El barco de Napoleón…, por Rafael Muñoz Abad

8/07/2016 | Bitácora africana

De líneas antiguas en una era donde la dictadura del contenedor todo lo acapara quizás sea la última superviviente de una estirpe que ya se extingue. Y no uso el femenino porque sea un progre “modernete” si no porque dicta la gramática sajona que todo aquello que sea digno de ser navío es señora. Hasta la reciente inauguración de su aeropuerto, el RMS (Royal Mail Ship) St. Helena era el único nexo de comunicación que la diminuta posesión de ultramar británica de Santa Helena – piercing del atlántico – tenía con el exterior. Un buque correo mixto que ha sido visitante habitual de Santa Cruz de Tenerife durante décadas. Despedido con honores navales en Londres, el pasado 19 de junio hacia escala en el puerto capitalino por última vez en su largo y solitario periplo hacia el atlántico sur. ¿Qué tienen los barcos que acaban siendo mamíferos de acero? Hubo un tiempo en que se viajaba sin prisas; cubiertas promenade para tomar el fresco y ver pasar las singladuras de una manera más humana que amordazado en una butaca empachándote diez husos horarios en diez horas. Uno por hora. En barcos clásicos hemos sido afortunados en Tenerife: El Camberra, el QE2 o el St. Helena; lo más selecto de la flota británica nos saludaba con frecuencia.

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Tuve la oportunidad de visitar varias veces su interior. Decorado con acuarelas de la abrupta isla y retratos de Napoleón, sin duda el más célebre de los residentes de Santa Helena, el buque en sí y el reguero de “piedras” atlánticas que visita según dejaba Tenerife por la popa, me hacen pensar que aquel Rule Brittania todavía da algún coletazo…Gibraltar, el Nelson que no fue, Ascension, la citada Santa Helena, Tristan da Cunha y hasta las Falklands. Espina dorsal del Africa atlántica inglesa. Un linaje de hijastros de ultramar y remembranzas del viejo león británico para recordarnos que, por estas chulerías, ellos pueden salirse de ese lupanar llamado Union Europea y si no fumarse un puro, sí que tomarse un earl-grey tea a las cuatro y treinta restregándonos el enorme respeto que tienen por su historia marítima y, ahora me acuerdo del Correíllo de La Palma, que si tuviera la Union Jack a la popa, hace décadas que estaría navegando; ¿cuantos barcos de época tenemos en España? Mejor no responder. Volviendo a la rareza de este artículo, Santa Helena forma parte de ese Africa extraña e insular que vive a caballo entre América y Asia; pues de manera análoga a lo que sucede con Madagascar, más asiática que africana, Santa Helena no se sabe muy bien lo que es. Razón por la que afirmar que Napoleón murió en Africa es un poco discutible.

El St Helena, que ya está en venta, llegará a Ciudad del Cabo el 15 de julio donde quedará amarrado y muy posiblemente no vuelva a visitar más Tenerife. Su futuro es incierto pues se construyó ex profeso para operar en la línea a Santa Helena con carga y pasaje. Una rareza romántica como lo son los restos de la gloria colonial que el Reino Unido aún tiene desperdigados por medio mundo. Los barcos mueren en el muelle y con ellos sus historias; siempre a caballo entre lo veraz y lo soñado; [yo] al menos, echaré de menos su elegante estampa portuaria en Santa Cruz.

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Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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