El baremo es demasiado alto para los líderes ineptos de Suráfrica

27/11/2013 | Opinión

No hay razón para discutir que Julius Malema ha estado diciendo desde su reintegro a la escena política que nuestro país necesita una nueva clase de líderes. Ni hay ninguna duda sobre el papel que su partido, los Luchadores por la Libertad Económica (EFF, en sus siglas en inglés), está jugando como uno de los partidos que intenta ocupar el espacio de la emergente clase política.

Después de casi 20 años de democracia, la promesa de una vida mejor para todos no se ha materializado para la mayoría de surafricanos, muchos de ellos miembros de la generación de jóvenes que nunca experimentó directamente. las políticas de opresión y discriminación del apartheid

Sin embargo, la mayoría de esos jóvenes afrontan múltiples desventajas, en algunos casos peor que afrontaron la generación de sus padres. Ellos están atrapados en un ciclo de pobres condiciones en la vivienda, de bajos ingresos y de pobreza. Hay un desempleo generalizado, la salud y los sistemas de educación en muchas ciudades y pueblos están en un estado lamentable, y la brecha entre ricos y pobres se ha profundizado.

En innumerables comunidades a lo largo y ancho del país, la democracia posterior al apartheid no ha producido las oportunidades ni los resultados sociales prometidos. Si uno pudiera asumir la retórica pasional de Malema sobre la libertad económica, de que él es el encargado de hacer de la justicia social una realidad para la mayoría de los surafricanos dejada a la imaginación de cada uno.

En ausencia de muchas pruebas de que Malema ayudara a los pobres cuando fue líder de la Liga Juvenil del ANC (Congreso Nacional Africano), sin embargo, se requeriría un gran salto de la imaginación para predecir cómo se transformaría en un político preparado para canalizar las granjas y los recursos financieros para las personas en primer lugar.

El baremo ha estado muy alto para Malema. Él ha sido comparado con Thomas Isidore Sankara, el hombre conocido como “el Ché Guevara de África”. En cuatro años como presidente del país que rebautizó Burkina Faso (cuyo significado es el de “tierra de hombres íntegros”), y lo dirigió alejado del legado destructivo del colonialismo.
Malema no es Sankara. Entre otras causas él se ganó en sus cuatro años ser uno de los líderes más poderosos de la Liga Juvenil- y del mismo ANC- cuando fue la elección del presidente Jacob Zuma. Como Malema dirige el EFF en el camino a la “riqueza” del liderazgo político, está envuelto en cargos de corrupción.

La comparación con Sankara requiere un gran esfuerzo de imaginación. Según las apariencias –la boina roja, la retórica brillante de la libertad económica- Malema parece ser la personificación viva de ambos, la esperanza Sankara evocada en su pueblo y sus sustantivos logros. Pero, ¿puede Malema convertir la retórica en un cambio real del que muchos de sus jóvenes (y viejos) seguidores están esperanzados?

Si una vez elegido él, ¿cómo sería capaz de transformarse a sí mismo siendo un miembro de la clase de “esos que nos roban… mientras la gente continúa sufriendo” (como Andile Mngxitama le puso en una carta abierta en el “Sowetan” en julio de 2011) en un político benévolo para quien los votantes son lo primero?

¿No será más tiempo el autor de la clase de excesos egoístas que nosotros vimos durante su liderazgo de la liga de jóvenes?
Recientemente estuve en Ruanda viajando con una de mis estudiantes. Ella estuvo entrevistándose con mujeres en el Parlamento para el título de postgrado en el liderazgo de las mujeres en las secuelas del genocidio y la violencia en masa. Yo fui ahí para explorar cómo Ruanda podría producir una narrativa compensatoria sobre el genocidio, utilizando la rica investigación que se ha abierto allí

En nuestro encuentro con los ministros del Parlamento, lo que me impactó fue que uno podía decir lo que era más importante para ellos no solo por lo que ellos nos estaban diciendo, también por cómo ellos se comportaron. La primera cosa que tú notabas era la ausencia de coches ostentosos y de vigilantes en todos esos ministerios.

Incluso los vehículos oficiales que estaban fuera de nuestro hotel, donde el presidente del país estaba hablando en una conferencia, eran todos Toyota.

Contrasta esto con Suráfrica y el modo de vivir ostentoso de nuestros líderes. En la búsqueda narcisista de los placeres materiales de la posición política, aparentemente perseguidos a cualquier costo, el tiempo y la energía de algunos políticos está dirigida a la búsqueda de ellos mismos más que a ver como sus comportamientos afectan a la gente que votó por ellos. Los surafricanos que no han probado las frutas de la democracia ven esto y lo experimentan como una profunda sensación de traición.

Usar los “boers” como el hombre del saco, como Cyril Ramaphosa hizo recientemente en la campaña electoral del CNA (Congreso Nacional Africano), es insultar a la inteligencia de la gente. Cuando ellos han afrontado la amarga desilusión y se sienten usados, la gente busca pruebas de esperanza para ayudarles a salir de la trampa de su conexión con el partido político gobernante que los ha defraudado. La desilusión es un sentimiento compartido colectivamente por muchos surafricanos. Esto pide a los líderes de talla (política) que no se dejarán influenciar por la codicia –líderes que actuarán con responsabilidad y con integridad.

En casi 20 años, nuestros políticos han alimentado a la gente con palabras que reverberan e inspiran un sentido de esperanza. Nuestro país necesita más que una retórica brillante, creo; necesitamos líderes que puedan construir una fundación para una política de la empatía y en una era de integridad en la política. Ellos deberían evitar disensiones y cultivar una conciencia compartida sobre la justicia social.
En una sociedad marcada por la desigualdad, necesitamos líderes con visión e imaginación, líderes que pongan el cuidado de la salud y la educación en el centro de una planificación para el cambio social. El liderazgo importa.

Pumla Gobodo-Madikizela

Pumla Gobodo-Madikizela es profesor Investigador-Senior en la Universidad de Free State

Mail & Guardian

(Traducción de Miguel Obregón)

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