El ecosistema somalí, por Rafael Muñoz Abad

13/04/2015 | Bitácora africana

El logaritmo de un número en base es el exponente al cual hay que elevar esa base para obtener dicho número. No, no se han equivocado de columna pero lo cierto es que sería más simple explicar la función logarítmica que lo que sucede en el difuso estado somalí y sus lindes. Somalia no existía antes de la llegada de los europeos o al menos no tal y como nos la ha enseñado la historia cartesiana. Si pueden imaginar un descampado donde clanes de pastores llevaban una existencia trashumante gobernados por un consejo de ancianos y códigos preislámicos no escritos como el Xeer, y donde el concepto de frontera sólo lo determinaban los matorrales, me doy por satisfecho.

Somalia es el paradigma de estado fallido. La comunidad internacional no quiere saber nada de lo que allí ocurra y eso ha generado varias derivadas: refugio del terrorismo integrista bajo la franquicia de Al Shabaab, sus costas vieron florecer la piratería y, la ausencia de un ejecutivo y normativa internacional al respecto, la convirtió en paraíso de las corporaciones militares privadas. En apenas tres años, Al Shabaab, marca de Al qaeda en Africa oriental, ha golpeado brutalmente dos veces en Kenia. El último atentado se ha saldado con 150 estudiantes acribillados en una universidad en el norte del país. ¿Nos importa?

Kenia es un estado que progresa y su relativa bonanza económica y seguridad jurídica le está convirtiendo en hub regional para las multinacionales. En contra posición, Somalia se fragmentó en taifas ficticias gobernadas por caudillos apuntalados por entidades de paramilitares con lazos en la city londinense y Dubái. Me gusta esa definición para el caótico “ecosistema” somalí.

Analizar esta realidad desde la distancia es complejo pero para el occidental es muy arriesgado viajar a Moga. Nos queda así investigar bajo fuentes indirectas como la diáspora somalí o la intrigante conexión turca. Somalia es santuario del integrismo. Una cuestión delicada a la que se le ha dado la espalda y de igual manera que se debe hacer con Túnez, de cara a la penetración del Estado Islámico en cornisa libia, lo menos que podemos hacer es respaldar a Kenia como un aliado local que frene la expansión del radicalismo.

CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL.

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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