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Inicio > REVISTA > Cultura > Cuentos y relatos africanos > ![]() ![]() Puncel Reparaz, María Nace en Madrid y se educa en un colegio de religiosas de la Compañía de maría. Es la mayor de siete hermanos y empieza muy pronto a inventar cuentos para sus hermanos y hermanas pequeños. Al dejar el colegio estudia francés e inglés en la Escuela Central de Idiomas en madrid. Ha trabajado en Editorial Santillana como editora en el departamento de libros infantiles y juveniles. Ha escrito más de 80 libros y traducido alrrededor de los 200. Ha escrito guiones de TV para programas infantiles y colabora en las revistas misionales GESTO y SUPEGESTO . Algunos de sus libros más conocidos: "Operación pata de oso", premio lazarillo 1971 "Abuelita Opalina" . SM,1981 Un duende a rayas", SM, 1982 "Barquichuelo de papel, Bruño, 1996 El hombre que hacía proyectos, Traducción del francés María Puncel.
22/03/2012 - Sefu era un hombre digno de compasión, sobre todo cuando se acercaba el día de mercado.
Echaba una mirada por toda su choza y veía su arco, sus flechas, una olla desportillada, la yacija, su azada, una calabaza para el agua... ¿Qué era lo que le faltaba para ser feliz?
Y el hombre, que estaba solo en su choza, se echó a reír tan alto y con tantas ganas, que un vecino oyó sus carcajadas y se acercó para preguntarle qué era lo que le ponía tan contento. Cuando se lo explicó, el vecino le sugirió que comprase mejor un perro, un perro de caza, un buen perro de caza, desde luego.
¡Sefu estaba feliz con su idea de un perro de caza!
Y ya tenemos a nuestro pobre Sefu hecho un lío otra vez. Había estado seguro de que la mejor compra que podía hacer era adquirir un buen perro de caza.
Sefu, después de tomar esta decisión, salió fuera para respirar aire fresco. Se había ganado la bocanada de aire puro que se concedió. No se puede estar siempre trabajando en imaginar planes para hacerse rico. Es necesario descansar y distraerse. Sefu se recompensaba así de todos los esfuerzos que había estado haciendo para descubrir que, para hacerse rico, lo que tendría que comprar eran una cabra y su macho. Pero en su camino hacia el pueblo, vio en el “lupango” del jefe, a una mujer joven que molía mandioca y la convertía en una hermosa harina blanca y untuosa, que extendía luego sobre un lienzo para que se secara al sol. Y ya tenemos, de nuevo, a Sefu indeciso y pensativo:
Y, en esta ocasión, Sefu se puso a bailar y a dar palmadas, felicitándose por la excelente idea que acababa de tener.
Los vecinos que le veían danzar y hablar solo en voz alta y con tanta seguridad, empezaron a charlar entre ellos suponiendo diferentes cosas.
Todos sabían que Sefu era un pobre hombre, sin ninguna habilidad, ningún arte y absolutamente incapaz de nada, y que, a menos que hubiera tenido una gran suerte, no podría comprarse ninguna de las cosas con las que soñaba.
Todo el pueblo esperaba divertido los acontecimientos que se iban a producir al día siguiente y que tenían a Sefu ya tan feliz. Por fin, llegó el día de mercado. Sefu se levantó, radiante, sacudió un poco el polvo de su vieja ropa, recogió su bastón y, sin comer, porque no tenía nada en la casa que echarse a la boca, salió con aires de conquistador camino del mercado. Mientras caminaba, su imaginación no dejaba de trabajar.
En el mercado miró con una cierta conmiseración a los “pequeños” vendedores de rapé, de jabón, de esteras, de nueces de kola y de baratijas por el estilo. Él no se permitiría vender más que cosas verdaderamente “importantes”. Pero al recorrer los puestos descubrió que todo se vendía, en realidad a su precio. Una gallina, diez monedas... un macho cabrío, cincuenta, y una cabra ¡todavía más cara! Había de todo y para todo y en conjunto más bien poca cosa. Las pocas “makutas”, que tenía guardadas en la mano izquierda valían todas juntas unos cincuenta céntimos. El pobre Sefu se desanimó un poco. Llevaba un aire menos altivo al volver a pasar por delante de los “pequeños” mercaderes y éstos se dieron cuenta enseguida de que Sefu iba un tanto desanimado. Por fin, el sol estuvo alto en el cielo y la mayor parte de las cosas del mercado se habían ya vendido y nuestro Sefu sintió la punzada del hambre en el estómago. ¡Lo que le hubiera gustado poder agacharse sin que nadie le viera para recoger del suelo una banana demasiado madura, desprendida del racimo y que había quedado en el suelo a terminar allí de pudrirse! Pero los mercaderes se habrían reído. Y esto le parecía insoportable. Por fin, Sefu fue donde tenía que terminar, delante de un muchacho al que le quedaban algunas tortitas por vender. Sefu le preguntó amablemente:
Sefu se retiró a un lado y, al contar sus monedas, se dio cuenta de que, al dar vueltas por el mercado, había perdido una monedita de un céntimo. ¡No tenía más que cuarenta y nueve céntimos!
Todos los mercaderes se echaron a reír y ya podéis suponer lo avergonzado que se quedó el pobre Sefu, se hubiera querido esconder en la hura de un ratón que descubrió por allí. Recibió su pequeñísima tortita, entregó sus cuarenta y nueve céntimos y esperó a que se hiciera de noche para volver al pueblo. Desgraciadamente, detrás de cada día viene el siguiente. Sefu tuvo que abrir la puerta cuando Katako, su indiscreto vecino, vino por la mañana par a ver “el perro de caza”.
Katako no se contentó con esta respuesta. Para empezar estaba un poco fastidiado al comprobar que Sefu no había seguido su consejo y se había “atrevido” a cambiar de idea, así que quería saber qué era lo que había comprado. Sefu le explicó que le había entrado hambre y que se había comprado tortitas. Katako miró y remiró a su alrededor por toda la choza y no vio tortita ninguna. Poco a poco una sospecha vino a iluminar su cabeza, preguntó:
Sefu se sentía de lo más desagraciado al haber tenido que confesar aquello, pero al final explicó que no se había preocupado de contar cuánto dinero tenía, cuando había pensado en hacer sus compras. Fue más tarde, cuando se extendió por el país esta historieta, cuando con un poco de comentarios burlones hacia el imaginativo comprador, se propagó la enseñanza de que no se deben hacer proyectos más allá de la posibilidades: ”No seas como Sefu, que con cincuenta céntimos, soñó durante días con comprase todas las cosas del mercado”. Qué hubieran dicho las gentes si hubieran llegado a saber que con cincuenta céntimos, Sefu ¡hasta había imaginado poder comprarse una mujer! (Tomado del libro “Ce que content les noirs“,pág.160)
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