En vísperas de otro viaje que me llevará dentro de pocos días a África, vuelvo de Roma después de pasar allí apenas 24 horas por motivos de trabajo. Tras dos reuniones con el obispo de Goma (R D Congo) monseñor Théophile Kaboy y el hermano Jean Mbeshi, asistente general para África de los hermanos de la Caridad, intentamos dejar encarrilada una proposición de proyecto que contempla la construcción de un centro de formación profesional para personas discapacitadas en Goma, la capital del Kivu Norte, una castigada región que desde hace pocas semanas sufre de nuevo los embates de la enésima rebelión que no deja en paz a sus habitantes. Prisas, más documentos y trabajo contra-reloj. Un trozo de pizza recalentada tomado de pie y a la carrera antes de ir a dormir ha sido mi única concesión a los placeres romanos. Todo sea por los 18.000 discapacitados que malviven en las calles y barriadas de la ciudad que contempla el volcán Nyaragongo.
Me hospedé en casa de Paola, una simpática diseñadora de alta costura (que por tener, uno tiene amigos hasta en la Guardia Civil) a la que conocí con su marido hace años en Uganda. Venían entonces de pasar varios días en los slums de Nairobi, donde llevan algunos años financiando la construcción de una enorme escuela dirigida por las Evangelizing Sisters y otra de los combonianos en el slum de Korogocho . Allí estudian cientos de niños que si no tuvieran esta oportunidad pasarían sus días en la calle. Paola hace un expresso de primera , me sacó de un gran apuro ayudándome a imprimir un buen taco de documentos de última hora en su casa y no consiguió su propósito de ayudarme a distraerme llevándome al teatro por la noche porque tuve la mala pata de acabar la reunión tarde.
Cuando volví, no había nadie en casa. Entré en la cocina para beber un vaso de agua y los ojos me hicieron chiribitas cuando reparé en una botella de Dom Perignon de 1983 medio llena en la alacena. Temblando y mirando nerviosamente a derecha e izquierda, no pude resistir la tentación y con mano temblorosa me serví un culín en un vaso para que no se notara demasiado y lo tomé muy lentamente a sorbitos. Si Paola se da cuenta ya me lo perdonará. Ya no me muero sin haberlo probado. Ahora sólo me queda montar en globo y una o dos cositas más que me muero de ganas de probar y que prefiero no revelar.
Me dormí pensando que en todas partes hay buenas personas, incluso entre los que están forrados, y que hay quien, teniendo un montón de dinero, prefiere gastárselo en ayudar que los más necesitados tengan una escuela digna en lugar de comprar una mansión en la playa más exclusiva. Lo del Dom Perignon lo entiendo perfectamente sobre todo después de haberlo probado, o más bien sorbido, que después de todo la vida es breve y casi siempre muy perra incluso para las personas que tienen dinero.
En casa de Paola estuvieron la semana pasada cuatro monjas africanas de las Evangelizing Sisters. Dos son de Kenia, una de Uganda y la otra de Tanzania. Las he conocido en Madrid y hace pocos días vinieron a mi casa, donde mi mujer las preparó un “ugali” (polenta de maíz) con carne con huesos (al estilo africano) para chuparse los dedos. Pasarán unos pocos meses en Madrid, gracias a la generosidad de las misioneras combonianas, para aprender español antes de marchar a Cuba, donde van a abrir a la comunidad. Me encanta la idea. Hace ya muchos años que el mundo de las misiones tiene cada vez menos que ver con la superioridad del europeo que llega con su dinero y sus conocimientos para ayudar a quien tiene menos y encaja cada vez más en una dinámica de compartir la fe e intercambiar personal de unas partes del mundo a otras, mostrando la universalidad del Reino de Dios. Salieron de Kenia sin saber dónde está Cuba y Paola se lo mostró en el mapa. Espero que no se pierdan cuando tengan que dar el salto allá.
Me enteré de un detalle me hizo ponerme entre triste y cabreado. Las cuatro monjas pasaron por Italia antes de llegar a España porque cuando pidieron el visado en la embajada española de Nairobi se lo negaron alegando que hay monjas africanas que piden ir a Europa para estudiar y después se quedan. Paola les aconsejó que intentaran en la embajada italiana, la cual muy amablemente les extendió los visados y así han podido viajar a Europa. Me dan ganas de despacharme con improperios hacia ciertas autoridades consulares pero prefiero aguantarme. No me gusta llegar a África con malos humos. Allí, incluso cuando algún funcionario corrupto te fastidia en alguna aduana, siempre terminan por acogerte con los brazos abiertos.
Original en : En Clave de África