Autor: Sebastián Ruiz
La línea geopolítica en la gran pantalla de Cannes parece mantenerse sólida en el duelo entre la factoría norteamericana y la francesa, aderezada con un poco de Europa y una pizca de cines periféricos. Así de rotundo, con excepciones afortunadas para los cines africanos, se ha mostrado el responsable del festival desde 1978, Gilles Jacob, que el pasado miércoles accionaba el susto generalizado al anunciar que la edición de 2015 será su bajada de telón; entonces, cumplirá 37 años al frente del bastión del cine galo. Mientras, para esta 66ª edición (15-26 de mayo) vuelve África al mapa estratégico de los candidatos a alzarse con la preciada Palma de Oro de la sección oficial. Sí. Vuelve el Chad. Sí. Vuelve Mahamat-Saleh-Haroun…
“Si dejara de hacer cine, probablemente dejarías de ver al Chad”. Sin protección. A bocajarro y firme lo subrayaba Haroun en The Guardian el febrero pasado, uno de los pocos directores chadianos que realizan largometrajes junto a Issa Serge Coelo quién estrenara su ópera prima Daresalam, en el 2000. Tras el merecido éxito internacional de Un hombre que grita (2010) por el que recibiera el premio del jurado en el festival de Cannes, este año Haroun presenta la película Grigris (2013). Y reza así: Grigris, un joven de 25 años con una pierna inutilizada tiene como sueño ser bailarín. Un desafío. Pero sus anhelos se ven frenados cuando su suegro cae gravemente enfermo y decide cuidarlo teniendo que trabajar en la gasolinera de unos traficantes…
Tres componentes. Grigris muestra elementos que pisan un territorio prohibido en muchos países del África subsahariana: el tabú de la prostitución. Desde Mozambique llegaba ya el año pasado la última película reconocida internacionalmente que caminaba con sutileza por este yelmo, el trabajo de Licínio Azevedo Virgen Margarida (2012) o La ausencia del senegalés Mama Kéïta, premiada en el Fespaco 2009. Así, el chadiano Haroun asume su rol didáctico y comprometido, en palabras de Sembène, y confiesa que una de sus funciones principales con Grigris es la de “romper tabúes sociales con el fin de permitir a la gente discutirlos abiertamente, aceptar los hechos crudos de la vida y desafiarlos”.
El segundo componente es la adopción de algunos códigos del género del thriller sumergiendo al espectador en un mundo codificado con la intención certera de evitar estereotipos sobre el Chad: pobreza, guerras, analfabetismo y conflictos. Por último, el tercer punto o, en este caso, contrapunto, es la introducción de la poesía corporal, de la danza, del movimiento constante que desempolva la oscuridad del futuro del protagonista, Souleymane Démé (Grigris), sobre un escenario.
Según el director, el descubrimiento de Démé se produjo durante el Fespaco de 2011 donde presenció en un espectáculo a un bailarín cuya pierna izquierda estaba paralizada. Era él. A Haroun le impactó. Y ya tenía la historia. La pareja principal en la película se completa con Anaïs Monory, en el papel de Mimi. Dos actores que debutan en la gran pantalla con la compañía de un conocido en las películas de Haroun, el consagrado Youssouf Djaoro, protagonista de Un hombre que grita, en el papel de Adam, y en Daratt (2006), en el papel de Nassara.
Tanto Grigris como Mimi son dos náufragos que llevan la carga de la diferencia en su carne, dos parias que se encuentran en un mismo lugar, dos personajes que expresan su pasión por la vida. Mimi es hija de una relación mixta y Grigris se ve mermado físicamente, por lo que esta relación de amor odio con sus cuerpos (en esencia, tullidos sociales) los conduce a un anhelo de liberación de sus cuerpos y lo encuentran en el reino sombrío de la vida nocturna. Es aquí, en la opacidad de la ciudad, donde se pueden cruzar ciertas cargas sociales y romper las fronteras impuestas.
Horoun ha seguido apostando por el éxito de forma y estética musical que le brindara para Un hombre que grita o Daratt la banda sonora del senegalés Wasis Diop, y para Grigris disecciona, de nuevo, conceptos llevados al pentagrama y cuestionados como los prejuicios, la corrupción y el amor. Wasis, que diera el salto a la gran pantalla de la mano de su hermano Djibril Diop Mambéty, con la película Hienas (1992), tiene una trayectoria tanto vital como profesional propia de las grandes figuras del país de la teranga, Senegal, palabra que en wolof significa hospitalidad: estancias en Estados Unidos, Europa (reside en París), Asia o su paso por Jamaica donde fue acogido por Cedella Booker (madre de Bob Marley) y Jimmy Cliff, han marcado el compás de Wasis Diop.
Cannes, por cierto. Mañana se inaugura el festival de Cannes y el 26 de mayo permaneceremos atentos al palmarés con un posible sabor africano. Sea como sea, el Chad tiene nombre propio. Desde que viera la película Alice in the cities (1974), del director Wim Wender, quién inspiraría el primer trabajo del realizador chadiano y, al mismo tiempo el primer largometraje del país, Bye bye Africa (1999), la cosmovisión de Mahamat-Saleh-Haroun comporta toda la importancia necesaria al ser una de las escasas ventanas culturales que llegan a Europa sobre este país de fronteras indefinidas entre el desierto, el Sahel y la sabana. Precisamente tras los premios alcanzados con Un hombre que grita, el presidente del Chad, Idriss Deby Itno, decidió invertir en educación a través del séptimo arte financiando 1,5 millones euros para la reapertura de la única sala en Yamena, la capital: el cine Normandía.
Original en : Wiriko