El verano es temporada mochilera en Senegal. Muchos somos los que hemos visitado el país, modificando dinámicas y comportamientos que, en otra época del año, registran hábitos diferentes. Hace diez años yo estaba saliendo del sur de Senegal en un sept places camino de Dakar. Fueron muchas horas de espera hasta que mi coche se llenó de pasajeros y de carga. Cuando iniciamos un viaje, que se calculaba en ocho horas, nos encontramos un control policial. Uno de los policías fue directo a por la pareja blanca sentada en la parte trasera del coche. Nos registró todas las bolsas que llevábamos. Todos los pliegues que hacían las costuras de aquellas bolsas, todos los pequeños bolsillos. Durante más de 30 minutos fuimos objeto de búsqueda de una cosa concreta: drogas.
Por entonces, Senegal era uno de los países que había escogido gestionar el tráfico de drogas de manera punitiva y muy restrictiva. Además, nosotros veníamos del sur del país, de la frontera con Guinea-Bissau. La antigua colonia portuguesa era conocida por ser el mayor narcoestado africano desde que su gobierno se alió, a mediados de la década pasada, con los cárteles latinoamericanos para convertir al país en un nodo imprescindible del tráfico de drogas hacia Europa.
En general, la imagen que se tiene en mente cuando se habla de drogas es la de una producción esencialmente latinoamericana y un consumo especialmente centrado en países del norte. Pero África no ha estado ajena a estas dinámicas, y el tráfico, el consumo y la producción de drogas ha estado muy vinculado a la región subsahariana. De hecho, la relación ha sido muy estrecha. Desde vínculos entre grupos violentos no estatales y los cárteles, al consumo recreativo o en tiempo de conflictos. Dos tercios de la cocaína interceptada en el JFK de Nueva York en el año 1991, por ejemplo, era de origen nigeriano. Y se calcula que hay 38 millones de consumidores de cannabis en la región subsahariana.
El fin del Consenso de Viena
El acuerdo mundial respecto al negocio de las drogas, el conocido como Consenso de Viena, era muy estable alrededor de la gestión punitiva y la persecución del consumo y de la producción. Los países africanos constituían un bloque homogéneo en pro del prohibicionismo internacional, a pesar de las diferentes formas internas de gestionar estos asuntos. Pero en el 2016 este consenso se rompió. Muchos países de todo el mundo ejercieron presión para poder abandonar el prohibicionismo y adoptar enfoques diferentes, que podían ir desde la legalización hasta el abordaje de estas cuestiones desde un punto de vista de salud pública. Nuevamente, África no se quedó atrás, y el bloque africano quedó dividido completamente debido a las diferentes visiones de los gobiernos en este aspecto, y ahora no hay país que no esté revisando su posición.
El mismo año en que se hacía presente que el prohibicionismo había entrado en crisis, Lesoto legalizó el uso médico del cannabis. Este país ha entendido que, en un contexto de legalización de este tipo de droga en muchos Estados —especialmente en el norte—, ser rápido en el desarrollo de la industria cannábica le puede comportar unos beneficios muy elevados. Se calcula que un cuarto de la producción cannábica de todo el mundo es africana. La plantación de este cultivo ya era habitual en el pasado, a pesar de las prohibiciones, ya que era tolerado como cultivo de compensación: cuando una cosecha de cacao u otros productos se perdía, algunos agricultores podían acabar plantando cannabis para compensar debido a su mayor rendimiento económico. Se calcula que los beneficios de una cosecha de cannabis puede rondar entre los 43.000 dólares por tonelada, cuando los del azúcar no pasan de 400, y los de la caña de azúcar de 175. Por todo esto, el gobierno de Lesoto ya ha firmado acuerdos de producción con compañías de países como Canadá o el Estado de Israel, y se configura como uno de los productores mundiales de cannabis.
A la legalización de Lesoto le acompañaron Sudáfrica, Zimbabue y Zambia. Este último tiene además la paradoja de que el cannabis ha sido legalizado por el Ministerio de Interior pero no ha podido iniciar la producción porque el Ministerio de Sanidad, que es de quien dependen las autorizaciones para las plantaciones, se muestra contrario a la legalización.
El contexto mundial de las políticas sobre drogas está cambiando. El tradicional bloque prohibicionista africano hoy ya se puede dividir en hasta seis bloques diferenciados según su posicionamiento, tal y como indica el informe del think tank sudafricano ISS Africa. Pero lo más importante es que las posiciones políticas están adaptándose a la realidad que ya vivían de hecho los países africanos, utilizando enfoques basados en Derechos Humanos y oportunidades agrícolas —no exentos de debate—, y abandonando las posiciones exclusivamente policiales y punitivas.
Este artículo fue publicado originalmente en catalán en el número 483 de La Directa, así como en su web, bajo el título El negoci canviant de la droga a l’Àfrica subsahariana.