Un juez del tribunal de Kacyiru, de la capital de Ruanda, Kigali, ha ordenado el arresto preventivo de 30 días contra 4 ruandeses, acusados de terrorismo, atentado contra la seguridad del Estado y de traición. Los detenidos son un antiguo militar, Jean-Paul Dukuzumuremyi, un periodista, Cassien Ntamuhanga, una joven, Agnès Niyibizi, empleada en una editorial de Kigali y el poeta/cantante, ídolo en el país, Kizito Mihigo. Se les acusa de colaborar con grupos terroristas, responsables de frecuentes ataques con granadas en mercados o lugares muy frecuentados de la capital y alrededores, siguiendo directrices de disidentes del FPR actualmente en exilio y de planear el asesinato de altos responsables políticos, entre otros Paul Kagame, presidente, y Louise Mushikiwabo, ministra de Asuntos exteriores de Ruanda.
La detención y acusaciones contra Kizito Mihigo han sorprendido y conmocionado a los ruandeses. Se trata de un artista, superviviente del genocidio contra los tutsi (su familia fue exterminada), que en una de sus más célebres creaciones rinde homenaje a las víctimas de la tragedia ruandesa a la vez que se rebela contra “los falsificadores de la historia” de Ruanda. Esta canción/fetiche era la más oída en Ruanda, sobre todo, en los momentos de recuerdo de las matanzas de 1994. Desde su regreso a Ruanda en 2011, se había convertido en una auténtica vedette, no solo por sus canciones, sino también por haber creado una fundación de encuentro y búsqueda de la paz. Este cantante, promotor de la reconciliación entre ruandeses, es, sin embargo, acusado de traición y de participar en la preparación de ataques armados, con granadas, contra el gobierno. Acusaciones que chocan frontalmente con los objetivos de su fundación.
El caso Kizito parece complicarse, dado que en sede judicial, después de haberlo hecho previamente ante los medios de comunicación, ha reconocido los hechos de los que se le acusa. Según RFI sus palabras han sido: “Acepto las acusaciones. He actuado criminalmente en conversaciones, pero no he comprado ni dado dinero para comprar granadas”. Muchos observadores consideran estas confesiones como una maniobra del poder. El blog The Green Frog se pregunta: “¿cómo es posible que un cantante trate de atentar contra un presidente que posee el sistema de seguridad más eficaz del continente africano?” Esta historia no tiene sentido, por lo que no puede tratarse más de un montaje. Según este blog consagrado a la reconciliación en Ruanda, se trata de “una torpe tentativa del clan Kagame para distraer la opinión pública ruandesa e internacional sobre los desgarros existente en el seno mismo de la comunidad tutsi que controla el poder desde 1994”; “Es la evocación que Kizito hace de las víctimas de crímenes distintos a los del genocidio tutsi lo que hace que lluevan hoy sobre él acusaciones tan graves como inverosímiles”. Ha sido el compromiso humanista el que ha hecho popular a Kizito desde que regresó al Ruanda. Sus canciones impulsan, en su tarea de reconciliación, a los ruandeses a descubrir y poner en valor ante todo y por encima de los sentimientos de pertenencia étnica, al ser humano: “los ruandeses son seres humanos antes que ruandeses”. ¿Representa una amenaza para el régimen de Paul Kagame?
Colette Braeckman, con renombre de experta en la región de los Grandes Lagos, estima que este asunto puede que constituya un preludio de nuevas disensiones – cargadas de envidias y rencores – en el entorno del poder tutsi. Según esta hipótesis, el caso Kizito, asunto interno al clan Kagame, tiene una carga de nueva inestabilidad.