciones.

Los territorios colonizados por el Imperio ofrecían características diferentes. Por un lado, el suroeste del África alemana, que corresponde a la actual Namibia, se describe como una “tierra no especialmente atractiva” (Cabtree, 1914), ya que ni la minería del cobre ni la agricultura han tenido un éxito especial. Esta idea proviene principalmente del difícil clima que caracteriza a la región, donde el clima frío y seco es seguido por la estación cálida y lluviosa. Según la descripción de este autor, la condición más favorable de esta colonia era su vasto terreno que incluía un pequeño depósito de diamantes que aportaba algunos beneficios a los alemanes. Sin embargo, la idea general transmitida por el escritor es la de un entusiasmo limitado respecto a la dominación de esta región, aunque en su capital, Windhoek, se hubiese instalado una estación inalámbrica que permita a los colonizadores comunicarse no sólo con Berlín, sino también con las demás colonias de África. En este sentido, estas posiciones representaban un cierto valor estratégico para los intereses del Imperio.

Por otra parte, el África Oriental alemana estaba situada junto al Océano Índico, abarcando los territorios que actualmente pertenecen a Burundi, Tanzania y Ruanda, así como pequeñas porciones de Kenia y Mozambique. Una de las características más destacables de este territorio es el acceso muy amplio y directo al Lago Victoria y al Lago Tanganyika, lo que significa que los recursos de agua dulce y los beneficios derivados de estos accidentes naturales pueden ser fácilmente alcanzados por las autoridades dominantes de la tierra. Aparte de su enorme extensión, lo que es aún más relevante en este territorio, dice Cabtree, es el posicionamiento preferido como región central.

Finalmente, en África Occidental el Imperio Alemán estableció dos protectorados. Togolandia, por ejemplo, que se expandió a través del actual Togo y una pequeña parte de Ghana, se describe como un protectorado tropical cuyo cinturón forestal es particularmente rico en productos naturales, aunque sus potencialidades en cuanto a exportaciones no eran tan relevantes. A pesar de los avances médicos, existía una perspectiva bastante pesimista ya que el clima costero, caracterizado por temperaturas y humedad muy altas, favorecía la proliferación de enfermedades cuyo impacto sobre los colonizadores europeos era notablemente fuerte.

En cuanto a Kamerun, que aparte del Camerún actual ocupaba algunas partes del Congo, Nigeria, Chad, Gabón y la República Centroafricana, Cabtree describe el territorio como el que ha logrado el menor grado de progreso, mientras que la actitud de la población nativa se consideraba bastante reacia al oficialismo alemán.

En general, es importante tener en cuenta que todos estos territorios tenían, por supuesto, sus propias lenguas y tradiciones nativas, y como se podría predecir, la imposición de una variedad extranjera no cambia simplemente el comportamiento de las comunidades locales. Asumiendo que los movimientos coloniales de este período no se caracterizaron por una excesiva preocupación por el bienestar de la población nativa y que se produjeron abusos administrativos de una forma u otra, algunos autores destacan que, hasta cierto punto, existía un interés por parte de Alemania en garantizar un cierto espíritu de humanitarismo, siendo el Centro y los partidos socialdemócratas los que mostraron un mayor compromiso (Schnee, 1926).

Un punto relevante es también el papel de las misiones religiosas que preludiaron la conquista militar, lo que puede entenderse desde la perspectiva de que los intereses económicos, religiosos y políticos llegaron hasta cierto punto juntos. La evangelización de los territorios africanos se justificaba generalmente como el resultado natural del progreso, ya que se enmarcaba en la idea general de Occidente como autoridad civilizadora. En consecuencia, la población autóctona era a menudo presentada por los cristianos como la que esperaba la llegada de los europeos, en un perfecto ejemplo de pretensión hacia la superioridad moral.

Otro aspecto que vale la pena mencionar es el imaginario colonial alemán que, a pesar de los referidos intentos de otorgar cierto bienestar a las comunidades locales, se caracterizó por la admiración de lo exótico y el racismo. Esta realidad se manifestaba básicamente a través de la exposición de bienes y mercancías coloniales, así como de la reconstrucción de pueblos africanos y actuaciones que imitaban la forma de vida de los nativos. Uno de los acontecimientos más relevantes que tuvieron lugar en este contexto particular fue el genocidio de Herero y Nama en el suroeste alemán de África entre 1904 y 1908.

A pesar de la falta de una larga experiencia colonial, este Estado recién nacido pudo beneficiarse rápidamente de su papel como actor poderoso en el panorama europeo, lo que se tradujo en una división bastante satisfactoria para el país del territorio africano y la posterior explotación de los recursos, al tiempo que promovía la inversión privada que, en última instancia, implicaba el aumento de la participación del país en la construcción de infraestructuras modernas. El hecho de que este período colonial fuera particularmente corto, no duró efectivamente más de 30 años, dificulta, sin embargo, analizar en qué medida las acciones alemanas influyeron en las tendencias futuras de los territorios afectados. Lo que está claro es que la colonización europea tuvo un impacto no sólo en la forma en que África se concibe hoy en día en el Viejo Continente, sino también en la visión que los propios africanos tienen de los antiguos imperios.

Álvaro García López

Referencias:

– Peters, C. (1884). He is the founder of the Society for German Colonization. In the referred text, he addresses the participation of Germany in the colonial race as he appeals to the national pride.

– Jones, J. (2010), “Europe & Africa in the 19th Century” in West Chester University: History
Macmillan, London. pp. 323-343.

– Iweriebor Ehiedu E. G. (2011), “The Colonization of Africa” in Africana Age. Schombrug Center for Research in Black Culture.

– Crabtree, W. A. (1914), “German Colonies in Africa” in Journal of the African Society, vol. 15(53)

– Schnee, H. (1926), German Colonization, Past and Future: The Truth about the German Colonies. Alfred A. Knopf: New York.

[Fundación Sur]


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