La noticia del fallecimiento de Wangari Maathai, primera mujer africana galardonada con el premio Nobel de la Paz, no ha pasado desapercibida en los medios de comunicación tanto en Kenia como en el resto del mundo. Su lucha por la naturaleza, por el papel de las mujeres y la impresionante herencia de 50 millones de árboles plantados y la creación de un movimiento popular copiado en muchas otras latitudes del planeta no han pasado desapercibidos en un mundo donde, especialmente en el ámbito medioambiental, la mayoría de las veces se quedan en promesas incumplidas. Ante tal desesperanzadora realidad, ella supo convencer a las bases de su país para que hicieran precisamente lo que los políticos prometían y no cumplían: plantar árboles para cambiar para bien el entorno que las rodeaba.
Su marido se divorció de ella por la “osadía” de tener su propia voz en una sociedad en la cual todavía se discrimina a las mujeres y se las mira incluso como un bien de consumo con equivalencia en ganado o en metálico. Tuvo siempre la incómoda tarea de ser una pionera tanto en el campo académico como en el social y abrió caminos que hasta entonces habían estado vedados para las mujeres.
En uno de los momentos mas álgidos del régimen dictatorial del presidente Moi, se enfrentó a él públicamente y le hizo desistir – muy a su pesar – de uno de sus proyectos más emblemáticos: un fabuloso rascacielos en medio del parque Uhuru, en el centro de Nairobi, cuya construcción supondría un importante impacto climático para ese parque y los acuíferos de su alrededor. Junto con muchas otras activistas de su Movimiento del Cinturón Verde, se enfrentó a la policía y su causa salió victoriosa, aunque ella personalmente tuvo que sufrir algunas heridas causadas por la policía.
A Wangari Maathai le pasó algo muy similar a lo del líder soviético Michail Gorbatchev: mientras más crecía su fama mundial, más débil era la influencia y la popularidad que tenía dentro de su propio país. Su lucha contra la corrupción a todos niveles de las administraciones públicas le valió el rechazo de una clase política demasiado acostumbrada al “sobre” como para querer cambiar y transformarse en una autoridad moral. En su distrito electoral de Tetu por el cual era parlamentaria, se quejaron mucho de que – con tantas actividades internacionales a raíz de su galardón del premio Nobel – ella no se dedicaba suficientemente a las actividades propias de su perfil político. Esos y otros factores la hicieron mucho menos popular dentro de lo que fue fuera del país, pero a ella tampoco parecía importarle esto.
Fue una voz constante, firme e indomable en la lucha contra la corrupción y continuó siendo un punto de referencia hasta el día de su muerte. El legado que deja es inmenso, y el ejemplo que ha dado durante muchos años seguirá vivo en el corazón de muchas personas sencillas a las que Wangari Maathai consiguió convencer que el mejor gesto para nuestros hijos es el conservar el medio ambiente y cuidar que el maravilloso mundo que nos rodea no se convierta en un planeta de usar y tirar.
Original en En Clave de África