Muchos les llaman “los gitanos de África”. Los hombres van, bastón al hombro y con turbante, siguiendo a sus ganados, seguidos de cerca por sus mujeres, cargadas de collares y vestidas de telas multicolores, con sus acémilas cargadas hasta arriba, a paso rápido, camino del bosque para encontrar espacios más abiertos donde esperan encontrar pastos para sus ganados. Son los Peul, llamados también Mbororo, una comunidad africana cuyos miembros se desplazan constantemente sin que para ellos existan fronteras. Su aspecto externo, su dedicación a la ganadería y su adherencia al Islam los suelen distinguir de sus vecinos.
Se los encuentra uno en Benín, en Níger, en Nigeria, en Chad, en la República Centroafricana, en la República Democrática del Congo y unos cuantos países más del África Occidental y Central. En cada uno de estos países se les llama extranjeros, sobre todo cuando las relaciones con sus vecinos no discurren por buenos caminos, y de ellos se dicen que han venido de fuera, sin que nadie sepa muy bien explicar cuál es su primer origen. Aquí en Obo, en el Sureste de la República Centroafricana, he oído que vinieron por primera vez hace unos 20 años, desde el vecino Chad, al Norte. Muchos de los Mbororo de aquí, cuando se les pregunta, dicen que son de nacionalidad centroafricana y señalan a sus casas, en el barrio árabe de la localidad, como prueba irrefutable de que son parte de la comunidad y de que también ellos han contribuido al desarrollo de la región.
En casi toda África, las relaciones entre ganaderos y agricultores suelen estar marcadas por conflictos, a veces durmientes y no raramente abiertos que pueden desembocar en situaciones violentas, y la convivencia entre los Peul y los Zande en Centroáfrica no es una excepción. Durante mis años en el Norte de Uganda participé durante tres años en iniciativas de mediación entre pastores semi-nómadas Karimoyón y sus vecinos los agricultores Acholi y Teso. “Los Karimoyón vienen con sus vacas y nos destrozan los campos”, se quejaban los campesinos”. “Los Acholi nos roban las vacas cuando las dejamos al cuidado de nuestros niños”, se lamentaban los Karimoyón. Estos conflictos no eran ninguna broma y casi siempre acababan estos conflictos a disparo limpio, con muertos, heridos y poblados incendiados. En varias visitas al sur de Sudán me sorprendió ver en las inmediaciones de Juba a comunidades de campesinos Bari donde escaseaba el alimento mientras la tierra a su alrededor estaba sin cultivar. “Es perder el tiempo”, les escuché decir, “si plantas cacahuetes, sorgo o patatas llegan los Dinka con sus ganados y te echan a perder lo que has cultivado, y los Dinka son la mayoría en el ejército”.
Estas mismas quejas se pueden escuchar de los Mbororo. Y éstos, a su vez, acusan a los cazadores Zande de robarles parte del ganado. Esto es la parte más visible del conflicto, aunque cuando se toma uno el tiempo de escuchar y de escarbar en lo que hay detrás descubre uno mucho más: los Mbororo son musulmanes y los Zande son cristianos (lo cual, entre otras cosas, significa que como los primeros no beben alcohol, no tienen vida social con sus vecinos, aficionados a tomarse unos cuantos vasos de aguardiente al caer la tarde), de los Mbororo se dicen que tienen mucho dinero (aunque ellos suelen decir que son pobres), con lo cual uno adivina si no habrá bastante de envidia detrás de estas disputas, los Mbororo se casan con mujeres Zande cuando quieren, pero los Zande nunca se casarán con mujeres Mbororo, las cuales –entre paréntesis- son de una belleza y elegancia extraordinarias y a más de un líder Zande le he oído decir que en el fondo este es otro elemento que añade más leña al fuego. Cuando hay disputas y se lleva el asunto delante de las autoridades locales, los Mbororo se quejan de que éstas siempre fallan a favor de los Zande, y los Zande dicen que son los Mbororo los que sobornan con su dinero a la policía para que se salgan con la suya. Vaya usted a saber.
Hay otro elemento que se ha añadido durante los últimos años y que ha aumentado el tono de estas malas relaciones. Desde que los temibles guerrilleros ugandeses del Ejército de Resistencia del Señor” (LRA) empezaron a atacar poblados en la república Centroafricana, a los Mbororo se les acusa a menudo de ser colaboradores, ya que como son los únicos que entran en el bosque, allí se encuentran con el LRA, los cuales –según dicen- les encargan que vayan a las ciudades y les compren alimentos, pilas y otros artículos. También se dice que son los Mbororo los que les dan información sobre movimientos de soldados y otras informaciones sobre seguridad. Y los Mbororo, si escuchamos su versión de la historia, dirán que ellos son las primeras víctimas del LRA, que también ellos tienen niños secuestrados por los hombres de Kony y que el LRA les roban las vacas y les obligan a comprarles suministros mientras toman a sus mujeres como rehenes.
Cada comunidad tienen, por lo tanto, su propia versión de los hechos y cuenta las cosas a su manera. A veces las cosas se van fuera de control y `puede ocurrir, por ejemplo, que unas mujeres Peul vayan a coger agua a un pozo y las mujeres Zande las echen, o que se convoque una reunión en la alcaldía de Obo y los jefes de barrio Zande se solivianten y pidan a las autoridades que expulsen a los ganaderos. Mientras tanto, los Zande se pasean machete en mano y los Mbororo llevan largos cuchillos entre sus ropas. “Es una costumbre local”, me dicen siempre cuando pregunto con preocupación por qué portan armas blancas. Sólo un diálogo lento y sincero podría rebajar la tensión y hacer que los líderes de ambas comunidades llegaran a acuerdos realistas. Servidor de ustedes ha intentado facilitar algunos de estos encuentros y en eso está, buscando personas sensatas que le puedan ayudar ya que ni hablo la lengua local ni puedo entender muchos detalles que se me escapan de esta situación. Los líderes religiosos podrían hacer mucho para crear una situación distendida y de entendimiento, pero por lo que llevo visto aquí no parece que sea una de sus prioridades. La escuela, al integrar a niños Mbororo en sus aulas, puede contribuir a cambiar las mentalidades, aunque esto llevará mucho tiempo. Yo sigo erre que erre diciendo que hablando se entiende la gente y aprovecho cualquier ocasión para sentarme y escuchar, y sobre todo hacer que los líderes de ambos grupos se hablen entre ellos. Ojalá el diálogo impida un día que la sangre llegue al río.
Original en : En Clave de África