El día después, por Rafael Muñoz Abad – Centro de estudios Africanos de la ULL

18/12/2013 | Bitácora africana

“…De que me sirve a mi votar si apenas tengo para comer y vivo como un andrajoso…”; me decía un trabajador negro en Ciudad de El Cabo allá por el año 2003. El día después del derrumbe del apartheid, cientos de negros se daban cita para bañarse en la Golden Mile de Durban. Chapuzón de revancha moral en una playa -en otra época- destinada exclusivamente a los blancos. De igual manera, y en base a que muchos no sabían nadar, el número de ahogados fue de record. El año cero tras la muerte de Mandela ha comenzado pero nada ha cambiado y la brecha social promete ir a mayor. El retrovisor temporal nos revela que si bien su efigie vertebró aquel movimiento patriótico que evitó una guerra civil entre afrikaners y africanos, su inercia irá perdiendo fuerza a la par que Sudáfrica, gradualmente se descose por un desgarre racial insalvable. La nueva era mantiene las estructuras consuetudinarias del viejo regimen segregacionista y ya no hay de por medio un Mandela con un mundial de rugby que hermane la nación. Bajo apenas dos décadas de democracia, la esperanza reside en que la madurez generacional haya cristalizado. ¿Revivirán las viejas aspiraciones separatistas de una república bóer? El neoapartehid se sintetiza en que el poder económico sigue siendo blanco; los matrimonios mixtos son una jerigonza de muy mal gusto; y dando la espalda a lo que se cuece en el Township, del que hace apenas dos días salieron, la pujante clase media negra gusta de vestir modales blancos. Concesionario BMW en SOWETO. El afrikáner critica la discriminación positiva; la cultura del braai se institucionaliza; ¿y Jacob Zuma? El presidente es una vergüenza para todos los sudafricanos. Un Sancho Panza con ínfulas de líder salpicado por escándalos sexuales que limitado por una separación de poderes y una constitución vanguardista, [aún] no puede hacer lo que le venga en gana y convertirse en otro Mugabe. Sudáfrica es un sumatorio de problemas. Un país de contradicciones; un crisol cultural que ejemplariza la tolerancia; pero también es una bomba de relojería social que de momento y gracias a cierta bonanza y crecimiento económico, es viable el día después de haber quedado huérfana.

@springbok1973

cuadernosdeafrica@gmail.com

Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

    @Springbok1973

    @CEAULL

Más artículos de Muñoz Abad, Rafael