El excremento del diablo, por Rafael Muñoz Abad. Centro de Estudios Africanos de la Universidad de La Laguna.

28/03/2011 | Bitácora africana

El militar canadiense Romeo Dallaire al mando de la misión de Naciones Unidas UNAMI, designada para sofocar las revueltas que desembocarían en el tristemente recordado genocidio ruandés, certificó a la Comunidad Internacional en 1994 que le bastaba un refuerzo de 2000 hombres pertrechados para asegurar el pequeño país africano, y así evitar lo que con posterioridad ocurrió; 1.700.000 refugiados; 130.000 acusados de asesinatos en masa; y una escalofriante cifra de más de un millón de muertos. La ONU acababa de salir escaldada del avispero somalí; donde las operaciones Restore Hope (“devolver la esperanza”), y UNOSON II (1993) contra las hambrunas no terminaron de cuajar. La coalición internacional responsable de asegurar la distribución de los alimentos, se vio envuelta en una preocupante escalada de enfrentamientos contra las milicias leales al Señor de la Guerra Mohamed Farah Adid. La situación alcanzó tal deterioro que los EE.UU. retiraron las tropas enviadas en 1992; optando las Naciones Unidas por la retirada definitiva de sus cascos azules dos años después. Adid, “ciego” de mascar qat, proclamó su gobierno sumiendo al país en un caótico mosaico de jefecillos tribales bajo el mandamiento del kalashnikov. La comunidad internacional dio el país por perdido; miró para otro lado, y se definió a Somalia como un ejemplo de estado fallido. ¿Saben cual fue la única nación que se apresuró a reconocer el gobierno de Adid?; curiosamente fue la Libia de Gaddafi. No seré tan ligero para afirmar, ni siquiera para pensar, que Libia va camino de tribalizarse y acabar en algo similar al laberinto somalí; esta vez a las puertas de Europa. Lo que sí que es una realidad es que ya está sumida en una guerra civil. El 3% de la producción mundial de hidrocarburos, y los poco más de millón y medio de barriles diarios en jaque, no terminaban de ser cifras lo suficientemente preocupantes para que los EE.UU. se lanzaran a una intervención que salvaguardase la extracción de crudo. Maniobra que sí realizó sin vacile alguno en el Kuwait invadido por Irak; y es que el 8,5 % de la producción mundial, tres millones de barriles diarios, y unas reservas estimadas del 10% del petróleo mundial bien merecían una intervención militar. Buena parte del infortunado pueblo libio que durante casi medio siglo ha sido regido, y recientemente masacrado por este lunático señor feudal y su loya jirga, empieza a respirar aliviado al ver que por fin occidente ha decidido intervenir. Cuando sus gritos [que ya duraban semanas] estaban a punto de convertirse en otro habitual y silencioso ruido de fondo en la selectiva y obscena moral occidental, parecen haber hecho mella en el “mundo civilizado”; clamor que es la vergüenza del aletargamiento de nuestros dirigentes; esos que tanto hablan de democracia y libertades; valores que si no son avalados ya no con petróleo, si no con suficiente oro negro, debe de ser que no terminan de ser legítimos de todos. Ruanda no fue sofocada, porque más allá de almas no había nada de “provecho” para las economías desarrolladas; en Somalia ocurrió algo similar, esfuerzo por pan y paz no revierte en Wall Street; en contraposición, Kuwait era un lechón bien cebado que las obesas mesas occidentales no podían perder. Desde la edificación del Muro de Berlín, Occidente monopoliza la franquicia “Democracia & Libertas Ltd. Corp” al resto del mundo. Apoyo y concesión que sólo confiere a cambio de determinados parámetros; de resto todo se reduce a espesas reuniones adornadas con fotografías; en pomposas palabras; y la habitual incapacidad de las Naciones Unidas. Si no, que se lo recuerden al citado pueblo ruandés o somalí, que más allá de su gratitud poco podían ofrecer. Ya hemos fracasado demasiadas veces como género humano; ¿qué más hubiese dado una vez más mirar para otro lado?; sería un primer paso que esta intervención no encubriese una segunda derivada más allá de frenar una carnicería. Una célebre frase definió al petróleo como el “excremento del diablo”; les aseguro que si el pueblo libio tuviese más de un 3% de excremento, occidente en nombre de la “paz” habría reaccionado con mayor prontitud.

Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

    @Springbok1973

    @CEAULL

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