El Frente Patriótico Ruandés asesinó a 2 jóvenes y 13 religiosos

7/07/2014 | Crónicas y reportajes

Nota de la Fundación Sur : Publicamos a continuación el relato de Emmanuel Dukuzemungu sobre el asesinato de 15 personas (un niño, un joven y 13 religiosos católicos), perpetrado, según declaración del autor, por el Frente Patriótica Ruandés (FPR), liderado por Paul Kagame, el 5 de junio de 1994, en Gakurazo, Ruanda. La estremecedora narración en primera persona, cuenta con detalle los hechos que anteceden, se desarrollan y suceden al asesinato, del que el autor pudo escapar como único superviviente. La publicación de esta cruda crónica, donde se proyecta la luz sobre los lamentables sucesos de Gakurazo, se realizó el pasado junio de 2014, al celebrase el vigésimo aniversario del asesinato.

Testimonio de Emmanuel Dukuzemungu, único superviviente

Introducción

Soy el único superviviente de una tragedia que terminó con la vida de 3 obispos, 9 sacerdotes, un religioso y dos muchachos, uno de ellos un niño de unos 7 años. Sucedía en un domingo, el 5 de junio de 1994, en Gakurazo, municipio de Mukingi, prefectura de Gitarama, en una comunidad de religiosos. Esta masacre fue perpetrada por el FPR y, rápidamente, fue presentada como un acto aislado proveniente de algunos elementos no identificados. Poca gente está al corriente de los hechos de los que fui testigo; hechos que quiero hacer públicos.

¿Qué pasó realmente?

Afluencia de desplazados de guerra en Kabgayi, viernes 7 de abril de 1994.

Abril de 1994: Desde hace 9 meses, vivo con otros sacerdotes en la parroquia-catedral de Kabgayi (prefectura de Gitarama), donde ejerzo mi ministerio. El viernes, a la tarde del 7 de abril, al día siguiente del asesinato del presidente Juvénal Habyarimana, quedamos sorprendidos por la afluencia de fugitivos, en su mayoría mujeres y niños. Nos dicen que huyen de la capital, Kigali, a causa de las masacres. Están en el patio de recreo de la escuela primaria, en frente de la catedral. Hay quienes solicitan alojamiento por una noche antes de proseguir al día siguiente su camino hacia sus prefecturas de origen (Butare, Cyangugu y Kibuye). Otros piden directamente ser alojados en permanencia. Entre estos últimos hay sobre todo tutsis que tienen miedo de regresar a sus lugares de origen. Están luego los hutu originarios de Byumba que no han podido ir desde Kigali hacia su región a causa de relanzamiento de los combates en ella.

Vemos llegar también vehículos que transportan a familias de militares y a dignatarios del régimen. En pocas semanas, todos los locales de Kabgayi, obispado y centros escolares, están repletos de fugitivos. Ya no vienen solamente de Kigali sino de municipios de Gitarama y de otras prefecturas, sobre todo de Kibuye y Kibungo. A principios de junio, hay en Kabgayi entorno a treinta mil refugiados.

¿Cómo viven? La Diócesis se moviliza

Tras la llegada de los refugiados, JMV Rwabilinda, vicario general del obispo Thaddée Nsengiyumva, convoca una reunión. Participan en ella los sacerdotes de la parroquia/catedral de Kabgayi de la que formo parte y los directores de los centros que están bajo la autoridad directa o indirecta de la diócesis, a saber, los seminarios mayor y menor, las comunidades religiosas, el hospital y las escuelas secundarias.

Objeto de la reunión: ¿cómo ayudar lo más rápidamente posible a los refugiados? Lo más urgente es encontrar víveres para los niños, tanto más cuanto que no vemos cuándo y cómo podrían llegar las ayudas desde el exterior. Los ecónomos son invitados en consecuencia a utilizar los stocks de las diferentes comunidades y a suministrar lo necesario.

A algunos de entre nosotros se les confían funciones exigidas por las circunstancias. Al sacerdote Alfred Kayibanda se le confía el papel de vigilante de la seguridad de los refugiados mientras que el doctor Oswald, director de la ES se ocupará del cuidado de los enfermos. En cuanto al Vjecko, misionero franciscano croata, párroco de Kivumu, que no está presente en la reunión, se le confía la tarea de búsqueda de ayudas en donde sea posible.

Antes de terminar la reunión, se trata de la cuestión del rol de los poderes públicos. Es evidente que la Iglesia no podrá, ella sola, ocuparse de los problemas del momento. Es necesario que los poderes públicos asuman su función en cuanto a la seguridad de la gente y a la entrega de certificados o pases a las personas que se ocupan de los refugiados. El sacerdote JMW Rwabilinda se encarga de ser nuestro portavoz ante las autoridades provinciales. Prometemos volvernos a reunir en los días futuros.

Es en estas condiciones como nace lo que se ha convenido en llamar “Comité de acogida de los desplazados de guerra de Kabgayi”. Este comité tendrá posteriormente un protagonismo capital cuando las ONG como PAM (Programa Alimentario Mundial) y CRS (Catholic Relief Service) vendrán a Kabgayi a trabajar con los refugiados. El Comité será su interlocutor privilegiado. Las autoridades de la prefectura terminarán también por trabajar con él para todo lo relativo a las ayudas a los refugiados. Sucedió cuando los refugiados de Byumba serán obligados a abandonar Nyacyonga, cerca de Kigali, y serán instalados en Kamonyi en el municipio de Taba y en el nuevo estadio de Gahogo en el municipio de Nyamabuye.

Los días siguientes, las ayudas en víveres, medicamentos y materiales llegan a Kabgayi gracias al padre Vjecko que los trae de Bujumbura (Burundi). Es el momento en que François Muligo, párroco de la catedral es encargado de acompañar los camiones que desde Akanyaru (frontera entre Ruanda y Burundi) traen las ayudas. A mí me toca gestionar los stocks instalados en el economato de Kabgayi y en la parroquia de Kivumu. Las ayudas las da el PAM de Bujumbura. Poco a poco aumentarán, lo que no impedirá las dificultades en su distribución a causa del número creciente de refugiados que los jefes de sección no logran ya gestionar en los campos.

Sin embargo, el problema mayor es el de la inseguridad. Interahamwe provenientes de Kigali y algunos políticos que pasan por Kabgayi consideran que es absurdo que la Iglesia tome a su cargo a estos refugiados. Para ellos, Kabgayi es un foco lleno de enemigos y traidores. Hay que confesar que si bien los interahamwe no se atreven a atacar abiertamente Kabgayi, hombres y adolescentes desaparecen. Alfred Kayibanda con un coraje extraordinario podrá salvar vidas humanas, pero no todas.

La psicosis ligada a la guerra gana terreno

Sucede que, desde el 11 de abril, “el gobierno de transición”, obligado a huir de la capital Kigali, se ha instalado en Gitarama. Esperamos que la presencia de estos altos dignatarios alejara los combates de la región. Pero, al final del mes de mayo, algunos signos nos hacen darnos cuenta de que el futuro es más bien incierto.

En efecto, al mismo tiempo que la RTLM (Radio televisión de las mil colinas) manipula la población haciéndole creer que las FAR (fuerzas armadas ruandesas) controlan la situación, una oleada de refugiados llega en masa a Kabgayi. Esta vez la gente huye de los combates que se desarrollan en el centro de la capital y las poblaciones inundan la carretera que une Kigali a Butare para pararse en Kabgayi. Esta gente nos comunica que el aeropuerto de Kanombe e incluso algunos barrios de la ciudad, entre otros Kacyiru, habrían caído en manos de los Inkotanyi. Los que captan las emisiones de radios extranjeras y de radio Muhabura de los Inkotanyi afirman que la región entera de Kibungo, en el este del país, así como el Bugesera y Kigali sur ya no son controladas por las FAR. Los Inkotanyi tendrían como objetivo subir hacia el centro del país, invadir en consecuencia Gitarama y Kabgayi pasando por Ruhango (municipio de Tambwe), que dista solamente 15 km del lugar en que nos encontramos.

A partir del 30 de mayo, se precipitan los acontecimientos

Ruhango acaba de caer en manos de los Inkotanyi. La noticia es confirmada por los conductores de camiones, que salieron para cargar víveres en Akanyaru y han tenido que dar media vuelta. La carretera Kigali – Butare es impracticable. Estamos aislados: la penuria se instala y cada día nos es más difícil gestionar los stocks de víveres a causa de la falta de suministros.

Toma de Kabagayi por el FPR, el jueves 2 de junio

Tres días más tarde, el jueves 2 de junio al amanecer, me despierta un terrible ruido: se oyen armas pesadas muy cercanas a Kabgayi. Hacia las 10 la situación se hace preocupante. Si bien las armas pesadas se han callado, las armas ligeras toman el relevo y su crepitar se amplifica. Este ruido hace que temamos lo peor: pensamos en la masacre de los refugiados. Desde hace un cierto tiempo, en efecto, nos han llegado rumores orquestados por los interahamwe: no es normal que Kabagayi sea un bastión de los tutsi cuando en otros lugares se “ha trabajado”. Este término estaba en boga y quería significar saquear y pillar los bienes de los tutsi y hutu considerados como traidores y condenados en su mayoría a muerte. Nos enteramos además, según estos mismos rumores, que Kabayi sería reducida a ruinas si los Inkotanyi prosiguen sus ataques. Es la razón por la que pensamos que se está masacrando a los refugiados. Pero, no se trata de masacres, es que, más bien, los combates se han aproximado de nosotros.

En efecto, hacia las 11, estando yo en el patio del obispado con otras personas, vemos a unos militares en la cercana colina de enfrente, Gihuma, encima del mayor de los campos de refugiados instalados en el Centro San Kagwa. Los tomamos por militares del ejército oficial, pero, he aquí que los guardias (soldados) que estaban en la entrada del obispado así como otras personas alojadas en él desaparecen repentinamente. La huida de estos soldados revela la existencia de algo anormal, lo que, por otra parte, provoca cierto enloquecimiento de las personas presentes en el obispado.

Al mismo tiempo oímos un intenso clamor que sube del campo de refugiados del Centro San Kagwa. Un súbito pavor nos invade: no eran militares del ejército regular los que veíamos en la colina de Gihuma sino Inkotanyi que comenzaban a rodear Kabgayi.

En el obispado no somos muy numerosos; se han marchado muchos. No quedamos más que los sacerdotes, los obreros y algunos refugiados, entre ellos los obispos Vincent Nsengiyumva y Joseph Ruzindana. Los dos obispos, Vincent Nsngiyumva (Kigali) y Joseph Ruzindana (Byumba), habían llegado a Kabagyi a mediados de mayo. Huían de la capital donde se estaban intensificando los combates. Camino de Roma, para el sínodo de los obispos africanos, Joseph Ruzindana había sido retenido en la capital a causa del atentado del 6 de abril contra el avión del presidente Juvénal Habyatimana. En el obispado había también miembros de la familia del obispo Thaddée Nsengiyumva, acogidos desde hacía meses tras haber sido expulsados de Byumba a causa de la guerra de 1990.

El obispo Thaddée Nsengiyumva nos aconseja que salgamos y nos dice que él partirá el último. Es la razón por la que quienes se encargan de los niños refugiados de Byumba comienzan a colocarlos en los vehículos de la diócesis aparcados en el economato. En cuanto a nosotros los sacerdotes, nos precipitamos sobre el ecónomo general, el sacerdote Sylvestre Ndaberetse, para que nos dé algo de dinero. Emmanuel Uwimana, rector del seminario menor, viene para convencerme de que él y yo debemos ir provisionalmente a Kayenzi a su casa hasta que las cosas se aclaren en Kabgayi.

Todo el mundo se pone en movimiento. Mientras unos se precipitan para obtener gasolina, otros hacen sus maletas. Yo mismo fui a por gasolina y tuve la suerte de estar entre los primeros. Solo me queda hacer rápidamente la maleta y unirme, tal y como habíamos convenido, con el compañero Emmanuel en el seminario. Pero, he aquí que los obreros de la parroquia gritan y me llaman: “están rompiendo los cristales de su vehículo”. Voy y veo, desde el portal, efectivamente a un grupo de gente que ha rodeado el vehículo y que exige: “el propietario debe darnos la llave de contacto”. Me doy cuenta enseguida de que se trata de refugiados que han venido de los campos. Uno lanza al resto: “no toquéis el coche, es del cura”. Comienzo a salir del portal para impedirles cuando mi compañero Alfred, que ha seguido todo desde la ventana me aconseja que no me arriesgue. Veo marcharse el vehículo y olvido mi salida con Emmanuel a Kayenzi.

Minutos después asistimos a un sorprendente espectáculo. Frente a nosotros, proveniente de la escuela primaria, una larga columna de refugiados, encuadrada por militares, avanza lentamente, en silencio, y se dirige hacia la carretera principal.

Después de esta salida, todo Kabgayi cae en el silencio. Nada se mueve. Se ven individuos vestidos de militares que circulan. Son esbeltos y delgados; sin duda alguna se trata de Inkotanyi. Podrían confundirse con militares del ejército regular, pero no, llevan boinas ligeras y viseras, botas o deportivas. Alfred y yo observamos todo este desde una ventana de nuestro piso.

Hacia las 13h vemos que llegan tres Inkotanyi que se detienen ante la Basílica, frente a nosotros. Comienzan a llamar por su nombre al sacerdote Fidèle Gahonzire (capellán del hospital que vive en el presbiterio). Le piden que venga y se marche con ellos. Lo llaman varias veces sin obtener respuesta. Vienen y golpean fuertemente el portalón, pero nadie lo abre. Insisten diciéndonos que no tengamos miedo de acercarnos a ellos y piden que abramos. He aquí que un hombre se introduce en nuestra casa por la puerta que da al obispado. No sabemos por dónde ha podido acceder. En cuanto lo veo lo reconozco ya que formaba parte de un grupo de refugiados que venía a ayudarnos en el economato general. Nos encara de modo desafiante y pregunta que quiénes somos. No decimos nada. Una de las tres muchachas presentes toma la palabra y explica quiénes somos. El Inkotanyi no escucha y prosigue su camino pasando por la gran puerta del presbiterio y abre el portal a los otros tres.

Allá, delante del atrio de la Basílica, había tres Inkotanyi. Alfred Kaybanda hace que decidamos ir hacia ellos a saludarlos, no sin cierto grado de desconfianza. Nos hacen algunas preguntas sobre nuestra profesión. Yo me doy media vuelta y voy rápidamente a prevenir al obispado. Encuentro a todos en el patio.

Minutos más tarde se nos juntan todos los que yo he dejado detrás. Los Inkotanyi preguntan quiénes somos. Así es como se enteran de la presencia entre nosotros de tres obispos: Vincent Nsengiyumva (Kagali), Joseph Ruzindana (Byumba) y Thaddée Nsengiyumva (Kabgayi) Hay también sacerdotes. En primer lugar, los de más edad, a saber Denys Mutabazi, herido durante la guerra y llegado desde Nyundo para curarse, e Innocent Gasabwoya, antiguo vicario general de Monseñor André Perraudin, obispo emérito de Kabagayi. Luego, los dos más jóvenes, Bernard Ntamugabumwe y JMV Rwabilinda. Pero, no solo hay clérigos. La mayoría de los empleados del obispado, entre ellos las hermanas franciscanas que se ocupan de la intendencia siguen allí. Se ven también algunos refugiados de los que llegaron desde Byumba. Hay que decir que prácticamente no quedan más que los habitantes de la casa cuando los Inkotanyi entran en el obispado. Los refugiados que han estado alojados desde hace varias semanas han tenido tiempo, casi todos, de huir.

Somos hechos prisioneros el jueves 2 de junio

Así pues, estamos todos ahí, en el patio del obispado, en frente de las oficinas del obispo. Los Inkotanyi nos piden que salgamos del obispado. Conducidos por los Inkotanyi pasamos por la puerta del presbiterio y desembocamos en la Basílica. Nos detienen delante de la imprenta. Instantes después, otras personas, entre ellas los hermanos Joséphites y unas religiosas que vivían en Kabgayi se unen a nosotros. Formamos un grupo de unas cien personas. Estamos a la espera de la decisión de nuestros nuevos amos y he aquí que los obispos son separados del grupo. Los vemos marchar con los Inkotanyi y luego alejarse con ellos como dando un paseo. KMV Rwabilinda, François Muligo, Innocent Gasabwoya, Denys Mutabazi y Jena-Baptiste Nsinga (superior general de los joséphites) los siguen. Toman la carretera que rodea la casa de los Hermanos Joséphites para desembocar en la carretera principal y luego toman la dirección de la escuela de enfermeras.

Nosotros nos quedamos a la espera de las órdenes de los Inkotanyi. Nadie dice una palabra; nuestros rostros dan fe de nuestra aprensión. Los Inkotanyi deambulan a nuestro derredor, nos miran a la cara con curiosidad. Entre ellos hay un joven de unos 14 años que nos mira con desprecio. Mi atención se centra en esos soldados, Inkotanyi, de los que he oído hablar hace mucho tiempo. Racionalizo que son seres humanos como nosotros y hablan nuestra lengua. No obstante, no puedo olvidar sin sentir pavor las advertencias de Radio Ruanda: ¿esos hombres son de verdad los malvados que asesinan salvajemente a quienes atrapan? Al mismo tiempo, la presencia de lo que están conmigo me reconforta.

Pasado cierto tiempo, uno de los Inkotanyi nos dice que abandonemos el lugar y vayamos a las regiones donde ya no hay combates, sea a Byimana, sea a Ruhango. Fidèle Gahonzire va a verle y le pide si pueden permitirnos hacer antes nuestras maletas. Recibido el permiso, regresamos al presbiterio donde encontramos nuestros apartamentos saqueados. Los Inkotanyi hacen una fiesta con nuestras reservas de alimentos y bebidas. Nosotros no tenemos ganas de comer. Nos damos prisa para terminar de hacer nuestros bagajes bajo la mirada ávida de los Inkotanyi que controlan todo. Ya no tenemos intimidad alguna. Allá donde vas te siguen y ven todo lo que te llevas. Una vez las maletas preparadas y depositadas en el patio, nos las hacen abrir de nuevo. Antes de marcharnos esperamos el regreso de los obispos y sacerdotes que todavía no han vuelto. La presencia de François Muligo nos es indispensable ya que es él el que tiene la llave de contacto de la camioneta aparcada en el patio del presbiterio y nosotros contamos poder cargar nuestros equipajes en ella. Otras personas, el sacerdote Bernard Ntamugabumwe y varias religiosas se han unido a nosotros y planeamos marchar juntos. Nuestra espera dura toda la tarde, cuando los Inkotanyi nos anuncian que la salida ha sido retrasada hasta el día siguiente.

Algunos comienzan a retirar sus bagajes cuando, repentinamente, oímos el silbido de una bomba que cae no lejos de donde nos encontramos. El tremendo ruido provoca un enloquecimiento: corremos hacia las puertas tratando cada uno de esconderse. Al menos tres veces las bombas caen sobre Kabgayi. Ignoramos quién las lanza pero sin duda se trata del ejército regular que quiere tomarse la revancha. Nos escondemos en las diferentes piezas del presbiterio. Nadie habla, tememos que una bomba caiga sobre nuestras cabezas.

Noche del 2 de junio: conducidos a un destino desconocido

Somos unas cincuenta personas amontonadas en el vestíbulo y en otras dependencias del presbiterio. Hacia las 19h00, oímos que se abre la puerta de entrada al presbiterio, pasos y voces. Son los Inkotanyi que traen a los obispos y sacerdotes. Como chocan con personas tumbadas en el suelo en el vestíbulo, uno de los Inkotanyi grita: “¿quién está ahí?”. Se le contesta que la mayoría somos sacerdotes y religiosas y que nos hemos refugiado allá por miedo a las bombas. El Inkotanyi exige entonces que todos los sacerdotes sigan a los obispos. Las religiosas, en un grito unánime, deploran nuestra marcha y el Inkotayi las tranquiliza diciendo que ellas también saldrán pronto.

Fidèle, Bernard, Alfred y yo, cogemos nuestros equipajes y vamos a esperar a los obispos fuera, delante de la basílica. Los obispos están en sus habitaciones. Se les ha dicho que hagan rápidamente la maleta y que estén preparados para la marcha. Regresan enseguida cargados ligeramente: Monseñor Thaddée ha optado por no coger más que un pequeño maletín y una lámpara alógena; François Muligo ha preferido venir únicamente con una manta.

Aunque esta salida concierne sólo al clero, otras personas se han empeñado en unirse a nosotros haciéndose pasar por empleados que trasportan nuestros bagajes. Se trata de Stanislas Twahirwa, un joven refugiado de Byumba, y tres muchachas, Christine Mukankubito que trabajaba en la gasolinera del obispado, Drocella, empleada en la escuela de Gahogo, Josélyne Uwurukundo, originaria de Musambira que había escapado por muy poco a la masacre de su familia. Estas tres chicas forman parte de las personas alojadas en la parroquia. Todos los demás, días antes o esa misma mañana, optaron por marcharse. Estas tres jóvenes, tutsis, no tienen motivos para huir ante la llegada del FPR.

Los Inkotanyi nos ponen en fila y nos llevan. Pasamos delante de la basílica, tomamos la calle que atraviesa el gran campo de alubias sembrado por François Muligo y accedemos a la carretera principal, en la parada de taxis. Allí caemos sobre un grupo de soldados inkotanyi que descansan visiblemente agotados. Muchos están tumbados en el suelo y otros, menos numerosos, están sentados alrededor de un mapa de las regiones de Ruanda que escrutan atentamente a la luz de unas linternas. Se ven, un tanto apartadas, armas de toda clase que otros soldados han desmontado y están limpiando.

Los Inkotanyi nos hacen caminar por una carretera que, a 400 metros, nos conduce a la escuela de enfermeras. No vamos más lejos ya que, a unos 100 metros, nos detienen ante una de las casas que está al borde de la carretera. Se trata de las casas de los profesores de la escuela. Nos dicen que permanezcamos delante del mirador y esperemos la llegada de un vehículo. Los obispos nos comunican que es aquí mismo donde ellos han pasado la tarde. Emmanuel Uwimana se unió a ellos algo más tarde, traído desde el seminario por los Inkotanyi. Si les hemos visto que regresaban todos al obispado es porque los Inkotanyi les acababan de anunciar que acababa de tomarse la decisión de evacuarlos, a la espera de que la situación en la región se calmara. Nuestra espera dura horas, lo que empuja a algunos a sacar las mantas y a acostarse. Los Inkotanyi que nos vigilan no nos dirigen palabra alguna. Pero uno de ellos, que se ha acercado de las chicas jóvenes, ha querido saber por qué están en el grupo de los curas, cuando ni siquiera son religiosas. Responden que si ellas siguen en vida es gracias a esos curas a los que ellas seguirán allá donde vayan. El Inkotanyi replica que no hay razón ninguna para que ellas se apeguen al clero y que, en consecuencia, él las va a llevar a donde están otras chicas. Pero, ellas le suplican que no las separe de nosotros. Ante su rechazo, comienzan a llorar y el Inkotanyi termina por ceder.

Hacia la una de la madrugada, viene un Inkotanyi que se dirige a los obispos y a los dos sacerdotes mayores y les pide que lo sigan para subir a un vehículo que los espera. Nos pide a nosotros que esperemos nuestro turno. Los obispos y los dos sacerdotes mayores, Innocent Gasabwoya y Denys Mutabazi, acompañados de JMV Rwbalinda nos dejan. Vemos partir el vehículo que los lleva desde la parada de taxis, a unos metros del lugar donde nos encontramos.

Dos horas más tarde llegan otros Inkotanyi y uno de ellos nos dice que nos espera un vehículo. Somos once personas: las tres jóvenes y el muchacho, el hermano Jean-Baptiste Nsinga, los sacerdotes François Muligo, Alfred Kayibanda, Emmanuel Uwimana, Bernard Ntamugabumwe, Fidèle Gahonzire y yo mismo. Seguimos al Inkotanyi con nuestros maletines. En la parada de taxis, en la carretera de Kigali – Butare, nos esperan dos camionetas. Una de ellas es la que nos robaron la víspera. Hay decenas de vehículos aparcados al borde de esta carretera, la mayoría proviene del obispado que albergaba muchos vehículos dejados por quienes – entre otros, muchos religiosos misioneros – la guerra había empujado a abandonar el país.

Tomamos la dirección de Butare. Vamos sentados en la parte delantera, mientras la trasera está repleta de Inkotanyi. La noche está muy tranquila. Desde la colina de Karama hasta Ntenyo, la carretera está alfombrada por hojas verdes de los árboles y de sorgo, señal de los encarnizados combates que se dieron la víspera. Llegados a “Mugina w’imvuzo”, una aldea situada entre Byimana y Ruhango, los Inkotanyi se bajan y se paran ante una barrera colocada a la entrada. Proseguimos. En Ruhango, a unos 15 km de Kabgayi, el conductor deja la carretera principal y toma, a la izquierda, la carretera que conduce a las oficinas municipales de Tambwe, a unos 600m. Allá, a la izquierda, a 200m., ante el domicilio del alcalde, se para. El primer vehículo que ha llevado a nuestros compañeros está ya aparcado. Los Inkotanyi nos llevan caminando a pie. Pasamos por una carretera que, bordeando la casa del alcalde, conduce a una casa aislada en lo alto de la colina. En el exterior, vigilan dos guardias. Nos hacen entrar y una lámpara de petróleo ilumina el lugar. El Inkotanyi nos dice que éste es nuestro alojamiento. Los que disponen de mantas las sacan y el resto se echa sobre un diván que hay en el salón. Son más o menos las tres de la madrugada y pronto amanecerá.

Viernes 3 de junio: Tambwe, nuestra cárcel

Al alba me despierta un soldado que, desde el cuarto vecino, saca a una persona con los brazos atados hacia atrás. En esta misma casa, algo que ignorábamos, han pasado la noche también los obispos y los sacerdotes que iban con ellos. Un cuarto ha servido de habitación para los obispos y para JMV Rwabilinda, mientras que los dos sacerdotes ancianos se han alojado en otro cuarto.

A las 8, todos estamos levantados. Se nos sirve un té como desayuno. Lo tomamos sentados en el mirador con galletas (compact food); cuando salimos de Kabagyi pude coger unos paquetes. Luego, el Inkotanyi que nos vigila desde la mañana nos pide la lista con nuestros nombres. Soy yo el que la hace. En total somos 17 personas, tres obispos, 9 sacerdotes, un religioso, tres muchachas y un chaval. Me entero que éste último ha sido sometido a un interrogatorio con objeto de conocer su verdadera identidad. Estamos ahí sin hacer nada. No se nos da ninguna instrucción. De cualquier modo, nos damos cuenta de que nuestra situación es un tanto ambigua. Alfred Kayibanda, Emmanuel Uwimana y yo mismo intentamos comprender por qué para evacuarnos provisionalmente como nos lo han dicho, los Inkotanyi han optado por aislarnos en este lugar oculto en lugar de llevarnos a lugares habitados y preparados para acoger gente, como la parroquia de Ruhango que está al lado o Nyanza más lejos. Todo es un tanto raro, aunque nos tratan bien. Alfred y Emmanuel son más positivos. Para Alfred, si han optado por ponernos aparte en un lugar desconocido es porque quieren provocar reacciones por parte de quienes van a preocuparse a causa de nuestra desaparición. Emmanuel está convencido de que nuestro regreso a Kabgayi es cuestión de días, hasta que vuelva la calma. Basa su argumento en la promesa hecha por los Inkotanyi cuando salíamos de Kabgayi. Es cierto que los Inkotanyi describieron su acción como un gesto humanitario.

Una cosa nos parece, no obstante, evidente a todos. Nuestra estancia en este lugar corre el peligro de ser larga. Es la razón por la que comenzamos a plantearnos la cuestión de las celebraciones eucarísticas. Monseñor Thaddée Nsengiyumva escribe una carta al padre Stany Urbaniak, sacerdote polaco párroco de Ruhango, pidiéndole que nos haga llegar todo lo necesario para la misa. La carta es confiada al soldado que nos vigila.

La jornada se nos hace larga. Algunos no soportan permanecer con los brazos cruzados, sentados, sin hacer nada. François y JMV se ponen a limpiar el patio de la casa que parece que se ha convertido en nuestra morada. JMV, haciéndonos comprobar que el sorgo y los plátanos están maduros, nos alegra prometiéndonos que próximamente podremos gustar de la cerveza de sorgo o del vino de plátano. Pero para ello, dice, es preciso que aprendamos a “kubohoza” (servirnos). La expresión “kubohoza” nació hace tres años con el nacimiento de los partidos políticos. Los adeptos a los partidos opositores la empleaban en cuanto lograban que algún militante saliera del MRND (partido único en el poder), y era recuperado por ellos. Entonces decían: “twamubohoje” (lo hemos liberado”). Se produjo no obstante un deslizamiento del significado con los disturbios de abril de 1994. La expresión fue recuperada para significar el pillaje, esto es, “coger por la fuerza, apropiarse del bien ajeno”. No perdió sin embargo su lado humorístico en el lenguaje familiar. Muy de moda, podía ser utilizada cuando se trataba de lograr algo de un modo o de otro. Es en este sentido como JMV utilizaba la expresión.

Las muchachas se ponen a baldear la casa ya que hay sangre reseca en el suelo. A juzgar por las fotografías que se encuentran en el salón, la casa pertenece a Athanase, al que yo conozco, ya que somos de la misma región. Es nueva, cubierta de tejas y revestida con cemento rojo. Consta de tres espacios con un gran salón.

Hacia las 15h nos sirven la comida. Tenemos ciertamente hambre. Salvo el té de la mañana, la mayoría no ha ingerido nada. Comemos arroz y carne con un poco de salsa. Después de la comida algunos hacen la siesta. Al final de la tarde, los sacerdotes, salvo los dos más mayores, jugamos a cartas, que hemos encontrado. Después de la cena rezamos juntos. Son oraciones que sabemos de memoria que Denys se encarga de entonar. No ha sido posible que usáramos los breviarios, ya que la luz es insuficiente para poder leer. Luego nos acostamos; esta vez hay colchones que nos traen los Inkotanyi.

Sábado 4 de junio: una nueva vida sufrida y aceptada

El sábado 4 de junio es nuestro segundo día en Tambwe y comenzamos a habituarnos a la nueva situación. A la mañana, todos se asean. Los obispos cuentan con nosotros para lo que necesiten. Comienzan además a estar más distendidos, cuando inicialmente se los veía incómodos por compartir con nosotros las condiciones anormales, sobre todo, a causa de la presencia de las muchachas. Pero poco a poco se percatan que esas chicas nos son, más bien, útiles. Efectivamente, el sábado se ponen a lavar lo necesario, sobre todo para aquellos que no han traído más que una muda. Después del aseo, nos reunimos para rezar laudes. Desayunamos té. La mañana va pasando y, como el día anterior, nos traen la comida a las 15h. Hay dos platos extra; nos dan verdura fresca, “imbwija”, y una sopa de granos de sorgo. Las chicas los han preparado en un puchero. Permanecemos allí toda la tarde.

La oración de vísperas la hacemos antes de que caiga la noche para poder servirnos de los breviarios. Después de la cena, volvemos a jugar a las cartas. Hay dos equipos que se enfrentan: el obispado contra la parroquia. Las sucesivas derrotas del equipo del obispado hacen que la velada sea agradable y el colmo es que en la última partida el equipo del obispado es totalmente vencido. Nos acostamos en un ambiente muy alegre.

5 de junio: Conducidos a Gakurazo

Ya estamos levantados, habiendo rezado laudes, cuando un Inkotanyi viene y nos anuncia algo que nos sorprende. Han decidido que dejemos Tambwe para llevarnos a Gakurazo, municipio de Mukingi, a la casa de los hermanos Joséphites, una congregación autóctona. Pide que nos preparemos rápidamente porque la marcha va a ser inminente. Esta noticia nos alegra. Yo, por mi parte, no acabo de entenderlo. Yo consideraba que éramos rehenes en Tambwe y he aquí que nos iba a ser posible convivir con otras personas. Estamos convencidos de que el Gakurazo y en Bymana, dos colinas próximas, veremos a las religiosas que hemos dejado en Kabgayi. Sabemos que recibieron la orden de ir a Byimana. No ocultamos, en consecuencia, nuestra alegría ante la noticia. Bebemos el té matutino y pienso en los israelitas en el momento del éxodo. Volvemos a hacer nuestros equipajes y hacia las 08:00h, el Inkotanyi viene y nos dice que vayamos a los vehículos que nos esperan. Un minibús y una camioneta están aparcados en el lugar donde nos hicieron bajar cuando llegamos. Vamos y partimos. Otro vehículo con Inkotanyi a bordo nos sigue. Podemos reconocer entre ellos a los jefes y subalternos que nos han vigilado desde que llegamos.

Llegamos a la casa de los Joséphites en Gakurazo, a unos 10 km de Tambwe, hacia las 10 h. La casa alberga a cerca de 100 personas. Vemos a hermanos, habituales de la casa, y constatamos que compañeros de ellos provenientes de otras comunidades se han unido a ellos. Hay también religiosas que pertenecen a distintas congregaciones: las hermanas hospitalarias de Santa María de Kabgayi, las más numerosas y acompañadas por la Hna. Marie-Louise, maestra de novicias de origen suizo, las Hijas de Foyer de charité de Remera-Luhundo, dos Hnas. Franciscanas del Reino de Cristo que trabajan en el obispado de Kabgayi, el resto se quedó en Ruhango, dos dominicas, el resto quedó en Gihara, municipio de Runda, Gitarama. Nos encontramos también con el sacerdote Sylvestre Ndaberetse, refugiado hutu burundés y ecónomo general de la diócesis de Kabgayi. Pero la casa no solo ha acogido a religiosos; se pueden ver también otros refugiados entre los que las mujeres y los niños son mayoría. Lo que impresiona es el gran número de soldados presentes en el momento de nuestra llegada; se pasean por todas partes en el recinto.

Nuestra llegada satisface sobre todo a las religiosas que al vernos expresan su emoción con gritos de alegría. Los hermanos joséphites nos acogen en el refectorio con un té caliente; el ambiente es festivo. Luego comienzan los preparativos para una misa que hemos decidido celebrar, prevista para las 11 h. Es domingo, fiesta del Santísimo. El responsable de la casa, Hno. Balthazar Ntibagendeza, de origen burundés y maestro de novicios, se aplica en la preparación de nuestro alojamiento, una vez que los obispos ya han tenido el suyo.

Así pues, estamos en el patio charlando con los que se han unido a nosotros. Escuchamos a Sylvestre Ndaberetse que nos relata sus desventuras: la toma de Kabgayi tuvo lugar cuando él se encontraba en las oficinas del economato. Se escondió y no supo lo que había sucedido. Allí se quedó escondido hasta que, acuciado por el hambre, al día siguiente, salió y se dirigió a la cocina del obispado para comer algo. En la cocina se encontraban los Inkotanyi que le interpelaron y se enteraron de que era el ecónomo. Le pidieron divisas, pero no pudo satisfacer su petición. Le ordenaron que abandonara el lugar, aunque le permitieron que cogiera su coche y tomara la dirección de Ruhango. Cuando llegó a Karama de Shyogwe, 5 km más lejos, otros Inkotanyi le confiscaron el vehículo y cogieron todo lo que tenía encima, salvo el maletín-capilla. Se llevaron un millón de francos ruandeses, unos 25.000FF. El otro millón de divisas había quedado escondido en los WC del obispado. Le llevaron en otro vehículo a Tambwe, a las oficinas municipales. Quedó encerrado con otras personas que, como él, habían sido capturadas. Esta mañana, domingo, lo han llevado a Gakurazo y nos hemos encontrado todos.

A las 11 nos dirigimos a la capilla de los hermanos para la celebración eucarística. La preside Mons. Vincent Nsengiyumva que parece estar muy cansado. Después de la misa esperamos un breve momento antes de volvernos a juntar a las 12,30 h en el refectorio para el almuerzo. Los hermanos han preparado una comida copiosa, nos dan pollo de su gallinero. Después de la comida, la siesta para quienes tienen ya habitación. Nosotros esperamos a que las habitaciones estén arregladas. Faltan algunos colchones. Los hermanos los encuentran en algunas casas abandonadas de los alrededores. Toda la tarde la pasamos allí. La mayoría de mis compañeros juega a cartas o al ping-pong. Yo hablo con otras personas en el patio.

El paseo providencial, hacia las 17 h.

Hacia las 17 h la Hna Libérata Muragijemariya, una religiosa de las Hospitalarias de Santa Marta de Kabgayi, viene a verme y me dice que me encuentra demasiado tranquilo y me propone dar una pequeña vuelta para hacerme descubrir la casa que ella ya conoce. Quiere que vea el establo y las vacas de la comunidad. Acepto su propuesta y salimos pasando por el refectorio. De éste accedemos a la cocina y a una puerta que da a un patio interior donde está instalado el establo. Todos estos lugares son nuevos para mí; los descubro en ese momento. Las vacas no están en el establo sino en el prado. Nos quedamos dialogando mientras pasa el tiempo. Al crepúsculo regresamos a la comunidad. No tardaré en percatarme que este paseo no había sido debido al azar.

Hacia las 19 h nos convocan a una reunión de la muerte

Ya es de noche; los que jugaban a cartas han salido debido a la falta de luz. En estos tiempos de guerra ya no hay corriente. La mayoría de entre nosotros estamos allá en la veranda a la espera de la hora de la cena. Hacia las 19 h nos anuncian que los Inkotanyi nos convocan a una reunión a todo el grupo de personas que ese domingo ha llegado de Tambwe. No obstante, no se nos precisa el objeto de la reunión. Se nos pide que pasemos la información unos a otros y que vayamos sin tardar al refectorio. La información pasa rápidamente tal y como lo desean los Inkotanyi e instantes después henos en el refectorio. Este edificio es una sala grande de unas 300 plazas. En la parte del patio y en los extremos hay dos puertas que dan acceso al lugar. Pasamos por la puerta del sur que desemboca en la parte salón. Ante nosotros, del salón hasta la puerta que da a la cocina, a lo largo de toda la sala, se alinean dos filas largas de mesas rectangulares. El lugar previsto para la reunión ya ha sido preparado cuando nosotros entramos. Sillones y sillas forman un amplio círculo alrededor de una mesita de salón. Un grupo de alrededor ocho Inkotanyi están ya en la sala, sentados separados por una de las hileras de mesas. La sala está iluminada por una lámpara de petróleo y Mons. Thaddée Nsengiyumva tiene también su lámpara halógena.

El Inkotanyi que, visiblemente, va a presidir la reunión nos recibe con educación y sonrisa y ocupamos los sitios. Los obispos se sientan en los sillones en el lado sur, cerca del muro del salón. Siguen, por un lado, Innocent Gasabwoya y Denys Mutabazi, y por otro lado JMV Rwabilinda. Frente a los obispos, en el mismo círculo, se sienta el Inkotanyi que va a presidir la reunión y su escolta. Las tres muchachas no están sentadas en el círculo sino detrás del Inkotanyi. El grupo de los Inkotanyi se coloca detrás de mí al lado de las chicas. Richard Sheja, un niño de unos 7 años, se ha unido también a nosotros y está en los brazos de Innocent Gasabwoya.

El Inkotanyi comienza por presentarse. Pero nosotros ya le conocemos ya que es el mismo que desde nuestra llegada a Tambwe ha sido nuestro vigilante. Tiene en torno a 25 años y cojea un poco. No nos pide que nos presentemos sino que encadena sus palabras para decirnos el objeto de la reunión. Tiene como objeto permitir un conocimiento mutuo y estar informados sobre la conducta que debemos seguir en esta casa de acogida. Advierte que a causa de la inseguridad nadie tiene derecho a salir de la casa sin advertirlo a un militar y sin ser acompañado. Esto, prosigue, porque el enemigo sigue merodeando en todas partes. Añade que no debemos preocuparnos por nuestra seguridad ya que el objetivo primordial del FPR es garantizar la protección de cada uno de los ciudadanos.

Pero, he aquí que comienza a pasear su mirada sobre nosotros y, de repente, manifiesta su extrañeza al percatarse de que hay ausentes: un obispo, que no sabe si es de Kigali o de Kabgayi, y un sacerdote que debe ser según él el vicario general de Kabgayi. Nos damos cuenta de que efectivamente Mons. Vincent Nsengiyumva, obispo de Kabagyi, y Sylvestre Ndaberetse, ecónomo general de Kabagyi, no están entre nosotros. JMV Rwabilinda se acuerda de que minutos antes de la convocatoria a la reunión, vio a Mons. Vincent en la capilla rezando y que en consecuencia podía no estar al corriente de la reunión. En cuanto a Sylvestre, nadie sabe dónde está pero suponemos que estará en su habitación. Alguien sale y va a buscarlo.

El Inkotanyi reinicia la reunión y concede un turno de preguntas. Mons. Thaddée toma la palabra y habla en nombre de quienes en el momento de abandonar Kabgayi no tuvieron tiempo suficiente para hacer su maleta. Según la promesa que se les hizo, un vehículo iba a regresar al día siguiente a Kabgayi para recuperar todo. El obispo pone de relieve que eso no ha podido realizarse y pregunta qué piensan hacer los Inkotanyi al respecto. El Inkotanyi responde que todo dependerá de la evolución de la situación en Kabagayi. Sin que terminara de hablar, uno de los ocho Inkotanyi, que ha salido del grupo y está cerca de la puerta, toma la palabra. Se trata de un hombre alto, de 1,85m., de unos treinta años, delgado y de tez clara. Está uniformado pero no lleva boina. No comprendo, dice, a las gentes que no quieren la unidad de los ruandeses. Si la situación es catastrófica en el país, añade, es a causa de ellos y es la razón por la que el FPR se ha dado como misión combatirlos por todas partes allá donde estén. Nadie reacciona, ni tiene ocasión, por otra parte, de hacerlo, ya que, después de haber dicho todo eso, el Inkotanyi sale de inmediato.

Yo no puedo seguir el resto de la discusión porque en cuanto salió el Inkotanyi, el Hno. Balthazar entra y discretamente nos pide a Emmanuel Uwimana, Fidèle Gahonzire y a mí, que salgamos con él. Cuando salimos, me percato de que todos los Inkotanyi sentados anteriormente detrás de nosotros se han marchado todos ellos. El hermano nos dice que nos llamaba para darnos las habitaciones, por fin disponibles. Nos conduce pues hacia el edificio que está justamente al lado, donde se encuentran las habitaciones. Apenas ha comenzado a atribuirnos las habitaciones que el joven Stanislas (de nuestro grupo) viene para decirnos que el Inkotanyi que preside la reunión nos ordena que regresemos inmediatamente al refectorio, porque no quiere que salgamos antes de que la reunión termine. Así que retornamos a la sala de reunión.

Nos cruzamos en la puerta con el hermano Jean-Baptiste Nsinga, que entra con nosotros. Justamente acaba de llegar para la reunión. Aunque no ha asistido al inicio, nadie se había percatado de su ausencia. El Inkotanyi, en cualquier caso, no lo citó entre los que debían estar obligatoriamente presentes. Soy el único que no puede retomar su sitio en el círculo. El hermano Jean-Baptiste Bsinga acaba de ocuparlo. Me siento justamente detrás de él, en una de las sillas que anteriormente ocupaban los ocho Inkotanyi antes de que se marcharan. Estamos todos, Mons. Vincent y Sylvestre ya han llegado.

De repente, justo cuando acabo de sentarme, la puerta por la que hemos entrado se abre brutalmente y el ruido nos sorprende. Veo a soldados Inkotanyi, son cuatro, que entran de golpe, apuntando sus ametralladoras como para un ataque. Con gritos extraños, vociferan palabras incomprensibles, toman posición detrás de los Inkotanyi que están con nosotros y abren fuego inmediatamente.

GAKURAZO_croquis.png

«Croquis ligado al asesinato perpetrado por el FPR en Gakurazo. Muestra en detalle el conjunto de edificios de la comunidad de hermanos Joséphites donde tuvo lugar la masacre. Muestra, en particular, el lugar de cada uno de los asesinos y de las víctimas.»

El pavor que me invade es indescriptible. Comprendo justo en ese momento que estamos en peligro de muerte. A mi lado, una de las jóvenes se levanta con las manos en alto y grita implorando a los asesinos que se detengan. JMV Rwabilinda, delante de mí, se ha levantado también, le veo y oigo gritar y suplicar. Todo pasa en unos segundos; una voz que me habla como en una inspiración, clara y precisa, que me recuerda el lugar donde, horas antes, yo había estado con la religiosa; siento en mi algo que me dice que me marche de allí para esconderme. Me tiro al suelo inmediatamente, giro en torno a la silla en la que estaba sentado y reptando llego enseguida a la pared; sigo reptando para pasar por el espacio vacío que se encuentra entre la pared y la hilera de mesas. Veo claramente que debo lograr llegar a la puerta del fondo del refectorio que no veo pero que la recuerdo por haber pasado momentos antes por allá con la religiosa. En mi huida, oigo el fuerte ruido de las ametralladoras y pienso que me persiguen y que estoy muerto. Hago unos metros antes de llegar a la puerta. Por suerte la encuentro abierta y llego a la cocina, siempre reptando, y tropiezo con unas religiosas, acurrucadas presas del pavor. Entre esas religiosas se encuentra Donata Nyirabayiarimana del Foyer de charité “Vierge des Pauvres” de Remera- Ruhondo, las Hermanas Marie-Louise (de origen suizo), Libérata Muragijemariya y Didacienne, todas ellas de la comunidad de las Hospitalarias de Sainte Marthe de Kabagyi. Paso entre medio de ellas y alcanzo la puerta que da al patio interior, donde se encuentra el establo. El miedo que me ha invadido no me permite acercarme al establo que ya veo un poco más lejos. Opto por pararme cerca de un edificio muy próximo, a mi derecha. Me tumbo contra el muro. Segundos después veo que llega la más joven de las muchachas que estaban con nosotros en la sala. Respira profundamente; tiene miedo. Al ver que soy yo, cae sobre mi diciendo: “turashize” “vamos a morir”. Permanecemos unos breves momentos allí. El tiroteo sigue en el refectorio. No obstante es discontinuo, disparo a disparo.

Clarea; es el claro de luna. La joven me hace ver que el lugar en el que me encuentro no me oculta del todo y ella ve a nuestro lado una casita que antes debía de servir de gallinero. Nos dirigimos a ella y nos escondemos tras un pilar. Aquí, comienzo a repensar todo lo que acaba de suceder. Temo que algo grave ha sucedido a nuestros compañeros y pienso en lo peor, en la muerte para algunos, pero, ¿para quién? Trato de convencerme de que hay supervivientes y quiero saber quiénes son. Vuelvo a ver toda la escena y me percato perfectamente de que ha faltado muy poco para que yo mismo la haya padecido. Vuelvo a ver lo que ha precedido, mi paseo con la religiosa, mi salida en el transcurso de la reunión, la llegada tardía del hermano y el cambio de sitio. Todo ello me hace pensar en la presencia de una Mano Invisible. La certeza de que Dios ha decidido salvarme y de que no permitirá mi muerte me sostiene y me ayuda a recuperar, rápidamente, mis capacidades. El miedo que me invadía desaparece progresivamente. Comienzo, no obstante, a interrogarme sobre el sentido y el porqué de todo. No encuentro respuesta. Toda esta meditación me conduce en cualquier caso a hacer un balance, nada glorioso, de una vida espiritual. Es la razón por la que comienzo espontáneamente a hacer una oración de solicitud de perdón y de acción de gracias. La experiencia vivida me recuerda, no obstante, lo que olvidaba a menudo, la fragilidad de la condición humana y de mi vida personal.

El tiroteo ha cesado. Nada se mueve en la casa. Reina un silencio de muerte. De repente, oigo y veo gentes que llegan con linternas, a la búsqueda, visiblemente, de personas. Las puedo observar por un agujero de la puerta de madera cerca de la que nos encontramos. Se trata de Inkotanyi. Los reconozco no solamente por su talla, altos y delgados, sino también por su calzado, deportivas que nunca calzan las FAR. El miedo me invade nuevamente y mi corazón se pone a latir fuertemente. Pienso que se me busca así como a otros que quizás, lo mismo que yo, habrían podido huir. Los veo venir hacia nosotros con sus linternas, pero pasan sin vernos y prosiguen su camino en dirección del establo, cerca de nosotros. Oigo a los Inkotanyi que se dirigen a las personas que están en el establo. Hay que decir que, desde hace ya tiempo, yo oía el mugido de las vacas, lo cual traiciona la presencia de algún elemento extraño. Los que están en el establo elevan la voz implorando: “Somos Hermanos, ¡Piedad!” “Turi abafurere nimutubabrie”. Los Inkotanyi les dicen que no tengan miedo y que salgan del establo. Los hermanos, con desconfianza, siguen implorando compasión. Terminan por salir ante las órdenes de los Inkotanyi. Los veo marcharse con los Inkotanyi, unidos a otro hermano que ha seguido la escena desde el exterior del patio.

Vuelve a caer el silencio. Pasa un tiempo en el que no se ve alma viviente. De tiempo en tiempo se enciende una linterna que revela la presencia de un Inkotanyi que permanece allá para vigilar. Sigo en mi escondite y mi proyecto es esperar el momento oportuno para evadirme en dirección a Ruhango.

Se descubre mi escondite

A eso de las 23h00 veo que llega una columna de alrededor veinte soldados que se acercan, rastrillando el lugar con la ayuda de linternas. Me invade nuevamente el pavor: tengo el presentimiento de que se me busca. Pasan delante del establo y no encuentran a nadie. Se dirigen entonces hacia nosotros y van a pasar sin vernos cuando uno de ellos dirige su linterna hacia el lugar donde estoy y da con nosotros. Nos pregunta con voz severa: ¿“Quiénes sois, hermanos u otra gente?” Con gran desolación pero reteniendo mi emoción contesto: “soy sacerdote y ésta es mi hermana”. No existe ningún lazo familiar entre la chica y yo, pero ella, al escondernos, me propuso que en caso de que fuéramos capturados me protegería diciendo que yo era su hermano. Me reí de esta ocurrencia, ya que no hay parecido alguno entre ella y yo. Sin embargo, fui el primero en utilizarla.

El Inkotanyi nos ordena que salgamos del escondrijo. Obedezco a la par que me convenzo que ha llegado el final. Me ordena que vaya a mi habitación. Subo hacia el dormitorio; el Inkotanyi va detrás. Aunque espero una muerte inminente, ya no tengo miedo. Una vez en mi habitación me siento en la cama. El Inkotanyi permanece en el dintel de la puerta. En ese momento lo reconozco; es el que presidía la reunión, siempre acompañado por su guardaespaldas. El Inkotanyi se dirige a mí. Constato que, afortunadamente, su voz es serena. Me recita la versión de lo que ha sucedido disculpándose: “Según la investigación que acaba de hacerse, lo que acaba de pasar es la obra de algunos elementos del FPR originarios de las prefecturas de Gitarama y Butare que no han soportado las masacre de los suyos en Kabagyi. Uno de esos militares ha muerto en los combates que han tenido lugar después de esta tragedia; otros dos han logrado escapar, pero estamos en su búsqueda. Estamos desolados por este incidente. ‘La falta de uno solo no debe recaer sobre el conjunto (umukobwa aba umwe agatukisha bose’). La familia del FPR no puede tolerar semejante acto; todos los responsables será perseguidos”.

Estas palabras, y en concreto el “estamos desolados”, me tranquilizan. Me pongo a esperar que quizás no tengan la intención de matarme. No obstante, comienzo a realizar la gravedad de la situación. Ello me empuja a pedirle noticias de mis compañeros. Sigo esperando que haya supervivientes. El Inkotanyi me responde evasivamente diciéndome que él no sabe nada y le veo marcharse inmediatamente.

Permanezco prostrado en la cama y me sumerjo en pensamientos llenos de pena a causa del desastre que presiento pero que rechazo aceptar. Mi desconfianza se despierta, pero no puedo hacer otra cosa que obedecer. Salimos del dormitorio y en cuanto llegamos afuera, veo efectivamente a lo, lejos, cerca de la puerta principal, un grupo de gente. Se trata del todo el grupo de refugiados y los hermanos Joséphites. Están allí agrupados, sin decir nada. Las mujeres cubren su rostro con bufandas. En cuanto llego al grupo, se oyen suspiros de sorpresa y de alegría. El Inkotanyi les dice enseguida que se callen y comienza a explicar lo que ha pasado. Repite exactamente lo que minutos antes me había dicho. “Según la investigación que acaba de hacerse, lo que acaba de pasar es la obra de algunos elementos del FPR originarios de las prefecturas de Gitarama y Butare que no han soportado las masacre de los suyos en Kabagyi. Uno de esos militares ha muerto en los combates que han tenido lugar después de esta tragedia; otros dos han logrado escapar, pero estamos en su búsqueda. Estamos desolados por este incidente. ‘La falta de uno solo no debe recaer sobre el conjunto (umukobwa aba umwe agatukisha bose’). La familia del FPR no puede tolerar semejante acto; todos los responsables será perseguidos”. Termina diciendo: “Vamos a ver lo que ha pasado”.

En cuanto entramos en el refectorio, se apodera de nosotros un fuerte olor a carnicería. Lo que nuestros ojos nos muestran conforme nos acercamos es terrorífico: cuerpos sin vida yaciendo en el suelo en medio de charcos de sangre. Algunas mujeres no soportan el espectáculo; se tapan sus rostros con las manos. Otras lanzan gritos de desolación y comienzan a llorar. Estoy estupefacto, como atenazado, bajo el peso de la indignación: todos mis compañeros, algunos de ellos amigos, los veo ahí sin vida. No llego a rendirme ante la evidencia y no acepto que estén muertos. Conforme los voy viendo, mi alma se hunde en una gran pena.

Yacen todos en el suelo, salvo uno, el obispo Thaddée Nsengiyumva quien, asesinado sentado en su sillón con una mejilla apoyada en su mano, da la impresión de alguien que descansa. Su cuerpo está exteriormente intacto excepto un pie agujereado por una bala. Todos los demás están en el suelo, tendidos sobre su propia sangre. Vincent Nsengiyumva y los sacerdotes JMV Rwabalinda y Fidèle Gahonzire tiene la cabeza despedazada. Sylvestre Ndabereste fue abatido al lado de la puerta en su intento de escapar. François Muligo y Alfred Kayibanda cayeron la cara contra el suelo, mientras Innocent Gasabwoya se derrumbó con el niño Richard que seguía en sus brazos.

Lista de la 15 víctimas:

1) Richard Sheja, niño tutsi de unos 7 años que murió en los brazos de Innocent Gasabwoya. Junto con su madre, había sido albergado por los Hermanos Joséphites durante las masacres. Su padre, Cyprien Gasana, originario de Kizibere-Tambwe y sub-prefecto de Gitarama, había sido asesinado unas semanas antes.

2) Stanislas Twahira, joven hutu de unos 20 años. Uno de los refugiados de guerra de Byumba que desde 1992 estaba acogido en el obispado de Kabgayi.

3) Hno. Jean-Baptiste Nsinga; tutsi de 48 años, superior general de los Joséphites.

4) Fidèle Gahonzire, sacerdote tutsi de 28 años, ordenado el 15/08/1992, originario de la parroquia de Cyeza, municipio Rutobwe (Gitarama). Alojado en el presbiterio de Kabgayi; era el capellán del hospital de Kabgayi.

5) Emmanuel Uwimana, sacerdote hutu de 31 años originario de la parroquia de Kayenzi, municipio de Taba (Gitarama). Era el rector del Seminario menor de Kabgayi.

6) Bernard Ntamugabumwe, sacerdote hutu originario de la parroquia Kibangu, municipio de Nyakabanda (Gitarama). Era el representante en la prefectura de las escuelas católicas de la diócesis.

7) JMV Rwabilinda, sacerdote con título de Monseñor, hutu-tutsi de 33 años, originario de la parroquia de Karambi, municipio de Masango (Gitarama). Era Vicario general de Mons. Thaddée Nsengiyumva, obispo de Kabgayi.

8) François Muligo, sacerdote hutu de 39 años, originario de la parroquia de Byimana, municipio de Mukingi (Gitarama). Era párroco de la catedral de Kabgayi.

9) Alfred Kayibanda, sacerdote hutu de 45 años, originario de la parroquia de Gihara, municipio de Taba (Gitarama). Era coadjutor de la parroquia-catedral de Kabgayi.

10) Sylvestre Ndaberetse, sacerdote hutu burundés de 45 años. Era ecónomo general de la diócesis de Kabgayi.

11) Monseñor Thaddée Nsengiyumva, hutu de 45 años, originario de la parroquia de Bungwe, municipio de Kivuye (Byumba), consagrado obispo de Kabgayi el 31/01/1987, luego presidente de la Conferencia episcopal.

12) Monseñor Joseph Ruzindana, hutu de 51 años, originario de la parroquia de Busogo, municipio de Mukingo (Ruhengeri), consagrado obispo de Byumba el 17/01/1982.

13) Monseñor Vincent Nsengiyumva, hutu de 58 años, originario de la parroquia de Rwaza, municipio (¿?), Ruhengeri, consagrado obispo de Nyundo el 2/06/1974 y arzobispo de Kigali el 3/05/1976.

14) Innocent Gasabwoya, sacerdote con título de Monseñor, tutsi de 74 años, originario de la parroquia de Save, municipio de Shyanda (¿?) (butare). Antiguo Vicario general de Monseñor André Perraudin, obispo emérito de Kabgayi.

15) Denys Mutabazi, sacerdote tutsi de 79 años, originario de la parroquia de Save, municipio de Shyanda (¿?), incardinado en la diócesis de Nyundo.

No nos quedamos mucho tiempo, ya que minutos después el Inkotanyi nos ordena que salgamos. Todo el mundo va a acostarse y yo no me atrevo a ir a la habitación que me han preparado, tal es el grado de mi conmoción. Sigo a los refugiados, concretamente a las religiosas a la sala que se las ha reservado como alojamiento. Pero, antes, voy a coger lo necesario para pasar la noche en la pieza donde han sido depositados nuestros bagajes. Al salir de este cuarto, veo a un Inkotanyi que avanza hacia mí. En cuanto está delante, no puedo creer lo que mis ojos están viendo: se trata de uno de los que han disparado contra nosotros. Me produce el efecto de una especie de trueno. En efecto, cuando los soldados irrumpieron en el refectorio, pude identificar a este joven negro-claro de unos 25 años. Es él: la pequeñez de su boca, los tatuajes (imyotso) de su frente y su boina amarilla constituyen otros tantos signos distintivos que mi cerebro me reenvía. En cuanto nuestras miradas se cruzan, el miedo me aprieta, pero logro dominarme. El Inkotanyi me saluda y luego me pide que le preste una de las mantas que se encuentran en el cuarto. Todos los bagajes de la mayoría de mis compañeros siguen allá. Evidentemente, acepto y le doy una de las mantas. Me da las gracias y se marcha.

A pesar de los bellos discursos de explicación de la masacre, me veo obligado a rendirme ante la evidencia: todo es una puesta en escena. Nos han mentido. Me voy a acostar.

Mañana del lunes, 6 de junio: una parodia de oración

Al día siguiente, lunes 6 de junio, a la mañana, acabamos de hacer la oración matinal de la 7h00. La mayoría nos encontramos en el patio a la espera del desayuno. Vemos que un grupo de militares entra por la puerta grande. Se trata verosímilmente de altos oficiales, ya que tienen escoltas. Uno de ellos dice que quiere hablarnos y pide que nos agrupemos. En muy poco tiempo todos los habitantes de la casa están reunidos. El Inkotayi, son verdaderamente hábiles en la manipulación de la gente, pide que antes de que tome la palabra, uno de nosotros entone una oración. Así es como una religiosa entona “el Padre nuestro”. Tras la oración, el Inkotanyi toma la palabra y dice que viene a explicarnos las circunstancias del drama, pero quedo sorprendido al constatar que retoma, palabra por palabra, el discurso que mantuvo la víspera el otro Inkotanyi: “Según la investigación realizada, hemos podido saber que el drama que ha sucedido ha sido realizado por soldados del FPR originarios de las prefecturas de Gitarama y Butare que no han soportado la masacre de los suyos en Kabagyi; uno de esos militares, autor de este horror, se ha suicidado esta noche porque sabía el castigo que le esperaba” (versión que diverge de la primera que decía que el asesino había sido abatido en los combates posteriores a la masacre). Prosiguió su discurso: “Como vosotros sabéis la familia del FPR no puede tolerar semejante acto. Los otros dos han logrado escapar pero ha comenzado su búsqueda y os garantizamos que serán adoptadas medidas severas en su contra. Os ruego que seáis fuertes, sabed que vuestra pena es la nuestra, la falta de uno solo no debe recaer sobre el conjunto (Umukobwa aba umwe agatukisha bose)”.

Lunes 6 de junio: preparación de los funerales

El Inkotanyi concluyó sus palabras evocando la cuestión del entierro. Dijo que con la colaboración de todos se va a poner en marcha todo lo necesario para que los fallecidos tengan unas exequias honorables. Tras estas palabras, el Inkotanyi es largamente aplaudido por la mayoría de los presentes que, enseguida, comienzan a romper el silencio y a charlar distendidamente.

Después del desayuno, otro Inkotanyi y el hermano responsable de la casa, Hno. Balthazar, viene a mi encuentro y me piden que les ayude en la preparación de los funerales. Acepto e instantes después otro Inkotanyi de tez más clara y de talla media, lleno de tatuajes (imyotso) en las mejillas se acerca y me pide que le haga sugerencias con relación al entierro. En mi respuesta le preciso que según las disposiciones de la Iglesia, todo obispo debe ser enterrado en su catedral. Le doy luego mi opinión sobre el entierro proponiéndole que todos los cuerpos sean llevados a Kabgayi, que los obispos sean enterrados en la catedral y los otros en el cementerio de la diócesis. Se muestra de acuerdo y promete poner a mi disposición un vehículo que me ayudaría en mis desplazamientos.

Comienzan los preparativos de las exequias. Lo más urgente es encontrar tres ataúdes y preparar los cuerpos de las víctimas que siguen estando en el lugar de la masacre. Las religiosas se ocupan del lavado de los muertos. Los transportan con la ayuda de los hermanos a una sala. Yo me marcho a Kabgayi con la esperanza de encontrar ataúdes en la carpintería diocesana. Me voy con el Inkotanyi de la pretendida reunión de la víspera. En camino pido pasar en primer lugar por la parroquia de Byimana, a 3 km. de Gakurazo, donde espero encontrar sacerdotes. Mi objetivo es, informarles de lo sucedido y asociarlos a los preparativos. En la parroquia de Byimana encuentro a los sacerdotes Joseph Ndagijimana (párroco), Jean Nsengimana (coadjutor) y Michel Bisengimana (anciano jubilado). Además de estos sacerdotes de la parroquia hay otras personas que están alojadas en ella tras haber abandonado Kabgayi. Se trata de un seminarista mayor, Sylvain Ndayambaje y de Jeanne, que se ocupaba del archivo de Kabgayi. Están también los sacerdotes Vénuste Linguyeneza, rector del seminario mayor de Kabgayi y vicario general del obispo de Butare, Jean-Baptste Gahamayi y Benoît Karango, profesor del Seminario mayor de Kabgayi.

Joseph Ndagijimana me acompaña a Kabgayi. En la carpintería diocesana solo encontramos un ataúd, pero decidimos llevarnos tablas y herramientas para fabricar ataúdes cuando lleguemos a Gakurazo. Kabgayi es un lugar muerto que produce miedo. El silencio de muerte reinante es turbado de tiempo en tiempo por el ruido de las armas. No hay nadie, salvo algunos Inkotanyi. Los locales del obispado, cuyas puertas han sido forzadas no han sido saqueados todavía totalmente. Sin embargo, el desorden es total y todos los vehículos han sido robados.

Regresamos sin tardar a Gakurazo. Los preparativos de las exequias han avanzado. Vamos a rezar ante los restos mortales que se han colocado en la sala de espera. Las religiosas han podido lavar los cuerpos y cambiar los hábitos de algunos. Todos están cubiertos por un lienzo y dispuestos de manera que puedan ser reconocidos. El sacerdote que me acompaña, Joseph Ndagijimana puede sacar una foto.

Las tablas aportadas son insuficientes para el número de ataúdes necesarios. Se decide hacer solamente cuatro, para dos obispos, para JMV Rwabilinda y para el hermano Jean-Baptiste Nsinga. Los hermanos carpinteros se ponen manos a la obra. Otros hermanos se están encargando desde la mañana de abrir una fosa común.

Hacia las 15h, llegan tres Inkotanyi, visiblemente de alta graduación a la vista de los escoltas que los rodean. Convocan una reunión que, según dicen, concierne a todos los encargados de la preparación de los funerales. La reunión tiene lugar en una sala situada cerca de la capilla. Los Inkotanyi son cuatro, los tres que han llegado y el que ha presidido la pretendida reunión del domingo a la noche. Por nuestra parte, somos cinco. Además del hermano Balthazar y yo están los otros sacerdotes que han venido de Byimana, a saber, Joseph Ndagijimana, Vénuste Linguyeneza, Jean Nsengimana y Benoït Karango. Uno de los Inkotanyi no me es desconocido. Lo vi por primera vez en la mañana del domingo, 5 de junio, en Tambwe. Formaba parte de los militares que nos llevaron a Gakurazo. De unos 30 años, es muy esbelto, 1,80m., negruzco con grandes ojos rojizos. Es el que se dirige a nosotros y nos dice que el objetivo de la reunión es intercambiar ideas sobre la ceremonia. En lo relativo al lugar del enterramiento, dice que a causa de la intensificación de los combates, todos los cuerpos deberán ser enterrados en Gakurazo y no en Kabgayi. Vénuste Linguyeneza toma inmediatamente la palabra y reacciona haciendo notar que sería anormal y por consiguiente incomprensible que las exequias se hagan de ese modo, cuando, según la regla de la Iglesia, todo obispo debe ser enterrado en su catedral. Prosigue precisando que incumbe a los Inkotanyi hacer todo lo posible para que cada obispo sea llevado y enterrado en su catedral respectiva, con todos los honores debidos. Si es preciso, añade, que se negocie entre las partes en conflicto para que los convoyes de los funerales puedan acceder a las regiones no controladas por el FPR. Joseph Ndagijimana toma también la palabra y apoya la idea de Vénuste diciendo que la participación activa del FPR mostraría que se une a la pena de la Iglesia. El Inkotanyi rechaza la propuesta de Vénuste. Explica que no ha lugar una negociación con la parte adversa porque todo minuto perdido en la guerra tiene enojosas consecuencias. Añade que, aunque se produjeran las negociaciones, el FPR no confiaría en su adversario. Tomo la palabra para insistir en la promesa que los Inkotanyi habían hecho a la mañana. Pongo de relieve que si la idea de llevar los cuerpos a Byumba y Kigali no es tenida en consideración, la inhumación de los cuerpos en Kabgayi es posible ya que la región está controlada enteramente por el FPR. Propongo en consecuencia que los obispos sean enterrados en la catedral y que los otros lo sean en el cementerio de la diócesis. Otro Inkotanyi reacciona preguntándome cómo en este periodo de inseguridad me imagino la posibilidad de cavar unas tumbas. Explica que los militares no pueden encargarse al mismo tiempo de hacer la guerra y de garantizar la seguridad de las personas que estarían presentes en el cementerio.

Prosigue la discusión y los Inkotanyi no cejan en su posición de enterrar los cuerpos en Gakurazo. Consideran y presentan este entierro como provisional, puesto que afirman que los cuerpos serán exhumados y conducidos a sus lugares una vez que la tranquilidad haya vuelto al país. En un momento dado, tomo la palabra y hago otra propuesta con relación a la elección del lugar del enterramiento. Hago ver que el problema de la inseguridad de las personas se plantea para el exterior y no para el interior de la catedral. Si es a causa de la inseguridad de las gentes por lo que la inhumación no puede hacerse en el cementerio de la diócesis, el problema no se plantea para las exequias en la catedral. Aquí no será necesaria la presencia de militares para garantizar la seguridad de los que cavan las tumbas. Así que propongo que la inhumación de los obispos se haga en la catedral y la de los otros cuerpos en Gakurazo. Mi propuesta es aceptada por los Inkotanyi.

Queda por tratar la cuestión del reparto de tareas y la de la hora de las exequias. Los Inkotanyi consideran que corresponde a Joseph Ndagijimana, párroco, ocuparse de buscar las personas que para cavar las tumbas en la catedral de Kabgayi. Argumentan que en cuanto responsable es el mejor situado para conocer a los habitantes de su parroquia. Joseph rechaza esta tarea haciendo valer que la mayoría de los habitantes de su parroquia han huido y que otros están escondidos en sus casas, que, en consecuencia, él no tiene el poder de imponer nada a los viandantes. Los Inkotanyi terminan por encontrar un compromiso. Tras hablar con el párroco, deciden que juntos, pero cada uno por su lado, irán esta tarde misma a tratar de encontrar las personas para la tarea. Esas personas se juntarán al día siguiente y serán llevadas en un vehículo a Kabgayi para cavar las tumbas. En cuanto a los trabajos en Gakurazo, los Inkotanyi precisan que han sido encargados a los hermanos y a los novicios.

Los Inkotanyi fijan la fecha y hora de la ceremonia para el día siguiente a las 14 horas.

Martes 7 de junio: ceremonia de las exequias

El martes 7 de junio, los preparativos de los funerales prosiguen. Los cuatro ataúdes previstos ya están preparados desde la víspera. La excavación de las tumbas, no obstante, sigue constituyendo una grave preocupación. Todavía no se ha hecho nada en Kabgayi, mientras que en Gakurazo no queda más que terminar el trabajo iniciado la víspera. Joseph Ndagijimana, Jean Nsengimana y yo nos ocupamos de los trabajos en Kabgayi. Un coche nos lleva y coge en el camino a campesinos que los Inkotanyi han reunido. Los trabajos comienzan hacia las 10 h. Se preparan dos tumbas en la Basílica, cerca del altar, en el suelo enladrillado. La de Thaddée Nsengiyumva está colocada justo ante la puerta de la sacristía. Otra, más ancha, prevista para acoger a Vincent Nsengiyumva y Joseph Ruzindana, es cavada justo detrás del altar. Prevemos que un día estos dos cuerpos irán a sus catedrales respectivas.

Cuando regresamos a Gakurazo, me entero de que la excavación de una fosa común ha movilizado a Inkotanyi que se han unidos a los hermanos.

Todo está en orden a las 14 horas. La misa, presidida por Vénuste Linguyuneza, no comienza más que a las 15 h. Nos encontramos en el patio de la comunidad de hermanos, cerca de la sala donde están depositados los cuerpos. Algunos cuerpos, aquellos para los que se han previsto los ataúdes, han podido sacarse y los rodeamos. Todos los habitantes de la casa están presentes en la ceremonia y se nos ha unido el presbiterio de Byimana. Se ven también algunos Inkotanyi. Entre estos últimos, puedo ver el que, la tarde del domingo, presidió la pretendida reunión. Veo también al que, la víspera a la mañana, me contactó para conocer mi opinión sobre el emplazamiento de las tumbas. El que presidió la ceremonia del lunes, día 6 de junio a la tarde, sobre los preparativos de los funerales está, él también, presente. Las identidades de estos Inkotanyi están descritas en páginas anteriores.

En una homilía corta pero penetrante y sin medias tintas, Vénuste Linguyeneza expresa la pena de la Iglesia. Dice que la tragedia que sacude la Iglesia no tiene precedentes en la historia: tres obispos asesinados al mismo tiempo y enterrados con desconocimiento del Papa. Con relación al asesinato mismo, dice que todo ello nos muestra hasta dónde puede llegar la ceguera e ingratitud del hombre. Afirma que muchas de esas víctimas, con peligro de sus vidas, han prodigado sus fuerzas en favor de los refugiados de Kabgayi. Certifica que él personalmente es testigo de la implicación personal en esas tareas del obispo Thaddée Nsengiyumva (de Kabagyi). Sus gestiones, sus negociaciones ante las autoridades políticas para la protección de los refugiados. Afirma que sólo Dios sabrá reconocer el mérito de cada uno y podrá dar una verdadera recompensa.

Antes del final de la misa, el hermano Frédéric Sezikeye, adjunto del difunto superior de los hermanos Josephites pronuncia una alocución de condolencia. Un Inkotanyi solicita hablar. Se asocia a la pena de todos, pero subraya el hecho de que están a la búsqueda de los autores del crimen y que éstos serán severamente castigados.

La ceremonia de los funerales prosigue después de la misa. Para el enterramiento de los obispos en Kabgayi se forma una delegación, compuesta por miembros de cada comunidad, y acompaña el cortejo fúnebre. Todos los demás permanecen en torno a Jean Nsengimana, el cual lleva adelante la ceremonia del entierro de las otras víctimas.

Yo formo parte de los que salen para Kabgayi. Dos vehículos, uno con los cuerpos de las víctimas y el otro con los participantes, se ponen en marcha. En la catedral a la que llegamos en el atardecer, en torno a las 18 h, son necesarias las velas para terminar la ceremonia. Aquí también los Inkotanyi se muestran activos. En efecto, son ellos los que además de transportar los ataúdes desde el vehículo hasta su destino, agarran azadas y palas para rellenar las tumbas tras la ceremonia. Pueden verse periodistas con aspecto europeo. ¿De dónde vienen? ¿Quiénes son?

Abandonamos el lugar hacia las 19 horas. Cuando llegamos a Gakurazo, la ceremonia ya ha terminado. Me entero que la tarea ha sido especialmente dura para los Inkotanyi. Han tenido que transportar no solamente desde el interior al exterior los 12 cuerpos en proceso de putrefacción, sino también volver a llenar con escasos medios disponibles la enorme fosa común. Según una religiosa testigo, los Inkotanyi parecían agotados.

Los servicios de inteligencia del FPR se activan

El mismo día después del entierro, miércoles 8 de junio, me percato de que ha habido cambios en el grupo de Inkotanyi presente en Gakurazo. Son nuevos los rostros con los que me cruzo. No tendré ya más ocasiones de cruzarme con los soldados vistos en Tambwe y Gakurazo.

Me acostumbro progresivamente a aceptar estos cuatro muros, que me parecen una cárcel, de la comunidad de hermanos. Aunque tengo la suerte de tener una habitación individual, no me atreveré a pasar en ella una sola noche, tal es el pavor que sigo sintiendo de estar solo. Tampoco puedo pisar el refectorio. El olor a sangre no abandona la casa y hace que mis recuerdos sean insoportables cada vez que paso cerca del lugar. Las comidas siguen tomándose en este refectorio, pero yo me refugio en algún sitio al lado, en la cocina, donde dos religiosas se prestan a hacerme compañía.

Durante la semana me interrogan dos veces. En primer lugar viene un hombre de unos cincuenta años, vestido de civil, que se expresa en un kinyarwanda con acento ugandés. Nos instalamos en una sala de visitas situada al lado de la capilla. El hombre, rodeado de sus guardias, se presenta diciéndome que trabaja en la oficina de información del FPR. Me dice que le han dicho que yo soy un superviviente de la masacre y que le gustaría que le cuente lo sucedido. A pesar de mi desconfianza, comienzo a resumirle lo que nos pasó desde Kabagyi hasta Gakurazo; cómo fuimos llevados a Tambwe antes de ser conducidos a Gakurazo donde, al atardecer, los asesinos dispararon contra nosotros. Mientras hablo, él toma notas. En cuanto termino, me pregunta si soy capaz de identificar a los asesinos, a lo que respondo negativamente. Después, lee ante mí el acta y me pide que firme, lo que, evidentemente, hago.

Viene luego otra persona, un señor joven, que dice “ocuparse del sector de información del FPR”. Me dice que desea informarse sobre lo sucedido. Le relato lo que ya he dicho al primero. Me pregunta, él también, si puedo identificar a los autores del crimen y, como al primero, respondo negativamente. Contrariamente al anterior, no me pide que firme lo que he dicho.

Las lenguas de las tres muchachas se sueltan.

Entre tanto, las tres jóvenes de nuestro grupo me cuentan cómo ellas se han salvado del asesinato. Me revelan que en realidad fueron invitadas a no asistir a la reunión. Cuando fuimos convocados a la reunión, ellas respondieron a la misma como nosotros. Al llegar a la puerta de entrada, se toparon, sin embargo, con un Inkotanyi que les sugirió que no entraran, ya que la reunión no les concernía demasiado. Las chicas rehusaron obedecer y a pesar de todo entraron. Cuando se produjo el ataque, los asesinos tomaron posición justamente al lado de ellas y en un momento dado, durante el tiroteo, uno de ellos las miró enfadado y las empujó diciendo secamente: “¡Salid!, ¿qué hacéis aquí chicas idiotas? (ariko ibi bikobwa birakora iki aha?). Las muchachas fueron empujadas hacia atrás, bajo las mesas, donde se escondieron. Las dos mayores asistieron desde allá al horror. La más joven optó por huir y así es como yo la vi llegar al patio del establo a donde yo mismo acababa de llegar.

Proyectos de evasión

Para la mayoría de entre nosotros la vida es cada vez más pesarosa y sobre todo asfixiante para mí, que no veo lo que me depara el futuro. Me quiero largar a algún lugar todavía no controlado por el FPR. Paso las noches imaginando planes de evasión cuya ejecución, al alba, dejo para más tarde, al constatar que los riegos son enormes.

La vida sigue en esta casa de Gakurazo. Lo esencial del día queda ocupado por las tareas de aprovisionamiento de alimentos. Unos se ocupan de la cocina, otros van a buscar agua a 2 km. La búsqueda de víveres nos conduce a menudo, a mí y al hermano Balthazar y a algunas religiosas a Kabgayi, a los stocks de la diócesis, de los hermanos o de las hermanas. Kabgayi se ha convertido en un lugar donde reina un silencio de muerte. A veces se ve pasar a un grupo de desconocidos que van o vienen de saquear las casas. El olor es nauseabundo. Hay cadáveres en descomposición incluso ante el portalón del obispado. Se encuentran sobre todo en el hospital y al borde de las carreteras. Por todas partes por donde pasamos, el país ofrece el espectáculo del desastre. Las colinas están desiertas y hay signos que muestran que el terror reina. Cada vez que pasamos por el centro comercial de Byimana, muy cerca del centro de salud, nos encontramos con personas de etnia hutu, niños, jóvenes, adolescentes y hombres adultos que los Inkotanyi han agrupado de las colinas de Mukingi. Todos esperan, angustiados, un destino desconocido.

Visita inesperada del P. Vjecko, el miércoles 22 de junio

El miércoles, 22 de junio, dos semanas después del asesinato, llega desde Bujumbura, donde estaba bloqueado, el P. Vjecko enviado por las autoridades eclesiásticas para preparar la visita del cardenal francés Etchegaray. Nos informa de que el cardenal celebrará una misa en la catedral de Kabgayi y que podremos ir a recibirlo.

Antes de marcharse, el P. Vjecko me pide un encuentro. Es una ocasión para revelarle lo que ha pasado. Los Inkotanyi tienen interés en estar también ellos presentes en la entrevista. El padre rechaza evidentemente la pretensión a la vez que exige explicaciones; la tensión aumenta. Los Inkotanyi ceden y podemos conversar en una sala de visitas. Es la primera persona a la que entrego mi testimonio libremente. Aprovechamos para hablar de mi evasión. Él se va a encargar de obtener para mí un pasaporte en la embajada de Ruanda en Burundi. Me saca una foto para el pasaporte.

Emmanuel DUKUZEMUNGU

NT: El documento completo ,realizado el 5 de Junio de 2000, y publicado el 16 de junio de 2014, con ocasión de la conmemoración en Orléans, Francia, del vigésimo aniversario del asesinato de Gakurazo, consta también de un Prefacio y de un Anexo (con referencias a la geografía e historia de Ruanda) y varias notas. Se ha traducido exclusivamente el relato/testimonio de Emmanuel Dukuzemungu. Tampoco se presenta la traducción de la parte final del testimonio, relativa a la obligada salida de Gakurazo el 23 de junio, la visita del cardenal Etchegaray el 28 de junio, el periplo que conducirá al autor al Bugesera y a Rwamagana, la noticia del asesinato del hno. Balthazar y otros hermanos y empleados hutu de Gakuzaro, la ayuda del P. Vejcto (asesinado posteriormente, el 31.01.1998 en Kigali) para obtener el pasaporte, la evasión a Bujumbura el 30 de julio y la llegada a Francia el 8 de diciembre.

[Traducción del francés, Ramón Arozarena]

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