En un continente como África donde todo lo que suene al tema LGTB suele estar muy mal visto, hasta el punto de estar penalizado en bastantes países con penas muy duras, me ha llamado la atención el caso de Gabón, donde el pasado 23 de junio la Asamblea Nacional voto a favor de despenalizar la homosexualidad. Sin embargo, el texto tiene que ser refrendado aun por el Senado y el debate se anuncia duro, con una opinión publica muy dividida.
Una de las personalidades que ha reaccionado en contra con más vigor ha sido el nuevo arzobispo de Libreville, Jean Patrick Iba, nombrado en marzo de este año. Llegó a convocar una conferencia de prensa en una parroquia de la capital, en la que entre otras cosas calificó a este proyecto de ley de “aberración” y señaló que “su aprobación podría conducir a las conciencias frágiles a asumir comportamientos desviados”. Termino afirmando que “la homosexualidad no se ajusta a las costumbres de nuestro país” e hizo un llamamiento a tumbar el proyecto “en nombre de la sabiduría de nuestros antepasados”.
En los 30 años que llevo trabajando en África, me he percatado de que es este un tema con el que hay que andarse con pies de plomo y que la mayoría de las veces es mejor evitar, sobre todo si el que abre la boca es un blanco, como es mi caso. Si te atreves a decir lo que piensas, te puedes encontrar en medio de un tenso debate que generalmente no se basa en argumentos ni razones, sino en una retahíla de emociones, insultos incluidos, en los que te pueden acusar de querer “imponer”, como si de un nuevo colonialismo se tratara, lo que mucha gente califica de “desviaciones”, “aberraciones”, como dice el señor arzobispo, o incluso de ser parte de un “plan maquiavélico” para corromper el país y sus supuestas sanas costumbres. Al mismo tiempo, siempre me ha sorprendido que en bastantes de estas sociedades se suele dar con bastante normalidad otros comportamientos que si son verdaderamente aberrantes, por ejemplo, que un hombre golpee a su mujer cuando le plazca, o que pueda dejar una retahíla de hijos por ahí de los que no se ocupa en absoluto.
Aun así, no es lo mismo en todas partes y, por ejemplo, durante el año y medio que viví en Gabón me di cuenta de que en general es una sociedad bastante liberal y tolerante, por lo que me ha extrañado poco que una mayoría de diputados haya dado su visto bueno a despenalizar la homosexualidad.
Bostsuana también lo hizo hace pocos años. Sudáfrica fue más allá. Si no me equivoco, fue el primer país del mundo donde la Constitución reconoce el derecho a no ser discriminado por razón de “orientación sexual”.
Muy distinto es el caso de Uganda, donde pase dos décadas. Allí conocí de primera mano personas homosexuales que acabaron por perder su empleo o a los que incluso los vecinos echaron de la casa que alquilaban al conocerse su inclinación sexual.
Hace pocos años casi salió adelante una reforma del Código Penal en el que se pretendía castigar con la pena de muerte a los reincidentes por actos homosexuales, y en la que incluso una persona que supiera que su vecino era homosexual y no lo denunciara podía enfrentarse a penas de cárcel.
Al final, debido a una gran presión desde los países donantes, la reforma no salió adelante, pero si eres gay en Uganda y quieres llevar una vida libre de sobresaltos más vale que nadie se entere lo más mínimo. Recuerdo haber escrito un artículo en un periódico ugandés en el que yo tenía una columna semanal, que llevaba por título: “¿Por qué la Iglesia está obsesionada con los gais?”. Durante las siguientes tres semanas me llovieron palos por todas partes y opté por no volver a mencionar el tema ni remotamente.
“Bajo las Ramas de los Udalas”, de la escritora nigeriana Chinelo Okparanta
He vuelto a acordarme del título de este artículo al ver la reacción del arzobispo de Libreville. Y conste que no se trata de que en Gabón quieran aprobar el matrimonio homosexual, sino de una simple “despenalización”, es decir, que no te metan en la cárcel por tener una relación sentimental con una persona de tu mismo sexo. Me ha recordado la conversación que tuve, hace pocos años, con varios sacerdotes ugandeses en la que les traje a colación la frase del Papa Francisco: “si una persona es gay y busca a Dios sinceramente, ¿quién soy yo para juzgarlo?” En aquella ocasión, al que pusieron a parir fue al Papa.
Personalmente, nunca me he creído que la homosexualidad sea algo exportado a África. Siempre ha existido en sus sociedades tradicionales, como en todas las culturas del mundo, solo que ha estado fuertemente reprimida. Precisamente acabo de leer la extraordinaria novela “Bajo las Ramas de los Udalas”, de la escritora nigeriana Chinelo Okparanta, en la que relata la experiencia de una joven mujer que vive un infierno de intenso sufrimiento personal al no poder vivir abiertamente su relación amorosa con otra mujer. Duelen especialmente las páginas en las que personas supuestamente cristianas la hacen la vida imposible, sobre todo el relato de un ataque muy violento contra un local en el que mujeres lesbianas se reunían a escondidas.
El caso de Chinelo Okparanta no es el único. Durante los últimos anos, no han faltado los escritores africanos que han salido del armario, con gran riesgo para su integridad física, y se han expresado libremente sobre un tema que todavía está rodeado de tabúes. Destaca, entre otros, el keniano Binyabanga Wainaina, fallecido el año pasado, y la ecuatoguineana Trifonia Melibea Obono, la cual no se ha andado con rodeos a la hora de señalar que “la homosexualidad en África, como la homofobia, no la trajeron los blancos”.
Original en: En Clave de África