Más allá de enfrentar a un caballero británico y a otro francés, la carrera por llegar al cruce de Fachoda escondía la avaricia del reparto colonial a escuadra y cartabón. Incidente que desembocó en que el ferrocarril de la commonwealth discurriera desde El Cairo a El Cabo, y la francophonie fuese un coitus interruptus entre Dakar y el mar rojo. Decía algún pensador que el hombre está condenado a elegir; ¿y qué es elegir sino un cruce de caminos? Chad y Níger se articulan como las encrucijadas de la inmigración irregular que anhela una mejor vida en ese otro descampado [emocional] que es la Unión Europea, cuya política de inmigración no va más allá de las alambradas y el unto a dirigentes africanos.
El éxodo por una oportunidad, que puede comenzar en centro África o incluso en la geográficamente ajena Bangladesh, les lleva a caer en manos de los nuevos tratantes. Comerciantes de vidas que igual transportan droga que armas a lo largo y ancho de las aparentes fronteras de un Sahel infinito. El macabro hallazgo de casi un centenar de personas muertas de sed en el desierto de Níger vuelve a poner en liza la tragedia del cayuco de la arena: ilusiones y sueños se hacinan compartiendo la trasera de una camioneta durante semanas o incluso meses de viaje. Deseos de jóvenes, madres e hijos, se han visto truncados por una simple avería mecánica o la vileza de las mafias que se apoderan de sus existencias. Níger, a la cola del mundo en desarrollo humano, concreta el paradigma de la desolación africana: multinacionales de la minería que dejarán el país transformado en el descampado [radioactivo] del diablo; la ausencia de un edificio estatal cataliza el efecto pasillo del tráfico de seres humanos; prometedor vivero del crimen organizado y el islamismo; inexistencia de unos servicios sociales básicos; una oligarquía, respaldada, en este caso, por los intereses franceses en forma de uranio e hidrocarburos; o por no citar las sequias de proporciones bíblicas que generan miles de tragedias humanas atrapadas en un campamento de refugiados.
Níger y sus vecinos afrontan un futuro incierto pues ejemplarizan el denominado mal energético: países ricos en recursos cuyo expolio natural no parece generar rentas que repercutan en el beneficio de sus gentes y, a cambio, lo que sí que les aseguran, es la degradación de su ya de por si frágil equilibrio medioambiental. Los nombres de los caballeros eran Horatio Kitchener y Jean B. Marchand, respectivamente.